El mar, de Xavier Bobés

El Mestre

Es bueno tener una vaga idea de lo que se va a ver, pero sin demasiada precisión. Conviene dejarse sorprender. Y lo inicialmente esperado, actuación en la sala grande de La Abadía, bajo la cúpula de lo que fue oratorio o capilla, no sé bien, se ve alterado al pasar a la otra sala en la que nunca había estado, un teatro a la italiana, con la primera fila a la altura del escenario, sin telón de boca. La función viene de Barcelona (¡qué bien que fluyan de nuevo los espectáculos en ambas direcciones!), se trata de una propuesta del Teatre Nacional de Catalunya, con texto y dirección de un tal Xavier Bobés, al que desconozco por completo (la wiki me dice que es un creador escénico autodidacta, que lleva investigando y subiendo a escena sus ideas desde hace diecisiete años nada menos) y que, a partir de la idea  del periodista Francesc EscibanoDesenterrando el silencio: Antoni Benaigesel maestro que prometió el mar, en colaboración de escritura y dirección con Alberto Conejero, de quien vi emocionado. La piedra oscura, con Lorca encerrado antes de su fusilamiento, ha montado el espectáculo. El título, El Mar. Visión de unos niños que no lo han visto nunca. Como suele suceder cada vez con más frecuencia, abundan las obras con repartos escuetos, que sean poco costosos de mover y de montar. Y es lo que sucede aquí, Sergi Torrecilla, protagonista absoluto, comparte el escenario creado por Pep Aymerich junto con Bobés, el hombre orquesta, creador del montaje. Volveré sobre ellos luego.

Y nada más empezar, en el espacio escénico casi vacío, con tan sólo unas mesas que se acabarán convirtiendo en pupitres, surge la figura de un joven con camisa roja que dice ser maestro pero que, para ponernos en situación, cuenta sucintamente su infancia pueblerina en Montroig, sus padres trabajadores, sus estudios en la capital y su destino en un pueblo perdido de la Castilla profunda, Bañuelos de Bureba (Burgos). Estamos en los años treinta del pasado siglo, 1934 concretamente. La escuela es una antigua cuadra que él mismo se encarga de enjalbegar. Y el joven e ilusionado maestro llega con toda la energía de su juventud, cargado con las ideas pedagógicas del entonces rompedor teórico Freinet (1896-1966), krausista, laico y marxista, que proponía la autogestión, la cooperación y la solidaridad entre el alumnado. En aquella aula unitaria conviven y aprenden juntos, ayudándose, mayores y pequeños, niñas y niños. Y el maestro, Antonio Benaiges, viene con intención de utilizar un arma revolucionaria, una rudimentaria imprenta para que su alumnado pueda crear e imprimir sus textos para elaborar su publicación escolar, consciente de que en esa tarea hay muchos elementos que conforman el aprendizaje. Y una de las cosas de las que les habla es del mar, que él conoce bien, pero que ellos no han visto nunca, lo que hace que se dispare su imaginación y les promete llevarlos en verano. Sobre su idea del mar escriben estas criaturas imaginándolo, temiéndolo, deseando conocerlo. "Uno dice que debe ser tan grande como dos torres del campanario, otro que tendrá más agua de la que ha visto en su vida, los hay que tienen miedo por si se ahogan"... No podrá cumplir su promesa.


Una idea tan sencilla se propone con una economía de medios en la que los objetos, muchos de ellos originales, el material documental, el gramófono y un dispositivo que proyecta al fondo lo que las manos van colocando en la mesa conviven sin jerarquías. La poética de la palabra de Conejero y la poética visual de Bobés se potencian mutuamente. El maestro se dirige a la platea como si fuera su alumnado. Y el público responde ayudando a corregir el texto de uno de los niños.  La intensidad poética del discurso del maestro, sin añadidos sensibleros, su entusiasmo, van haciendo crecer la emoción en los espectadores. Y en ello tiene mucho que ver la interpretación entregada, vibrante, de Torrecilla, acompañado al fondo por Bobés, encargado de mover objetos y proyectar imágenes.


La aparición al fondo de la foto con el grupo escolar, tan parecido al de mi padre en Sella o al de mi madre en Guardamar, hacen que se me ponga un nudo en la garganta. Mi padre también convirtió una cuadra en una biblioteca con sus escasas pertenencias librarias. Llevó a sus chicos a estudiar flora y fauna por la sierra (tengo documentos gráficos). Abrió puertas para que los más avispados siguieran estudiando con becas en Alicante. Alguno llegó a ser médico. Fue también represaliado simplemente por ser de ideas de la Institución Libre de Enseñanza con años de aislamiento y hambre para su mujer y para mi hermano mayor nacido en el 39. Al final de la función estaba llorando a lágrima viva y no pude reprimir, mientras aplaudía a rabiar, un grito. ¡Vivan los maestros! Hoy la escuela de Sella lleva el nombre de mi padre: Grupo Escolar Antonio Mora. Creo que se entenderá mi emoción. Quienes piensen que la educación abre puertas a las mentes y mejora el mundo no deberían perderse esta obra, allá donde quiera que se represente. Sólo con asistir a este espectáculo, di por bueno el viaje a Madrid.

José Manuel Mora.









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