El caftán azul, de Maryam Touzani

Del trabajo bien hecho

Desde fuera, sin conexión con televisiones ni periódicos, resulta difícil saber lo que pasa en la ciudad que dejas. Nos habían llegado noticias de una peli de la que no había leído ninguna referencia, con lo que a veces viene bien ir a ver algo de lo que no se sabe nada. Así me sucedió con este título, El caftán azul, dirigida por  Maryam Touzani, directora marroquí, quien ha participado también en la escritura del guión junto con Nabil Ayouch, en una coproducción de varios países, estrenada en 2022. Touzani es además escritora, actriz, documentalista, y ya había visto de ella con mucho gusto, Adam (2019), en la que ya muestra una sensibilidad extraordinaria por los temas sociales, por la integración, por los derechos humanos.


Y ya desde los planos iniciales, durante los créditos, acompañados de una música exquisita de Kristian Andersen
, se muestra una sensibilidad especial a través del tacto de una pieza de tela que será el material del que se acabará confeccionando el caftán del título. Es una peli austera, de tan sólo tres personajes: Halim (Saleh Bakri), Mina, su mujer, (Lubna Azabal, mejor actriz en la Seminci), que regenta con mano de hierro el pequeño comercio, y un joven aprendiz (Ayoub Messioui). Además se desarrolla en apenas dos localizaciones: la tienda-taller y el hogar del matrimonio. La cinta se centra aparentemente en el trabajo artesanal que el sastre realiza, ocupación llamada a desaparecer, como muchas de las labores manuales que tanto prestigio tenían antaño y que en la medina de Salé todavía siguen siendo valoradas. Sin embargo el protagonista es un hombre silencioso, centrado en su trabajo y en su propio interior. Algunas miradas delatan  que puede tener otros intereses ocultos, aunque la figura de su mujer, gravemente enferma, es para él centro de su vida, lo que no quita para que necesite ir de vez en cuando a desahogarse al hammam. La aparición del aprendiz puede poner en peligro el equilibrio en el que han vivido. El amor que acaban compartiendo les ayudará a superar las dificultades que la vida les va presentando. 

La delicadeza con la que la directora retrata a estos tres seres y el modo en que no necesita ser demasiado explícita para mostrar la oculta tendencia homosexual de Halim, asunto invisibilizado por la moral islámica, supone una inteligencia especial. Película de miradas, de "piel", cuando es necesario, melodrama elegante y emotivo que habla del compartir de esa pareja, de sus dolores y secretos. Citaba antes el tacto, a través de la fruta, del bordado, de los hilos dorados, de las cicatrices corporales. Hay un silencio que acaba siendo cómplice. Todo retratado con una cámara respetuosa, con una luz capaz de crear atmósfera (qué buena la fotografía de Virginie Surdej), con una calma que tal vez a alguien le parezca premiosa, pero que a mí me parece la más adecuada a la historia. 


Azabal, que ya ha trabajado a las órdenes de la directora en Adam, y que me deslumbró en Incendios, compone una mujer de carácter, herida interiormente, pero con una complicidad y un amor por su esposo que resultan conmovedores. Bakri lo dice todo con esas miradas silenciosas, atentas a su compañera y al joven aprendiz, entre quienes reparte atenciones. Messioui da la inocencia y la complicidad justas para resultar creíble en su llanto de espaldas. El baile de los tres al ritmo machacón de un casete portátil que suena en la calle, me parece que no se me va a olvidar en mucho tiempo. 
Probablemente, películas como ésta, en una sociedad en la que el cine sigue ocupando un papel social importante, puede abrir puertas a asuntos tabúes, como el de la maternidad sin padre conocido, o la atracción homosexual, tan denostada allí, pero sin subrayados por parte de Touzani, a través de historias de cuidados mutuos, de emociones  tan humanas...

José Manuel Mora.



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