Santiago de Compostela

Sanctus Iacobus in Campus Stelae

Llegamos por fin al término de nuestro viaje, la meta para tantos "camineros" como los que nos hemos ido encontrando a lo largo de nuestro recorrido. Desde Oseira a la segunda capital gallega hay un tiro de piedra, pero llueve con fuerza y voy con máxima tensión. 


El hotel es ahora el Expert Peregrino, desde donde se puede ir andando al centro histórico. Hemos quedado con nuestra amiga Mariajosé, que aunque coruñesa, estudió aquí y conoce la plaza. El primer sitio al que nos conduce es al Palacio de Fonseca, hoy sede de la Biblioteca Universitaria.



















Este edificio, claramente plateresco, albergó inicialmente los Studia humanitatis, pasó luego a ser colegio de irlandeses, al estilo del de Salamanca. Acogió distintas facultades. Ahora, al franquear su entrada, uno se encuentra bajo una bóveda de crucería impresionante y hay también un salón de exposiciones bajo un artesonado mudéjar que quita el hipo. El claustro está muy concurrido por el estudiantado. A nuestra amiga le llegan infinidad de recuerdos. 
























Desde allí nos conduce a la catedral. Al entrar por la puerta lateral no hay cola ni apenas controles. Hacía muchos años de mi última visita y no sé en realidad con lo que me voy a encontrar. Las imágenes de lo visto a lo largo de tantos viajes, se le van amontonando a uno con el tiempo, y de no ser por las bitácoras y las fotos, en nuestra cabeza no habría más que un totum revolutum. Se trata de una puerta doble con arco abocinado de medio punto. Sí recuerdo que en la jamba del lateral hay una figura que siempre me ha admirado, por su delicadeza de formas, por su acabado primoroso de los pliegues del ropaje y el arco del violín, que mantiene en sus manos el rey David. Delicias del románico.

















En el interior del templo hay una luz difusa y mucha gente que se mueve en todas direcciones cargada, como yo, de la cámara del teléfono móvil, sin la cual no sabemos ahora ir a ningún sitio. Sin embargo, al girar hacia el altar mayor, la cosa cambia: focos potentes alumbran los ángeles dorados que rodean al apóstol, sosteniendo un a modo de baldaquino, y que brillan suntuosamente tras su restauración y limpieza. Yo ni los recordaba, ocultos por el polvo y el tiempo en mi memoria desgastada. Nos quedamos atónitos. Algo parecido sucede con los dos órganos del XVIII que se miran de frente en la nave central con bóveda de cañón, antes de llegar a donde se encuentra el botafumeiro suspendido e inmóvil en el centro del crucero. Las dimensiones de todo ello lógicamente han debido de anonadar  a los peregrinos que llegaban a darle el abrazo a la imagen del santo a lo largo de tantos siglos.























































Una vez fuera, tenemos la impresión de que la coruñesa quiere que lo veamos todo con ella, para tener puntual información de lo que visitamos, aunque apenas tenemos tiempo, dado que ha reservado para comer en el "Dazaséis", lo justo para coger después el tren. Es un lugar con encanto, al que se baja por unas cuantas escaleras y donde se encuentra uno con enormes vigas de madera maciza a un lado y un emparrado que difumina una luz verde y relajante, perfecta para comer unos mejillones a la vinagreta, caldo gallego y merluza en salsa. El godello que elige, buena conocedora de las variedades, es excelente. Todo fluye en medio de anécdotas y recuerdos familiares. Se nota que estamos a gusto, pero nos despedimos porque no puede perder el tren.


Vamos caminando hacia el Obradoiro y pasamos bajo un arco donde se protege un gaiteiro que da la nota, si no de color, sí la sonora, ya que lo hace muy bien. Mariajosé, toda previsión, ha reservado on line entradas para visitar el Pórtico de la Gloria. La plaza está llena de turistas y peregrinos, es año Jacobeo, cubiertos con el plástico impermeable que los identifica como tales, venidos de todos los continentes. Es increíble la fuerte atracción que sigue ejerciendo este lugar a través de tantos siglos. Unos se fotografían, otros se derrumban sobre el pavimento, descansando por fin. Fotos, fotos, fotos. Acaba de salir el sol y la postal es un regalo justo. La inmensa fachada barroca, decorado perfecto, esconde la obra del maestro Mateo que vamos a poder ver de cerca. A la izquierda de la plaza sigue luciendo, esplendoroso, el Hospital de los Reyes Católicos, llamado así porque lo fundaron para acoger a los peregrinos que no llegaban en buenas condiciones y hoy se ha convertido en un imponente parador, con su portalada plateresco-renacentista.  
























Formamos la cola disciplinadamente y con la modernez del código QR en nuestras entradas, el paso se abre cada que vez que un nuevo grupo de visitantes acaba de salir, así se evitan las aglomeraciones. El aforo es limitado y hay un guarda que evita que la gente toque o fotografíe. En mi primera visita, la gente colocaba la mano al pie del pantocrátor central y se golpeaba la cabeza contra la piedra, en un ritual que parecía ser obligatorio, consecuencia del cual la basa marmórea de la columna aparecía desgastada. Se sube por una escalera estrecha situada bajo el pórtico, hacia la zona que ha sido restaurada en 2018 y que luce  con las figuras esculpidas por el Maestro Mateo (s. XII), ahora primorosamente coloreadas, en un intento de aproximación al aspecto original, después de tanta degradación. Los azules leves, los verdes mates, los rojos delicadamente restallantes, los dorados apagados, todo queda bajo una pátina suave, como cubierta de ligero polvo de siglos. De los apóstoles me quedo con el lampiño  sonriente de la izquierda. Cristo en majestad en lo alto y en la jamba central el Apóstol, muestran con su serenidad una actitud de plácida acogida. La luz es discretísima e ilumina sin hacerse de notar. Los cuatro evangelistas y los bienaventurados completan el hueco del arco central. Resulta emocionante. ¿Qué pensarán los visitantes de otras culturas ante esta puesta en escena?¿Se quedarán como nosotros ante los templos hindúes o balineses, al no tener las claves para interpretar lo que ven? Belleza en estado puro. 














Las fotos las he capturado de "sangogle". Al salir, nos acercamos a visitar el monasterio benedictino de San Martín Pinario, hoy sede del Seminario Mayor, por lo que hay zonas a las que no se accede y otras que albergan la hospedería. No recordaba haber entrado en mis viajes anteriores y es una sorpresa muy agradable, empezando por la fachada renacentista concebida como un retablo, enmarcado por unas potentes columnas dóricas. El recorrido es grupal y la muchacha que lo dirige sabe de lo que habla y además es una enamorada del lugar. 


Lo que en la fachada era clasicismo sobrio se convierte en barroco desmesurado al entrar en la iglesia. La alta bóveda de cañón de falsos casetones conduce hacia el crucero, iluminado por una cúpula de media naranja que dora, más si cabe, el retablo teatral que lo cierra falsamente. La sorpresa llega cuando comprobamos que por sus laterales se accede al coro, una obra de talla en madera de las más importantes de Galicia, constituida por tres cuerpos de diferente temática. La parte trasera del retablo resulta igualmente sorprendente. La verdad es que se necesitaría más tiempo del que tenemos para completar el visionado con detalle. 


















La guía señala en un lateral la capilla dedicada a la Virgen del Socorro, cuyo retablo está perfectamente encastrado en el espacio que corresponde. La luz que entra a esta hora de la tarde otoñal, no es la de pleno verano. Ella invita a volver en esas fechas para disfrutarla en todo su esplendor. En un ángulo arranca una impresionante escalera barroca con motivos amerindios y coronada por una falsa cúpula  a juego. Desde el piso superior se contempla uno de los claustros, recoleto, sin la suntuosidad que posee el llamado procesional, coronado de pináculos, magnífico en su desnudez humana a esta hora, con una fuente casi humilde en su centro.





























Creemos merecer un taxi para volver al hotel, tal es el cansancio. De hecho mi bitácora se interrumpe aquí y para nuestro último día en Santiago tengo que tirar del refuerzo que las fotos me aportan, aunque las sensaciones queden algo más desdibujadas.
A la mañana vuelve a chispear y con los paraguas del hotel hacemos los 20 minutos a pie hasta el casco histórico. Cruzamos un parque bien gallego por su riqueza arbórea y con una escultura que representa a las dos "Marías", mujeres que fueron el escándalo de la ciudad en tiempos franquistas por ir vestidas con ropa de color y no de oscuro como se esperaba que lo hicieran.





Frente a la Plaza de Platerías, en un lateral de la catedral, se encuentra un edificio curioso, la Casa do Cabildo. su apuesta escenográfica, absolutamente barroca en su concepción, lo es al contar con tan sólo cuatro metros de profundidad. En los diferentes pisos hay montada un exposición con fotografías en B/N tomadas en plena pandemia. La ausencia de gente en las calles conmueve y espeluzna al traer al recuerdo aquellos día terribles.




















Los soportales, ese gran invento gallego, aunque también lo vimos en Bologna, nos permiten ir sin mojarnos hasta un café que parece ser una institución. Se trata del Casino, abierto desde 1873. Tiene una atmósfera íntima, mullida en su casi silencio, con carteles que anuncian actividades culturales. El ambiente, dada su decoración y su clientela, es muy finisecular, pero el café está exquisito.


Con ayuda del planito de turismo, vamos haciendo el recorrido que nos marca. Sigue cayendo un calabobos y decido emular al fotógrafo que vació la ciudad. Sin necesidad de retoques ni "potochó", consigo capturar casas, soportales y espacios bellísimos en su desnudez y en sus brillos de lluvia apagada.  No me resisto a dejar aquí algunas de las que más me impactaron, incluso habiéndolas hecho yo. Tienen una melancolía gris que responde al cliché que uno tiene de la ciudad compostelana.


































Yendo hacia el mercado, encontramos una iglesuca con un pórtico románico encantador en su ingenuidad, Santa María Salomé. Curioseamos en su interior, a sabiendas de que el tiempo se nos va echando encima. Hay que comer y salir luego hacia el aeropuerto a devolver el coche antes de embarcar. 






























Santiago es generoso. Y aún le da tiempo a asomar un tímido sol para iluminar uno de los mejores mercados de abastos de España. Se construyó en la piedra gris de granito, típica de la ciudad en los años cuarenta y su estética es un poco "romana". Sin embargo, las flores, los productos frescos la animación de la gente comprando lo convierte en algo vivo. Hay personas que en sus viajes, lo primero que visitan es el mercado, para mejor hacerse una idea de cómo es la ciudad.



 














Y, de camino al "Dazaséis",vamos a repetir, aún nos da tiempo a entrar a ver el claustro de un lugar emblemático para los galleguistas: San Domingos de Bonaval, donde están enterrados Rosalía, Castelao y otros popes de las letras gallegas. No llegamos a entrar en la iglesia, que debe de ser hermosa en su transición al gótico, según reza el prospecto. 


Mientras conduzco hacia el aeropuerto, pienso en todo lo que Galicia nos ha descubierto. Parece una tierra inacabable, aparcada en ese norte lluvioso. Sin embargo, sus monumentos, sus paisajes, su cocina y sus gentes nos han hecho disfrutar mucho. Podremos decir ahora nosotros también: Galiza, terra nosa.

José Manuel Mora.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Lugar ideal para aristócratas intelectuales.