Canción para hombres grandes, de Rafa Cervera

Señores

Creo que no es frecuente en mí compaginar la lectura de varios libros. Es posible que lo haya hecho alternando poesía y narrativa, pero no suelo. Esta introducción viene a cuento de que, a la hora de hacer las maletas, meter el volumen que tenía entre manos, un auténtico ladrillo de quinientas páginas, podía hacer que tuviera que pagar suplemento de equipaje. Así que lo dejé en casa y lo sustituí por algo más manejable. Cervera, Rafa. Canción para hombres grandes. Zaragoza: Ed. Jekill & Jill, 2022; ejemplar nº 702 de una tirada de mil, de 216 págs. Si anoto estos datos es porque no son frecuentes que se vean incluidos en los créditos. La casa editorial me era desconocida, pero es evidente el cuidado en los detalles, como señalar  al autor de la curiosa imagen de la cubierta, obra de Josep Ros, y la foto del autor que aparece en la solapa, a cargo de Álvaro Leivas


Cervera (Valencia, 1963) es desde joven periodista musical. Ha escrito para cabeceras importantes, como Fotogramas, Rolling Stone, Diario 16, o El País. Ha trabajado en programas de radio y televisión, para Canal 9, T.V.E. o Radio 3. Además ha publicado libros de temática musical, como Alaska y otras historias de la movida (Plaza & Janés, 2002), como un modo de contarse a sí mismo, según confiesa; y novelas, Lejos de todo (Jekill & Jill, 2017), que ganó el Premio de la Crítica Literaria Valenciana al año siguiente, adentrándose en un adolescente admirador de D. Bowie, y Porque ya no queda tiempo (Jekill & Jill, 2020), especie de memorias falsas trufadas de verdades. No estamos hablando pues de un novato, aunque he de confesar que me era absolutamente desconocido. Sin embargo, al ir avanzando en la lectura, me venían a la mente títulos ya leídos y reseñados aquí: el confesional El amor del revés, de Luisgé. Martín, o el mucho más doliente París- Austerlitz, de R. Chirbes. Ambos son declaraciones de un modo de estar en el mundo, el hecho de ser homosexuales confesos sus autores. Cosa que también sucede con Cervera, aunque no hay en él ese poso de amargura que destilan los antes citados.


Es más habitual, al leer historias de relaciones entre varones, que estos sean jóvenes, bien parecidos, atormentados por sus dudas e inseguridades íntimas, por la incomprensión de quienes les rodean, por los amores desgraciados, o jovenzuelos inconscientes dedicados a vivir la vida alegremente sin asomo de remordimiento, como si no hubiera un mañana... Ése es el cliché. Parece evidente que Cervera ha decidido desde el principio romper el molde. El protagonista y narrador de la historia es un hombre en la cincuentena, que acaba de divorciarse de Carolina, la mujer de su vida, "lejos de mi pulverizado matrimonio" (pág. 20), porque ella ha dado el primer paso. Él piensa que "cuando el apasionamiento entre dos personas se termina, no debería hacerlo de manera unilateral" (pág. 36), por todo el dolor que causa en quien no lo ha decidido. Y es que "el amor se va de la misma manera que aparece, sin dar explicaciones" (pág.39).Tras haber vivido una relación matrimonial ordenada, sujeta a lo que se espera de una pareja que lleva doce años junta, la crisis, la sensación de culpa, lo lleva a dejar "que actuara el instinto, que me empujaba, cada vez con más fuerza, a explorar versiones de mí que dormían en un coma inducido" (pág. 41). Comienza entonces a acostarse con todos los varones que se giran cuando él lo hace, aunque "aún estoy aprendiendo a interpretar las miradas de los hombres" (pág. 13). Hay una sola restricción, deben ser mayores que él, ya que "meter juventud en la cama me aburría lo indecible" (pág. 19). En Barcelona acaba encontrando un refugio gracias a Martí, un anticuario que termina siendo su amante, a la vez que forma pareja con un hombre de casi setenta años, Sarriá, a quien aquél no está dispuesto a dejar, ya que "la libertad que nunca se arrebataron el uno al otro les permitió mantenerse unidos" (pág. 64).


Intercalados entre los capítulos que van dando cuenta de cómo avanza esa relación, el narrador va incluyendo de forma desordenada una serie de "cuerpos" numerados, sin nombre, a los que sólo quiere distinguir por su profesión. "Coleccionaba instantes y enumeraba oficios, aguardando la aparición de un hombre que mereciera ser recordado" (pág. 17). Y al hacerlo, empieza a entender mejor a las mujeres cuando se sienten utilizadas: "Yo también busco cuerpos para usar, manchar, olvidar. Pero a la vez, comienza a ser urgente tener a alguien a quien poder querer sin sentirse intimidado." (pág. 25). Y esto lo hace con ironía, con sentido del humor no exento muchas veces de amargura por la insatisfacción, pero sin tapujos ni moralinas de ningún tipo, con ternura también por algunas de las personas con las que se acuesta. Sin embargo no es esa retahíla de encuentros fugaces lo que da hondura al personaje, el valenciano, que es como lo llama Sarriá por su origen, sino la íntima contradicción en la que vive: "El hombre que quiero llegar a ser mantiene una contradicción con el hombre que fui hasta hace poco" (pág. 23). Eso y el que todas sus nuevas vivencias, sus "crónicas eróticas", se vayan plasmando por escrito en lo que puede acabar siendo la novela que uno tiene entre manos. "Lo que siempre he intentado hacer es imaginar, contar, narrar" (pág. 29). Y hay al final de la novela un giro curioso, un cambio de perspectiva narrativa inesperado. Las preguntas del escritor se van acumulando a la vista de sus experiencias: ¿Cuáles son los resortes de la masculinidad, los del deseo? Intenta con toda esa sucesión de encuentros dejar claro que el erotismo no tiene nada de sucio, que es mucho más reprobable la avaricia. Placer, amor, vejez, muerte, van formado ese cóctel que acabamos bebiendo. "Como homosexual era un desastre, y como heterosexual, una ruina. Me sentía un tránsfuga de todos los mundo posibles. Era entonces cuando quería convertirme en una de esas personas que podían ser lo que quisieran, sin preocuparse de tener que elegir una etiqueta. Que actuaba sin que importase la categoría en la que fuesen a colocarlos. Ahuyentar el miedo, de eso se trataba. De eso se trata siempre" (pág. 146). Y de vivir en libertad.

José Manuel Mora. 












Comentarios

lentejita ha dicho que…
Me siento muy aludida por tu excelente presentación, a pesar del "Señores" que has soltado como apertura...nadie es perfecto