Última oportunidad
Jólivu siempre ha sido amigo de volver sobre títulos clásicos para "revisitarlos" (qué moderno queda este verbo atroz), y hacer lo que se llama un remake. Suelen llevarlo a cabo con pelis que en su momento arrasaron, y no siempre aciertan con el intento de puesta al día. Aquí tenemos sin embargo algo que se sale de lo establecido. En primer lugar es una coproducción británico-sueco-japonesa (?), Living, dirigida por un tal Oliver Hermanus, surafricano, que me resulta absolutamente desconocido, a pesar de haber sido premiado en Cannes y en Venecia (Moofie, 2019). Lo curioso viene ahora: los guionistas sí me son conocidos, el nobel británico de origen japonés, Kazuo Ishiguro, de quien leí hace unos años su Pálida luz en las colinas, y la peli del mismo título de 1952, Ikiru (Vivir), dirigida por Akira Kurosawa, en la que Hermanus se inspira, nada menos, y que Kurosawa tomó de La muerte de Iván Illich, de Tolstoi. Con todo, ésta resulta absolutamente británica: hongos, paraguas, autobuses rojos, Big Ben, en una ambientación impecable, tanto que parece rodada en aquel momento histórico.
La base del filme intenta responder a una pregunta que alguna vez la gente se formula. ¿Qué haría si supiera que me queda un tiempo tasado de vida? Un oscuro funcionario de Obras Públicas en la City londinense de los años cincuenta del pasado siglo, Mr. Williams, (Bill Nighy), enterrado en vida entre montañas de papel correspondientes a solicitudes que duermen el sueño de los justos esperando que sean atendidas, se entera de que apenas tiene seis meses por delante en una concisa visita al médico. Las famosas manners británicas le impiden compartir su angustia con su hijo o sus compañeros de oficina, entre los que se da la ley del mínimo esfuerzo, parecer ocupado sin que se note, como en todas las burocracias, además de mantener la distancia social. Decide escapar a la costa con sus ahorros, dispuesto a dar sentido a sus últimos días de vida. Pero no sabe cómo hacerlo. Encuentra por casualidad en una joven compañera de despacho (Aimee Lou Harris) la vitalidad, la espontaneidad que le falta, y a partir de ahí ve claro su objetivo, intentar hacer felices a los demás gracias a que se construya un parque en un solar bombardeado y mísero para disfrute de los niños.
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