Autismo

¿Es posible que esté cambiando el paradigma, que decimos los modernos?. Me da la sensación de que, dada la abundancia de oferta, la gente no puede estar atenta a todo y además es difícil coincidir en el visionado con amigos, o familiares, con quienes antes se comentaba "la película" de la noche anterior. Todavía en tiempos de Juego de Tronos o de The Crown, parecía haber una mutua trasmisión de opiniones. Ahora da la impresión de que ya no se recomienda ver determinados títulos. Más si, como es el caso, han pasado años de su estreno. Hace un mes que hemos aterrizado en una serie de hospitales, a las que no soy nada aficionado. Las icónicas me las perdí. Sin embargo hemos seguido en Netflix las tres primeras temporadas de The Good Doctor, por una razón que explicaré más abajo. 

La serie comenzó a emitirse allá por 2017, de la mano de David Shore (creador también de la famosa Dr. House), que se basaba en una surcoreana del mismo nombre de 2013. De momento ya van seis temporadas ¡de 18/20 capítulos cada una!, pero que se ven rápidos porque suelen durar 45 mi. La estructura es sencilla y repetitiva: en un hospital del área de California, aunque se ha rodado en el Ayuntamiento de Surrey, en Vancouver, un grupo de cirujanos residentes, se afanan por conseguir la permanencia en el equipo, para adquirir experiencia y lograr un puesto fijo. La serie responde a los cánones de lo políticamente correcto en lo que a diferentes orígenes raciales de los protagonistas se refiere, (latinos, orientales, afroamericanos), a la práctica impecable de los médicos en un centro privado, en el que hacer pruebas diagnósticas, complicadas y caras, parece que no cueste nada, en el que las actitudes de los profesionales son siempre respetuosas con la problemática, variadísima, de los enfermos que llegan, lo que no impide que las rivalidades, los resquemores, los afectos, oscurezcan en ocasiones el funcionamiento del equipo... 

¿Qué ha sido pues lo que nos ha hecho permanecer atentos a una historia llena de tecnicismos y sufrimientos? Sin duda la figura del Dr. Murphy, protagonizada por un tal Freddie Highmore, quien a partir de ahora no se me va a despintar. A pesar de una infancia difícil ha conseguido, tutelado por el Dr. Glassman (Richard Schiff), alcanzar la excelencia en los estudios. Parece que todos los libros de medicina que estudió los tiene presentes en su cabeza al mismo tiempo, lo que le da una extraordinaria capacidad  para el diagnóstico certero. Existe sin embargo un problema, es autista. Son conocidas las limitaciones que esta enfermedad comporta para quien la padece, sobre todo a la hora de socializar con los demás. Estas personas, por otra parte, son incapaces de empatizar, tampoco saben mentir, ni captar la ironía o los dobles sentidos, todo para ellos es literal,  tampoco pueden controlar lo que se debe o se puede decir en cada situación. Ello supone a veces situaciones conflictivas y en otras provoca la carcajada. Las reticencias de sus compañeros son grandes, pero su capacidad de diagnosis lo hace ir siendo valorado cada vez más. ¿Qué sucede con quienes no son capaces de dar la mano para saludar, o de palmear la espalda de alguien compungido, o de abrazar o ser abrazado? La evolución del personaje ha sido lo que nos ha tenido fascinados.  No hay cambio repentino, sino que todo sucede por modificaciones que se producen en situaciones de crisis.


La interpretación de Highmore es un portento de composición corporal, gestual, verbal. Y resulta siempre creíble. Del mismo modo Schiff ha de alternar el papel de jefe con el de mentor, intentando no pasarse en la protección para dejar autonomía a su protegido. El resto del elenco actúa de forma más "serializada". Con todo, es un buen paseo por el mundo hospitalario, pero sobre todo por el mundo interior de alguien problematizado con la realidad que lo rodea. Si se tiene tiempo, es una buena distracción. 


José Manuel Mora.



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