Endeavour, última temporada

Las cosas no siempre acaban bien

El tiempo del encierro dio oportunidad a grandes maratones televisivas. Una de ellas se la dediqué a una serie al parecer mítica, aunque yo no hubiera oído hablar de ella. Me entero ahora de que Filmin ha colgado los tres últimos capítulos de lo que parece definitivamente su última temporada, la novena. Es la serie más vista de la plataforma. Endeavour era un título curioso, porque la traducción del sustantivo, "reto", se correspondía con el nombre del protagonista, que en realidad se llamaba Morse. No he podido dejar de asomarme al desenlace. Recomiendo a quien no haya visto las anteriores, que eche un vistazo a la reseña que dejo más arriba. Y si escribo estas líneas no es para abundar en lo ya dicho, sino por no olvidar un final tan redondo.


Seguimos en Oxford, ahora en 1972. Son sólo tres capítulos de duración fílmica, 90 mi. cada uno. El que fue joven detective es ya un hombre maduro, que ha salido de una cura de desintoxicación etílica y que se reincorpora a su puesto, donde algunas cosas parecen estar cambiando: el superintendente Bright se jubila, y el comisario que ha ejercido casi como un padre, Thursday, pide el traslado. La estructura sigue siendo la misma, algún crimen que desvelar en cada episodio y la sucesión de dificultades para desentrañar unas antiguas desapariciones que obsesionan a Morse, en contra de lo que opinan sus superiores. Me ha resultado costoso recordar personajes y hechos vistos hace casi tres años. Sin embargo las tramas son tan absorbentes que las he seguido con interés.


Pero lo que  me parece más acertado, además de la impecable ambientación espacial oxoniana y la dirección artística captada gracias a una excelente fotografía de Gabin Struthers, ha sido ver la evolución de los personajes, de sus relaciones, el amor imposible de Morse por la hija de Thursday, Joan (maravillosa Sarah Vickers), a la que siempre fue incapaz de manifestar sus sentimientos. Esa contención tan británica a la hora de expresar, o no hacerlo, lo que se siente, carga de electricidad las escenas. Ello unido a la banda sonora, que sigue siendo magnífica (compuesta por Barrington Pheloung), dada la condición de melómano impenitente del protagonista, acaba redondeándolo todo. 


Shaun Evans sigue siendo modélico en la contención con que interpreta. Sus silencios, sus miradas, sus escasas sonrisas o sus momentos de ternura están cargados de verdad. Él mismo dirige el primero de los tres episodios. Los otros dos son responsabilidad de Colm McCarthy. El jefe, Roger Allam, a punto de la jubilación, aparece más atormentado, más sabio también, debiendo lidiar con el hijo que volvió de Irlanda del Norte destrozado por la guerra, lo que ayuda a contextualizar la temporada, y sabiendo que resolver algunos casos puede acarrear peligrosas consecuencias si se mezcla la corrupción intrapolicial.  Nada sobra en estas historias tan british, té, pastas, puntualidad, formalismo extremo, incluido el homenaje en el segundo capítulo, a las series policiales. Una despedida que costará a los que la hemos seguido.

José Manuel Mora.



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