Volver la vista atrás, de Juan Gabriel Vásquez

Colombia

He aquí que, sin proponérmelo, he leído casi seguidos dos libros de autores colombianos. El de Abad, hace bien poco, Salvo mi corazón, todo está bien. Ese país, Colombia, es una de mis asignaturas pendientes en América Latina. Siempre me ha atraído, pero nunca me he animado a visitarlo, dada la situación que se vive allá. Ambos me han devuelto las ganas de visitar la tierra donde dicen que se habla el castellano más hermoso. VÁSQUEZ, Juan Gabriel. Volver la vista atrás. Barcelona: Ed. Penguin Random House, Alfaguara, Narrativa Hispánica, 2021, Premio Bienal de Novela Vargas Llosa. 475 págs. 


El autor, nacido en Bogotá en 1973 y que ha vivido en Barcelona, ciudad que conoce bien, se ha dedicado a la traducción del inglés y el francés y al periodismo de opinión, y causó impacto con su novela El ruido de las cosas al caer (2011), que no he leído. Dedica el libro a la familia de Sergio Cabrera, y arranca con una cita del autor británico F. MadoxUna novela debería ser la biografía de un hombre o un caso, y toda biografía de un hombre o un caso debería ser una novela. El autor revela en el epílogo que, aunque llevaba preparándola desde años antes con entrevistas, conversaciones grabadas, correos, mensajes de texto, fotografías, fue durante el encierro pandémico cuando pudo acabar de encontrar la voz para contar "el gigantesco pedazo de montaña que es la experiencia de Sergio Cabrera y su familia" (pág. 473). Del mismo modo que Abad contaba la vida de su amigo sacerdote, reelaborándola, Vásquez confiesa que su labor de novelista consistió en "darles  a esos episodios un orden que fuera más allá del recuento biográfico: un orden capaz de sugerir o revelar significados que no son visibles en el simple inventario de los hechos, porque pertenecen a formas distintas del conocimiento" (pág. 475).  Más adelante, y a propósito de un trabajo de Fausto, reflexiona: "Qué difícil era imaginar una historia sobre un hombre real que además hemos conocido" (pág. 301). Dificultad que seguro vivió Vásquez al escribir su libro.


Y así, el autor arranca desde el presente, 2016, "según me lo contó él mismo" [Sergio] (pág. 13), año en que muere Fausto Cabrera, padre del que acabará siendo cineasta y protagonista de la historia, que se confiesa "discípulo de mi padre" (pág. 29). La visión de Montjuic lo retrotrae, al "Volver la vista atrás" del título, a la huida de la familia de Fausto para escapar de la Guerra Civil. Venezuela, República Dominicana, hasta aterrizar en Bogotá, en Colombia, allá por 1945, con todas las penurias de los exiliados de una guerra. La llegada de Raúl, hijo de Sergio, de dieciocho años, a Barcelona para estar presente en la retrospectiva que le dedican a su padre, lleva a éste a rememorar su salida en plena adolescencia, junto con sus padres y su hermana, a la China de Mao, donde se estaba instaurando la Revolución Cultural. Estamos en el 68, cuando todo parecía posible  y cuando los enfrentamientos dentro del ideario comunista eran feroces: trotskistas, pro soviéticos, maoístas... cada grupo era revisionista para quienes no fueran de la facción propia y por lo tanto traidor al pensamiento marxista-leninista. Es así como la familia de los Cabrera, bien instalada en la burguesía colombiana, opta por vivir en la China revolucionaria, aunque ello comporte contradicciones sin cuento: vivir en el Hotel de la Amistad, reservado a extranjeros con todas las comodidades y a la vez, para Marianella y Sergio, ser inscritos en la escuela de élite Chong Wen para hijos de extranjeros asimilados. Ambos irán asumiendo de forma natural el idioma, el adiestramiento militar y las consignas revolucionarias, lo que se completará con el aprendizaje de tareas manuales en una fábrica. Todo ello le será de gran utilidad cuando se infiltre en la guerrilla. "Sergio descubrió un fervor que no había sentido hasta entonces" (pág. 155), lo que no impide ver actitudes entre sus compañeros que son capaces de apalear a un viejo profesor por considerarlo burgués. Cuando sus padres regresan a Colombia para integrarse en el Partido Comunista Marxista-Leninista-Pensamiento Mao Tse-Tung (¡uf!), Fausto es recibido como embajador involuntario, "había visto de cerca los éxitos de la Revolución (y estaba dispuesto a callar los fracasos" (pág. 157). Y como le sucedió a tantos otros "su idealismo le estaba llevando a condenar a gente valiosa cuando no veía en ellos el compromiso que esperaba" (pág. 282).  
  

Con la formación completada, Sergio y su hermana viajan a Colombia para integrarse en el EPL (Ejército Popular de Liberación), donde ya sus padres han asumido responsabilidades. Algunas experiencias en el seno de la guerrilla les hacen plantearse dudas, como el acoso a Marianella por parte de un jefe, que la hace desertar. Sergio ve otras contradicciones: "La revolución era inseparable de un cierto puritanismo" (pág. 326), a la vez que sucede que "la lucha armada se le había convertido en una rutina obscena" (pág. 363), a pesar de lo cual Sergio sigue cumpliendo con su duro cometido en plena selva. Las penalidades se multiplican: caminatas de días, llagas  e infecciones, asaltos con dinamita... Todo irá confluyendo en un desencanto que lo obligará a tomar una difícil decisión: "Los guerrilleros que se enfrentaban a los dirigentes corrían el riesgo de ser declarados revisionistas o contrarrevolucionarios" (pág. 418), con el peligro que eso comportaba. Pero era consciente de que "había dedicado todos los años de su adolescencia y de su incipiente adultez a prepararse para algo que no había tenido lugar [...] hacer la revolución" (pág. 418). 
 

Cuando toda la familia logra reunirse de nuevo, la pasan "contando cada uno sus propias historias de decepción y rabia" (pág. 418). Sergio tomará la decisión de salir del país llevado de "una urgencia visceral de cortar con todo y volver a empezar" (pág. 436) para dedicarse a lo que de verdad le apasiona, el cine. La narración vuelve a Barcelona, donde se le rinde un homenaje en la Filmoteca, y donde se reencuentra con su hijo Raúl, el nombre con el que lo bautizaron en el comando y donde se dice que "el cariño de sus hijos era lo único firme que le quedaba en la vida" (pág. 309). El círculo se cierra. Contar esta historia le ha permitido a Vásquez desplegar  un vasto panorama que hace coincidir pasado y presente, lo íntimo con la político que lo condiciona, más en un país y bajo una ideología en los que cualquier inquietud personal puede ser perseguida como una forma de aburguesamiento. Toda esta narración detallada y desbordante, que se nota que ha sido vivida por sus protagonistas, deja poco espacio para florituras estilísticas, aunque quiero dejar un par de figuras que me han llamado la atención: "Las sillas de terciopelo sollozaban" (pág. 64) mientras Fausto recitaba a M. Hernández; o esta otra, "zigzagueando entre piedras lisas, como hipopótamos sumergidos" (pág. 379), que me ha traído a la cabeza a su compatriota, G. Márquez. Y mientras, en este 2023, siguen las conversaciones entre el Gobierno de Petro y la guerrilla, para intentar poner fin a un conflicto de más de cincuenta años y que ha generado millares de víctimas. Ojalá pueda llegar a conocer aquel país andino y caribeño, indio y colonial, amazónico  y de ríos interminables, donde seguro se puedan vivir experiencias por fin gozosas.

José Manuel Mora.












Y la perspectiva es la de Sergio, al que tenía localizado como director de cine. 

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