Smiley

Normalización navideña

Creo que ya lo he dicho alguna vez en estas páginas. No me gusta el ambiente navideño. Si de repente una peli o una serie se presenta con ese marchamo, puede que eche a correr. Sin embargo, el hecho de que Smiley (nombre del emoji ambiguo que desencadena la trama) se presente en Netflix como una comedia de tan "sólo" ocho capítulillos de media hora, ha hecho que transija, y la verdad es que en dos tardes gozosas me la he visto entera, a pesar del espumillón, las celebraciones familiares, las uvas y las cartas a los Reyes Magos, que de todo ello hay. La serie parte de una obra de teatro homónima estrenada hace diez años con gran éxito, y de la que no tuve noticia, de Guillem Clua, que fue Premio Nacional de Literatura Dramática en 2020 y quien también ha escrito los guiones, junto a la dirección de David Martín Porras Marta Pahissa 

Tenemos una comedia romántica clásica, en la que se subvierten los roles, al estar protagonizada por dos tíos, en vez de como sucede en el título al que se hace referencia en ella, La fiera de mi niña. Hay más elementos que sirven para contextualizar la historia: la pareja de chicas con siete años de relación, una de ellas latina, el matrimonio heterosexual en crisis, el travesti Keena Mandrah (qué pereza, en catalán), protagonista del chou nocturno en el Bar Bero, el pasado que se hace presente en el marinero en tierra, el inmigrante senegalés nacido ya en Canarias, la canguro Najat... La diversidad es tan patente como en nuestra realidad, aunque muchos no quieran aceptarlo. Se ha rodado en Barcelona, lo que permite presentar  a la ciudad como un prospecto turístico bellamente fotografiado. Y se ha hecho en bilingüe, castellano y catalán, con la misma naturalidad con la que conviven las dos lenguas en la realidad barcelonesa. No hace falta traducción, porque todos se entienden. Y uno de los desencadenantes de los conflictos que surgen es que los protagonistas no dicen lo que sienten. Tan sólo en los monólogos se alcanza el clímax de sinceridad, lo que no sirve para resolver los problemas, ya que se hacen a solas y muestran el contraste entre lo dicho y lo sentido.

Álex (Carlos Cuevas, famoso desde que protagonizó Merlí: Sapere Aude) y Bruno (Miki Esperabé, a quien no había visto antes) se conocen por error y se enamoran a pesar de ser como agua y aceite, uno musculitos de "dos gimnasios", y el otro arquitecto romanticón sin éxito amatorio. Sin embargo el encuentro sexual es tan potente que se quedan colgados uno del otro, incapaces de reconocer sus sentimientos abiertamente. La química de los dos actores es brutal. Y al estar rodeados de otros personajes y sus conflictos, la serie se separa  de lo que se hubiera esperado en Hollywood, más al estilo de Love Actually. Todo resulta de una cotidianeidad reconocible, lo que ayuda a la empatía. Las tramas se van entreverando, incluso la planificación y el montaje hacen que se pase de una situación a otra sin cambiar de plano, con un simple movimiento de cámara, diálogos que se superponen, plasmación de los deseos con vuelta a la realidad o dividir la pantalla, lo que sirve también para dar simultaneidad a lo que sucede. Todo ello proporciona una frescura narrativa importante. Y las situaciones y el lenguaje empleado, no se cortan un pelo, hacen que uno permanezca con la sonrisa en la boca o directamente en carcajada fruto de algunas réplicas. La parte más idealizada del amor se contrasta con los bajonazos de la realidad. Se bordea la cursilería a veces, pero adrede, como sucede con la sobreactuación de las escenas de sexo.

No puedo dejar de citar a Javi, un Pepón Nieto que arrasa como travestona deslenguada y solidaria, también solitaria, tanto cuando se viste de lentejuelas, como cuando va de calle. Eduardo LLovera ha sido para mí un descubrimiento. Y Ramón Pujol, que ya hizo el papel de Álex en el teatro. Todos necesitan amar y ser amados en este mundo donde la hiperconexión junto a la fugacidad de los encuentros, es posible que nos recluya en una mayor soledad. El retrato de los perfiles de Grindr resulta triste y divertido a la vez. Vero (Meritxel Calvo) y Patricia (Giannina Fruttero) se presentan para intentar encontrar con quién hacer un trío. Ese ensayo de las relaciones abiertas entre las chicas, las diferencias de edad como problema, el abuso en el bar gay con nalgada incluida, todo está tratado con absoluta normalidad. Y se agradece esta pequeña trasgresión a lo estrictamente navideño. Resulta tan fácil de ver que uno espera que pueda rodarse una segunda temporada. 

José Manuel Mora.




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