El ancho mundo, de Pierre Lemaitre

Beirut, París, Indochina

Hacía tiempo que no me enfrentaba a un novelón. Y vuelve a ser mi antiguo compañero Pascual quien, a distancia, me sigue sugiriendo títulos y autores. Lo compro sin saber su asunto y sin conocer nada sobre su autor. Lemaitre, Pierre. El ancho mundo. Barcelona: Penguin Random House, 2023, trad. J. Antonio Soriano, cuidadísima, 581 págs. Creo que por una vez, y sin que sirva de precedente, puedo presumir de estar à la page, aunque eso me importe poco a estas alturas del partido.


Gogle y la wiki son extraordinarios instrumentos de los que antaño carecíamos. Y usándolos es como recuerdo que el autor, el tal Lemaitre (París, 1951), fue ganador del prestigioso en Francia Premio Goncourt con su novela Nos vemos allá arriba (2013), que al parecer tiene versión cinematográfica. Que estudiara psicología y creara una empresa de formación pedagógica, además de dar clases de literatura, me acercan al personaje. Por otra parte empezó a escribir tardíamente, en 2006 ganó un premio de novela policiaca con Iréne, primera entrega de una serie protagonizada por el comandante Verhoeven, que tuvo un éxito absoluto y que lo consagró como autor de novela negra, lo que señalo para posibles amantes del género. Todo está publicado aquí por la editorial Salamandra.


He titulado así la entrada, con los nombres de las tres localizaciones, porque es en ellas donde se desarrolla esta intensa, aunque  temporalmente no demasiado extensa  (entre marzo y noviembre de 1948), saga familiar. La familia Pelletier vive en Beirut y es una próspera propietaria de una fábrica de jabones. Los cuatro hijos pretenden abrirse camino lejos del hogar familiar. Bajo mandato francés hasta que consiguió la independencia en 1943, Líbano era tal vez el país más "afrancesado" de Oriente Próximo, por el idioma, por las relaciones comerciales con Marsella... Los efectos de la Segunda Guerra Mundial habían permitido prosperar a algunos, mientras que en París, las consecuencias de la posguerra se seguían dejando sentir. El otro ambiente es el actual Vietnam, donde la colonización francesa había dejado enorme huella y donde en esa época el Vietmin se iba haciendo presente con ataques a las tropas francesas de ocupación de la entonces llamada Indochina, hasta que acabó estallando la guerra abierta de liberación, pero ya contra los estadounidenses. 


El matrimonio Pelletier no parece haber tenido suerte con sus hijos: Jean, el mayor, se muestra incapaz de suceder a su padre en la fábrica y acaba marchado a París, a malvivir en compañía de su insufrible esposa. François miente a sus padres diciendo que se ha matriculado en la Escuela Normal parisina, cuando lo que hace es ser un plumilla que escribe sobre sucesos. Étienne, enamorado de su novio ("La pequeña sociedad de Beirut, en la que la familia Pelletier vivía inmersa, era demasiado civilizada para rechazarlo por sus preferencia sexuales, pero también demasiado burguesa para aceptarlo sin reservas", pág. 23), que ha sido enviado a Saigón, partirá en su busca. Por último, la pequeña, Hélène, acaba también en París huyendo de una turbia historia con el profesor de matemáticas de su instituto. Los padres hacen lo posible por ayudarlos desde la distancia, pero sienten que su familia está en crisis.


La estructura del libro, tres partes y un epílogo, se conforma como un folletín de capítulos cortos. Hay en él un componente de drama histórico, confirmado por las abundantes fuentes que el autor confiesa haber consultado en los agradecimientos. Pero en medio de ese telón de fondo de dos mundos, van apareciendo elementos de novela negra, con asesinatos incluidos, las aventuras que vive Étienne en Saigón ("La calle ya no era más que un muro líquido arañado por una lluvia absolutamente vertical", pág. 54, algo de lo que puedo dar fe, porque lo sufrí cuando estuve por allá), la denuncia del tráfico de piastras con la metrópoli, la desidia de los funcionarios, la incompetencia jurídico-policial en París, el modo en que se oculta el conflicto bélico por parte de los propios militares ("Aquí no decimos la guerra, sino la pacificación [...] Esta guerra es demasiado importante para ponerle fin", pág. 101), aunque sean conscientes de que "esta guerra no se puede ganar" (pág. 105), dados los intereses que hay en juego.  


La trama es un acierto constante en su desarrollo, lo que impide que a uno se le caiga el tomo de las manos, como lo es la sucesión de sorpresas que el escritor va dejando caer. Pero la evolución de los personajes no es menos acertada, lo que incluye reacciones inesperadas y sus cambios de actitud en todos los lugares donde se desarrolla. Algunos llegan a ser caricaturescos, como Jean, o incluso granguiñolescos, como Geneviève, su esposa. Otros, como Étienne, idealista y apasionado, que tiene un componente trágico que lo engrandece. O François quien, a pesar de su brillantez, es explotado en el periódico sensacionalista, a pesar de un editorial que es toda una declaración de intenciones en defensa del buen periodismo y de la libertad de prensa. El ambiente de ese París de posguerra, tan falto de glamur, tan cutre en sus viviendas, refleja muy bien las estrecheces que se debieron de pasar con el mercado negro, las detenciones frecuentes, las manifestaciones sindicales...


Pero si me tuviera que quedar con una parte en espacial, volvería a ir a Saigón, esa ciudad portuaria, caótica, llena de fumaderos de opio y cafés deslumbrantes, en la que "la corrupción, el sexo, el alcohol, el poder... todo florece bajo la autoridad de la diosa absoluta a la que todo el mundo adora, ¡su majestad la piastra!"  (pág. 103), que tan pingües beneficios proporcionaba a algunos. Las descripciones de los barrios más pobres, en contraste con el lujo de los ambientes coloniales y esos diluvios imprevisibles a los que sólo ellos parecen estar acostumbrados, me ha parecido un auténtico acierto. La secta que funda Diem, convertido en su ridículo papa es divertida, si no fuera por lo que subyace bajo todo este tipo de asociaciones espirituales. Setenta años después, durante mi visita,  muchas cosas seguían siendo como entonces, a pesar de la independencia. Una vez más tengo que agradecer a Pascual su recomendación. Si mis comentarios animan a la lectura, no será tan sin sentido el redactarlos.

José Manuel Mora. 






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