Almas en pena de Inisherin, de Martin McDonagh

De la incomunicación humana

No sé por qué he sido bastante reacio a ir a ver la película que voy a reseñar. Seguramente se ha debido a que alguna referencia sinóptica me echaba para atrás. Hoy, por fin, me he animado temiendo que abandone la cartelera. Se trata de Almas en pena de Inisherin (The Banshees of Inisherin). Está escrita y dirigida por el autor angloirlandés  Martin McDonagh. El cartel anunciador era bastante sugerente y además es candidata a un montón de premios Oscar y BAFTA. 

Al consultar la Wiki, descubro que el tal  McDonagh dirigió allá por 2008 Perdidos en Brujas a los dos mismos actores que ha elegido para protagonizar ésta; aquella la vi con agrado y media sonrisa torcida en la cara, dado el humor que se mezclaba con una terrible violencia. No he visto todavía Tres anuncios a las Afueras y eso que anda de por medio la McDormand, que siempre me resulta fascinanteTambién presencié en Barcelona la representación de su primera obra teatral, La reina de la belleza de Leenane (1998), con la gran Vicky Peña, que se anunciaba bajo el marchamo de "teatro de la crueldad". Así que podía intuir que lo que había dirigido en esta ocasión debía de ir en la misma línea. Me quedaba corto en la suposición. 

El plano con el que arranca, sin créditos iniciales, es apabullante: una inmensa llanura verde, limitada por muros bajos de piedra, un castro prehistórico frente a un mar inacabable. Una diminuta isla ficticia, Inisherin, perdida frente a las costas de Galway, lo que ya es un condicionante en sí mismo, ambientada en 1923, en pleno conflicto de la guerra con Gran Bretaña. Unos seres humanos, limitados por la incomunicación más absurda, irán cavando su desgracia por la cabezonería, el amor propio, la depresión, el aburrimiento... Una amistad de siempre se ve rota de forma abrupta y no demasiado bien explicada por el mayor de los dos. El joven (Colin Farrell) intentará por todos los medios recuperar la relación con su viejo amigo de siempre (Brendan Gleeson). El resto de personajes parece formar parte del antiguo coro griego, sobre todo una anciana, la banshee del título original, especie de meiga capaz de anunciar muertes imprecisas. El autor/guionista decide extremar el conflicto sin dejar de apuntar toques humorísticos, casi negros. El ambiente y el conflicto traen a la cabeza las peleas de los protagonistas de La taberna del irlandés (1963), que se solucionaban a puñetazos. Aquí el conflicto surge del aburrimiento, así lo expresa Colm. Algo tan simple y explicable en una isla con pocos habitantes y en la que tras trabajar por la mañana, lo único que queda por hacer es ir a emborracharse al pub, se va matizando, como la necesidad de tener tiempo para dedicarse a la música, su afición de siempre. Pádric no entiende que una relación de tantos años pueda venirse abajo  súbitamente. Y sus intentos por recuperar al amigo traerán infaustas y, para mí, exageradas consecuencias. Al final ambos, cada uno a su modo, intentan encontrar sentido a sus vidas. 


No son los únicos que lo hacen. La hermana de Pádric, Siobhán (Kerry Condon), se ahoga en ese mundo pequeño, donde la gente no tiene otra ocupación que estar al tanto de lo que hacen y viven los demás, "pueblo pequeño, infierno grande". Se refugia en sus libros, que al final serán los que le abran las puertas del mundo. Es un personaje delicioso, encarnado con enorme sensibilidad por la actriz. Y menos enternecedor, aunque gracioso en su simpleza, Dominic (Barry Kehogan), el hijo maltratado del policía de la isla, ambos candidatos al Oscar. Los paisajes, maravillosamente fotografiados por Ben Davis, conforman un personaje más, lo que unido a la música de Carter Burwell acaba por crear un ambiente muy celta.


Sin embargo, he tenido la impresión de que, a partir de un momento dado, el conflicto se convierte en recurrente, reiterativo, y que no va más allá de donde nos situó al inicio: una amistad herida, unos intereses contrapuestos dada la diferencia de edad y de aficiones, tozudeces caracterológicas, inexistencia de alternativas... A mi modo de ver la peli la salva el duelo interpretativo de Farrell y Gleeson (quien toca de verdad el violín y da conciertos en la costa), que se deben de conocer bien al haber trabajado ya juntos a las órdenes del director. Lo demás, bellos paisajes, praderas y acantilados, y hermosa ambientación en el pueblo, en el pub, en los hogares de cada uno, con una Condon en estado de gracia. No es poco, aunque sí demasiado para los 115 minutos de metraje.

José Manuel Mora.





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