Costiera Amalfitana

El golfo del sur: Salerno

Hay nombres evocadores, y Amalfi es uno de ellos, aunque no se tenga demasiada información sobre el lugar. Sin embargo la noche no ha sido tranquila, pensando en el reto de la carretera que tendremos que hacer por esas cornisas entrevistas en las fotos. Como no queremos que la carretera se nos llene, hoy es sábado, salimos pronto con ayuda del navegador. Y voy conduciendo con relativa tranquilidad, bordeando la costa, dado que la barrera protectora impide vislumbrar el precipicio. De vez en cuando, un pequeño ensanche a la derecha permite detenerse un momento para hacer las fotos de rigor. "Yo estuve allí", etc... Y es entonces cuando uno se da cuenta de la altura a la que circulamos, al ver los pinos agarrados de sus raíces para no caer a plomo, y se va haciendo evidente el destrozo urbanístico que supone construir hasta el mismo borde del mar, como si las casas se hubieran ido despeñando hasta llegar a la playa. Nada que no hayamos visto en nuestra tierra.


















Cada vez hay más coches aparcados en el lateral, uno detrás de otro, lo que me obliga a conducir sobre la mediana. Hacia Positano el tráfico se va adensando: ciclistas sabatinos, semáforos que obligan a detenerse y que convierten la carretera en strada di solo una via, autobuses con los que me cruzo, que ocupan toda la calzada y que pasan a un palmo, literal, del coche que conduzco, lo que hace que empiece a ponerme nervioso. Todo confluye en un pueblo blanco que se va desbarrancando hasta la playa minúscula. No hay párquines que permitan dejar un rato el coche y pasear para visitarlo. Non c'è posto, gritan los carabinieri. Aunque según la guía parece que el pueblito se dedica casi en su integridad a comercios de moda, joyería y cerámica. Así que no lamentamos mucho tener que seguir. Los italianos saben vender sus mitos y una sesión de fotos nos obliga a parar, porque la cinquecento no permite el paso. Aprovecho para hacer la foto.


Hay veces que tengo la sensación de estar pasando por el antiguo túnel del Mascarat, que se atravesaba en mi época para ir a Valencia, con su semáforo y todo. Cuando llegamos abajo, al nivel del mar, ya en Amalfi, hay una playa no muy grande. Nadie se baña, aunque algunos toman el sol. Los aparcamientos están llenos y tan sólo me puedo detener un instante para llevarme la tarjeta postal en el móvil. No hay ocasión de tomar ni un triste gelatto sentados en una terraza para descansar de tanto tráfico enloquecido. Parece que el interior del pueblito sí valdría la pena poderlo visitar. Si esto es en marzo, no quiero ni pensar qué sucederá en el ferragosto




El pueblito que se ve encaramado en lo alto del picacho de la última foto es Ravello. Nos informan que el desnivel para llegar hasta arriba es potente y eso, y que el dueño del B&B nos espera, hace que desistamos de la empresa. Las vistas, casi aéreas, desde lo alto deben de ser majestuosas. A pesar del cansancio y la tensión de conducir en estas condiciones, sigo disfrutando de estas laderas pétreas festoneadas del verde de los pinos, de las torres "sarracenas", que se adentran en el mar para otear la presencia de posibles piratas desde acantilados imposibles, y que hoy están ocupadas por restaurantes exclusivos. Hay también alguna que otra playita y muchas escalinatas que bajan desde los chalés a plataformas de cemento desde las que darse un chapuzón. Llegamos a la conclusión de que lo que en otro tiempo pudo ser un lugar encantador, ahora está gentrificado (perdón por el palabro). 




 






Y así, cuando colocamos en el navegador nuestro destino, Vietri sul Mare, me parece que el final del tormento está cerca. El propietario del "Bella Vista Costa d'Amalfi" se ha largado a Salerno y nos ha enviado un vídeo con las instrucciones para poder entrar en el apartamento que hemos reservado. Algo así ya vivimos en Brescia y no nos hace ninguna gracia, porque no hay nadie a quién recurrir si fuera necesario. Sin embargo al entrar en la habitación y asomarnos a la balconada, se nos acaban las pegas. Más, al saber que el B&B cuenta con aparcamiento privado y único para que duerma el coche. 


Nos ha dejado dicho que vayamos a comer a un ristorante cercano, "Da Lucia". El sol es fuerte y nos instalamos en el interior, casi solos a esta hora tardía para los de aquí. Antipasti y una fritura de pescado nos será suficiente. Necesito una siestecita para liberar el estrés sufrido toda la mañana. Cuando volvemos  a salir, el sol ya va declinando por detrás de la montaña, no en el mar. Recorremos el Corso Umberto I, lleno de tiendas en las que se exponen multitud de cerámicas de todo tipo. Parece que es el producto estrella del lugar. Y en verdad vemos piezas curiosas. A esta hora de tarde sabatina la calle, peatonal, está llena de lugareños y turistas. La recorremos con tranquilidad, deteniéndonos y mirando. 


 














Adentrarse por las callejas del casco antiguo es alejarse de lo "turístico". Algunas se abarcan con los brazos extendidos hasta tocar las paredes, como si fueran callejones andaluces. Otras resultan imposibles para la circulación, aunque ellos lo intentan. 


 












Y se hace la hora de ir acabando la intensa jornada. Mañana tenemos otro de los platos fuertes del viaje, así que regresamos por el Corso, donde nos vuelven a asaltar nuevos ejemplos de cerámica local. Dejo aquí un par de ejemplos, unos más ingenuos, otros más elaborados, y me retiro.










José Manuel Mora.

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