The Last of Us, de Craig Mazin y Neil Druckmann

No es una de zombis

A los blogues hay que alimentarlos, como a las mascotas, si no la gente deja de visitarlos. Mi viaje a Italia, del que daré cuenta con el paso de los días, ha supuesto un paréntesis importante en mi actividad. A la vuelta, me encuentro con que la serie que empezamos hace semanas, ha concluido por fin con el noveno episodio. Cuesta enganchar el clímax, con tantos días de separación desde el penúltimo que vimos. Pero no quiero dejar de comentarla, para ayudar a la memoria posterior. The Last of Us, está colgada en HBO (enero, 2023) y es una creación realizada a partir de un videojuego de Naughty Dog, del mismo nombre, que vendió 37millones de copias para la play. Sus creadores son  Craig Mazin (Chernóbil) Neil Druckmann. Ambos son también autores del guión. Y mención aparte merece la excelente, inspiradísima, partitura de la serie, obra de Gustavo Santaolalla.

He de decir que por principio me niego a ver historias de zombis, vampiros etc... Sin embargo el primer episodio logró engancharme con la supuesta entrevista televisiva, en la que se auguraba que el final de la humanidad no vendría de la mano de un virus, como el covid, sino de un hongo, el cordyceps, imposible de combatir ni curar. El cambio de perspectiva y lo bien rodado que estaba el primer capítulo hicieron lo demás. Pronto nos vimos atrapados por la historia de esos dos personajes, Joel (Pedro Pascal) y Ellie (Bella Ramsey), que huyen en un mundo postapocalíptico, en el que la naturaleza ha vuelto a ocupar espacios en ciudades desoladas, lleno de peligros, infectados de variadas clases, patrullas de autodefensa, comunidades antropófagas, zonas de cuarentena, en busca de un lugar en el que poder reiniciar sus vidas. Uno de los grandes aciertos de la serie es presenciar la evolución de la relación de ambos. Él ha perdido a su hija y carga sobre sus hombros todo el dolor que un ser humano pueda soportar, y ella está sola en el mundo. Lucha y supervivencia se dan la mano constantemente, asegurando la adrenalina, pero son las relaciones humanas y los planteamientos morales que se van sucediendo, los que han acabado por atraparme, esa dificultad para encuadrar todo en la bipolaridad del blanco y el negro. Aquí priman los grises, la ambigüedad de los comportamientos humanos. Son éstos los que están en el centro del foco, y no los zombis, sus diferentes maneras de reaccionar a ese fin del mundo que acecha, lo que permite reflexiones políticas y sociales. 

Pascal, actor chileno al que no he conseguido reconocer de su paso por Juego de Tronos, encarna a la perfección a ese hombre duro, doliente, de pocas palabras, que va encariñándose cada vez más con la adolescente a la que protege, una Ramsey, que también actuó en aquella pelea por el trono, frágil y dura a un tiempo, capaz de defenderse cuando es necesario y de solidarizarse con el compañero del que en un principio desconfió, con ojos fascinados ante un mundo que murió con la pandemia y que es una sombra del que existía antes de que ella naciera. El tercer capítulo, una película en sí mismo, me ha resultado una de las más hermosas historias de amor. Bill (Nick Offerman) y Frank (Murray Bartlett) serán capaces de encontrar la felicidad, a pesar de los tiempos oscuros que viven y la música tendrá su parte, esa preciosa canción, Long, Long Time, que habla de esperanza, a pesar de todo.


Así pues, a pesar de ser "de zombis", la he disfrutado en medio de tanto desastre y tanta violencia, gracias a la solidaridad que la pareja protagonista pone en juego.

José Manuel Mora. 



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