La resistencia íntima, de Josep Maria Esquirol Calaf

De la importancia del resistir

Hace muchísimos años que no leía filosofía, no sé si desde mis tiempos de Comunes en Valencia, cuando escuchábamos con la boca abierta a D. Carlos París. Carmen, la librera de 80 Mundos, me lo puso en la mano, casi con la obligación de llevármelo. La prestigiosa editorial y el pequeño formato del librito me animaron. Esquirol Calaf, Josep Maria. La resistencia íntima: Ensayo de una filosofía de la proximidad. Barcelona: Editorial Acantilado, 2022, duodécima reimpresión, 178 págs. Fue Premio Ciudad de Barcelona en 2015 y más tarde Premio Nacional de Ensayo en 2016. Ya ha llovido. 


Esquirol (Mediona, 1963) ejerce de catedrático de Filosofía en la Universitat de Barcelona y en concreto enseña Filosofía Contemporánea. Está especialmente interesado en la relación de su disciplina con la Psiquiatría. Además de profuso articulista, es autor de una docena de libros que han sido traducidos al italiano, al portugués, al inglés y al alemán, lo que da idea del interés que su pensamiento despierta. Su propuesta filosófica parece situarse en lo que se conoce como "filosofía de la proximidad", entre socrática y franciscana, "se da en casa y se sale de casa para dar" (pág. 45), que parte de un conocimiento profundo de los filósofos europeos, Hegel,  Nietzsche, Heidegger, Sartre, Camus y tutti quanti, nihilistas y existencialistas, con una conclusión no sé si diferente de la de estos últimos: "La finitud y la muerte no se superan, se afrontan" (pág. 91), lo que determina que "mirar la nada de frente intensifica la experiencia de la vida y el retorno a la proximidad" (pág. 95), dado que "sobre un plano caminan los mortales hasta el desánimo de los finales presentidos, pero con el impulso vital propio y los ánimos de los que están cerca" (pág. 128), lo que acabará siendo fundamental en su tesis.
 

Y sus propuestas se sitúan muy lejos del "mundo pantallizado  que no conoce día ni noche [...], al que se le podría llamar <un día sin noche>" (pág. 119), en el que vivimos, encerrados con un solo juguete, creyéndonos más comunicados que nunca y sin embargo también más en soledad, estando constantemente informados, aunque "no es lo mismo disponer de información que tener juicio" (pág. 148). El título necesita ser explicitado, y a ello se dedica el autor a fondo en diez capítulos intensos, profundos. "El resistente se resiste al contentamiento masivo" (pág. 17), de hecho "la libertad consiste en salir de  la estadística hacia lo lateral capaz de crear, de resistir" (pág. 125). Y señala "la casa, junto con el tú, como el punto de referencia más relevante" (pág. 42). Creo que lo que propone Esquirol  es que "la acogida es condición de la existencia [...], la ternura y el cuidado de la acogida" (pág. 50), en medio de la cotidianeidad. Y para acoger, para dar, es necesario el cuidado de uno mismo, para lo que es imprescindible una "toma de conciencia, memoria, esperanza y acción" (pág. 123). Y quiero señalar dos aspectos que me afectan personalmente, el del magisterio y el del canto coral, por ser dos actividades a las que me he dedicado con entusiasmo. Dice el autor: "El buen maestro es también médico, primero porque cuida de sus discípulos, y después porque bajo su cobijo los efectos son beneficiosos" (pág. 88).  Lo relativo al canto me ha sorprendido, más en un libro como éste. "Quien canta, se canta" (pág. 144), algo que he hecho a lo largo de mi vida sin ser consciente de ello. Y ahora que lo hago en el interior de un coro he descubierto que "Un diálogo auténtico es como un canto a dos voces [...]. El canto nos sosiega ante la oscuridad del mundo y las sombras, como también nos protege del frío anímico" (pág. 145). Eso es algo de lo que me he dado cuenta cantando junto a más gente. Como decía nuestro director, para cantar bien hay que cumplir un mandamiento fundamental: "escucharás a tu próximo más que a ti mismo". Y es entonces cuando la armonización y el consiguiente gozo se producen. Y Esquirol completa y concluye: "Y todavía mejor es el canto a más voces porque su tejido protege y abriga más. El canto no diluye a quien canta, sino que lo liga, lo reúne, lo vincula con las cosas, con el mundo, con los otros" (pág. 146). Es cierto que no se trata de un libro fácil. El metalenguaje filosófico puede ser a veces algo abstruso y exige la relectura para llegar a captar la idea. Pero también es cierto que, una vez que se entra en este modo de ver el mundo, todo resulta coherente, aunque la nada espere siempre al final de nuestro recorrido vital. Se trata de dejarse acompañar y de acoger. "No huimos de lo inhóspito del mundo, sino de lo inhóspito de nosotros mismos" (pág. 61), y ahí es donde nos encontramos dialogando con los demás, porque "la esencia del lenguaje es el amparo" (pág. 140). 

José Manuel Mora. 


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