Descubriendo Nápoles

Conventos y museos

El comedor del B&B, donde sirven el desayuno, resulta soleado y plácido. No hay muchos huéspedes y el bufé es aceptable. Desde uno de sus ventanales se divisa el Castel Nuovo y una esquina de mar, y de la calle se alza un rumor permanente de cláxones y sirenas que parecen llegar tarde a todos sitios, como si de una locura colectiva se tratara. Por momentos, en una rara calma, suenan las campanas de una iglesia cercana, como sucedía en mi niñez. Enfilamos la Via Toledo, cuyo nombre se debe a un virrey español. Pensar que Garcilaso anduvo por aquí como su protegido, aporta un plus de interés a este antiguo profesor de literatura. A pesar de ser un lunes de mañana, la calle tiene aire de manifestación, tal vez por estar peatonalizada. Al estruendo automovilístico, ya citado, se suma una suciedad que lo cubre todo. Pero, a pesar de la fealdad ambiental, la ciudad no pierde su encanto, dado el número de palacetes e iglesias que la bordean. Nos desviamos hacia la Chiesa del Gesù Nuovo, que ya vimos anoche mal iluminada y que ahora luce espléndida y sorprendente, casi caprichosa con su almohadillado puntiagudo, "a punta de diamante", todo en negro, lo que contrasta con el mármol blanco de la portalada y de los ventanales. 


Aunque originariamente de fachada renacentista, en cuanto entramos en su interior nos dimos cuenta de cuánto barroco se almacenaba en cúpula, paredes, techos y altares: casetones, columnas de alabastro rojo, órganos gemelos y enfrentados, altares laterales con gran número de testas que son a la vez relicarios de santos, no sé si columbarios. Hay poco de auténtico ahí, dado la de veces que ha sido restaurada y vuelta a levantar debido a temblores sísmicos. El inmenso fresco situado sobre la puerta principal es imponente, aunque no más sea que por su tamaño. 










Enfrente está la Chiesa di Santa Chiara, señalada por una torre cuadrangular exenta, cerca de una portalada con fachada gótica, sencilla, casi sin adornos, con uno arcos apuntados y un pequeño rosetón calado superior, salvado de la edificación original, que fue destruida por los bombardeos de 1943. Dicen que es la iglesia de este estilo más grande de la ciudad, aunque reconstruida de acuerdo a los estándares antiguos. En su interior lo que llama con más fuerza la atención es los suelos de mármol de diseño geométrico.






El atractivo mayor sin embargo se encuentra en un claustro salvado por pura casualidad, cuidadosamente restaurado, con mayólicas dieciochescas, que tienen un aire valenciano muy evocador para los que somos de la zona. El día luce un azul glorioso y, al entrar en el cuadrilátero cubierto de arcos ojivales y de paredes afrescadas, lo que llama la atención es el conjunto de columnas que separan los arriates, cubiertas de azulejos de tonos azafranados, con ilustraciones campesinas, marítimas, mitológicas, de caza, costumbristas, festivas, y que marcan las "calles" del claustro, ocultas algunas por los naranjos plantados. Se suceden las bancadas decoradas, en las que está terminantemente prohibido sentarse, como es natural. Uno puede pasar en el lugar fácilmente más de una hora, curioseando los detalles de paisajes y personajes. Es casi un tratado de sociología de época. Me resulta difícil seleccionar algunos ejemplos. 






























Ya no recuerdo si en el precio de la entrada iba incluida la visita al vecino Museo dell'Opera Francescana que, sin ser demasiado grande, permite contemplar algunas piezas de las salvadas del bombardeo y que han sido restauradas con esmero. Hay escultura, elementos arqueológicos, mármoles... Y un hermoso belén napolitano del settecento que asombra por sus detalles y por la delicadeza de su realización.














A la salida, pasamos por uno de los cortili típicos, donde han decidido facilitar la vida de la gente instalando un discreto ascensor que no desentona en demasía. Llegamos a la Piazza Dante, con la escultura del poeta en su centro y, como fondo de decorado, el Foro Carolino, nuevamente un gran hemiciclo que cierra uno de los laterales de un espacio peatonalizado desde que se realizaron las obras del Metro. Ahí está también la Via Porta Alba que llevaba a la zona extramuros de entonces y donde ahora hay tenderetes de libros, cosa que siempre me alegra ver en las ciudades. Y aún damos con otra galleria, ésta menor que la de ayer, pero que tiene todo su encanto decimonónico, vacía de turistas.






























El plato fuerte lo tenemos programado para la tarde. Hay que reponer fuerzas y tomamos un tentempié en el mismo bar del MANN, siglas que se corresponden con uno de los más importantes de la ciudad, el Museo Archeologico Nazionale di Napoli y, en su género, de los más sobresalientes de Europa. Cabe señalar que en la ciudad se han puesto de acuerdo para que los turistas que llegan a visitarla en el primer día de la semana no se encuentren con el temido cartel: Lunedì è chiuso; ahora cierran cada uno de ellos en lunes, martes o miércoles. Conviene consultar, si se está interesado en visitarlos. El palacete que alberga las colecciones tiene interés arquitectónico por sí mismo. Se empezó a construir en el XVI y tiene un porte de lo más clásico, lo que se pone de manifiesto no sólo por su portalada principal, sino por la soberbia escalinata y los patios interiores, llenos de verde umbroso.




 










Los fondos se distribuyen en diversas colecciones. Empezamos por la bizantina de la segunda planta, con piezas llegadas de Turquía y Grecia, dispuestas en una sala inmensa de techos elevados y decorados al fresco, que fue originariamente una biblioteca, llamada la Meridiana, por tener trazado en el suelo un reloj de sol. Hay piezas de mármol, bustos, cajas de marfil tallado, un manuscrito iluminado, catenato, lápidas funerarias, mosaicos... Y, como nos suele suceder, empezamos con detalles y parsimonia, sabiendo que al final nos faltará tiempo.





























Seguimos con la colección pompeyana, con piezas obtenidas del yacimiento de las ciudades destruidas por la explosión del Vesubio. Mármoles, retratos funerarios al fresco, con un aire de vida en los rostros de los retratados que nos los hacen contemporáneos, bronces magníficos, sarcófagos decorados con bajorrelieves, tablillas de madera, pinturas parietales conservadas milagrosamente, brazaletes de oro, mosaicos con toda la vida cotidiana dentro, alguno digno de M. Barceló... La abundancia de piezas compite con la belleza de los motivos. Sin embargo no hay tranquilidad suficiente para disfrutar de todo ello. El cierre pandémico hizo que se suspendieran las visitas escolares y ahora las criaturas invaden las salas, a veces con atención, en ocasiones más atentas a móviles o cuchicheos con los compis. Sigue siendo una tarea ingrata a veces, gozosa cuando uno ve el diálogo vivo entre la profesora y los críos, siempre más atentos que los adolescentes.


Y ahora sí tengo un problema a la hora de seleccionar algunas de las piezas que más nos han deslumbrado, porque de eso se trata, de cómo la belleza milenaria puede golpear nuestra sensibilidad y emocionarnos tanto, como si el tiempo se hubiera suspendido. ¿Cómo serían las casas pompeyanas originarias de tanta hermosura? ¿Qué ambientes refinados crearían para sus habitantes? Dejo pues algunos ejemplos, aunque no sea más que para despertar el apetito de visitar el museo si algún lector despistado de estas notas  tiene la oportunidad de perderse por Nápoles. Esto es, verdaderamente, da non perdere







Al girar por uno de los pasillo, uno encuentra el Gabineto Segreto, creado a finales del XIX, en el que se exponen piezas que seguramente harán ruborizarse a más alguna persona de espíritu pequeño. De hecho se estuvo cerrando y volviendo a abrir hasta que en el año 2000 quedó por fin a los ojos del público todo. Escenas mitológicas con faunos priápicos, falos enormes a las puertas de las casas para atraer la fertilidad, braseros con figuras de penes erectos, parejas copulando mientras "miran a cámara"... Unas japonesas y otras muchachas estadounidenses se ríen sofocadas, dado lo "políticamente incorrecto " que es todo ello en sus mundos de nuevas correcciones morales. Yo no me quiero privar de escandalizar a algún lector despistado. 






Y cuando ya vamos mirando los relojes, porque sabemos que el cierre está próximo, nos damos cuenta de que nos queda la Colección Farnesio, que toma su nombre del coleccionista del Renacimiento que las fue almacenando y que fue aportada por el español Carlos III, rey que fue de Nápoles y Sicilia, antes de serlo de España. Muchas de las esculturas son monumentales y necesitan de amplios espacios para que puedan lucir su poderío marmóreo. Algunas son originales griegas del periodo helenístico y otras, copias romanas. No me resisto a caer en el tópico y dejar aquí dos de las más famosas Il toro Farnesio y Ercole in riposo.



Después de tanto exceso de belleza, salir a la noche de caos circulatorio y cláxones constantes supone un cambio radical. No sé cómo no sufren todos de estrés agudo en esta ciudad. Bajamos caminando hacia la Universidad, un edificio potente que, a pesar de carecer de iluminación, resulta inmenso. Repetimos en el Signora Bettola y volvemos a disfrutar de las delicias de la cucina naboletana. El B&B está al girar la esquina. No sé si seré capaz de escribir.

José Manuel Mora.

Comentarios

Concha. ha dicho que…
Ya lo he leído