La fragilidad de todo esto, de Oriol Nolis Curull

La muerte de la madre

Apenas el recuerdo de una reseña leída al vuelo y una anotación en mi lista de "pendientes" han hecho que me decidiera por este libro. Al ver en la contracubierta la rápida sinopsis pensé que tal vez no había sido una buena elección. Luego diré por qué. Nolis Curull, Oriol. La fragilidad de todo esto. Madrid: Ed. Círculo de Tiza, 2022; 234 págs. Me ha gustado la presentación física del libro, proveniente de una editorial minoritaria de la que no había oído hablar. Me ha sorprendido también que el autor, catalán, haya optado por publicar en Madrid.

 

Y cuando me pongo a investigar en la biografía del escritor, más allá de los datos de la solapa (Barcelona, 1978), licenciado en Derecho, periodista y escritor, además de presentador del telediario en TVE, donde nunca lo llegué a ver, empiezo a entender algo de lo dicho más arriba. Ya había publicado un título con anterioridad, La extraña historia de Maurice Lyon (2015), desconocida para mí y, tras la muerte de su madre, antes de la pandemia, escribió el que he tenido entre manos. Explícitamente homosexual, como su personaje, pretende vivir su condición con naturalidad en todos los ámbitos. Y eso se trasmite a su escritura, como veremos. 


Si he mencionado sus preferencias sexuales no ha sido por afán de comadreo, sino porque él mismo reconoce que el protagonista de su novela, Óscar, es una especie de alter ego que comparte muchos de los rasgos del propio escritor, pero reelaborados literariamente: "Un gay divorciado que aún no sabe relacionarse con su familia, desencantado con el trabajo y desconcertado por un novio mucho más joven" (pág. 186), con un punto de misantropía, "No quiero compromisos [...], me niego a seguir el paso que marcan otros" (pág. 58), y que ha tomado conciencia de ser quien es con ánimo de vivirlo sin miedo, lo que ha sido "probablemente lo más determinante que he hecho en mi vida" (pág. 101), como le sucedió al presentador del telediario. Y usa siempre el término importado, ya que del más local, maricón, dice: "qué mal suenan las palabras cuando quieren hacer daño y logran hacerlo" (pág. 103). Para compensar marginación y angustia se refugia en la literatura, la música y el cine, del que hay constantes referencias a títulos icónicos. Y lo sigue haciendo tras romper con Albert, con el que formó una sólida pareja de diez años en la que "la manga ancha que nos dimos para seguir viviendo en una especie de libre albedrío que respetara al otro y mantuviera la lealtad y el horizonte de un proyecto común" (pág. 35) no fue suficiente por la aparición de Gerard, diez años más joven.


Con todo ello no es la cuestión apuntada el eje del libro que más me ha llegado, aunque ocupe parte de las reflexiones y las vivencias del protagonista, sino el hecho de que desde el principio sabemos que la madre está ingresada en la UCI y que su hospitalización durará más de cuarenta jornadas interminables. "Desde ayer, cuando supimos que ibas a morir, vivo en una absoluta sensación de irrealidad" (pág. 19). Y aunque sabemos que la ley de la vida hace que normalmente los hijos sobrevivan a sus padres, no queremos pensar en la desaparición de quienes nos han criado, nos han educado, nos han trasmitido afectos y traumas, hasta que la realidad se impone. Hay un "analfabetismo emocional", en palabras del autor, que hace que todo lo vivamos  con desgarros sin cuento. Es "la fragilidad de todo esto", que reza el título. No con cuarenta, sino con veintisiete, yo viví mi propio calvario en la clínica J. Díaz de Madrid, donde ingresamos a mi madre con un cáncer avanzado, en la que fue objeto de la experimentación de las primeras quimioterapias. Y uno se debatía entre la esperanza de una remisión del mal y la evidencia de un fin cada vez más próximo. Y, como Óscar, "Yo hubiera hecho cualquier cosa, cualquiera, para que dejara de sufrir" (pág. 42). Como en la novela, en la que toda la familia se apiña en torno a la cama de la enferma, mi hermano y yo nos alternábamos acompañándola en días interminables. Dice el narrador: "Quiero dejar de verla así. Quiero que todo esto termine" (pág. 201), algo que seguramente yo también musité. Hace cuarenta y ocho años de aquello y la novela me lo ha hecho revivir con intensidad, seguramente porque el autor ha sido sobrio estilísticamente  a la hora de exponer su dolor, a la vez que muy auténtico en la plasmación de sus emociones en este relato íntimo de amores, desamores y pérdidas irreparables que muestra que, a pesar de todo, hay que seguir batallando por ser felices, aunque "la felicidad está para vivirla, no para escribirla" (pág. 141). Así pues, un novelista, que además es presentador.

José Manuel Mora. 




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