Nápoles subterránea

Napoli sottoterranea

De nuevo, una mañana radiante. No hay prisa. Mio amico Lorenzo Lanzoni, desde la Emilia-Romagna, nos recomienda no dejar de hacer la visita del Nápoles subterráneo. No teníamos noticia de semejante cosa. Previsoramente, por una vez, reservamos para las diez. Nos recogerán en el "Gambrinus", una cafetería junto a Plebiscito, que está ahí desde 1865, lo que se advierte en su exquisita decoración de época, incluidos los espejos, los frescos, los camareros con mandil. Está atestado de turistas y de napolitanos. Nos tomamos un café de los que gustan aquí, apenas un pocillo fuerte y sabroso. El muchacho que lleva el cartel de recogida resulta ser un radical de pro, a quien la Meloni pone de los nervios. Habla un castellano más que aceptable. 



Enfilamos una de las callejas del Quartieri Spagnoli, en cuesta,  hacia la parte alta de la ciudad. Allí tiene su sede la Asociación LAES, sin ánimo de lucro, dedicada a cuidar y dar a conocer el patrimonio que el subsuelo de la ciudad guarda desde hace 2400 años cuando, para ir levantando las viviendas, se fue agujereando el firme de toba para obtener material constructivo. Ya en tiempos griegos se vio necesaria el agua, para lo que hizo falta excavar acueductos subterráneos que la trajeran desde 15 kms tierra adentro, para depositarla en los pozos que se habían cavado, bastante hondos. De hecho, el grupo de turistas inicia el descenso por una escalera cuadrangular de forma helicoidal hasta los 40 m. de profundidad, rodeada de la piedra volcánica típica de la zona y que fue picada a mano. Es posible que algunas personas puedan marearse en el descenso, o sufrir de claustrofobia, advierte un guía joven y preparado, maestro de la dicción, casi teatral, en sus explicaciones. Sabe de lo que habla y no lo recita de corrido, lo que hace la exposición más amena.




Nos reúne en una sala amplia, de techos muy altos, con sillas donde sentarse a escuchar toda la información necesaria para que entendamos dónde estamos. Pensar en el trabajo realizado por aquellos primeros pobladores, bajo tierra, con pequeñas lámparas de aceite y con herramientas primitivas, pone los pelos de punta. Los enormes aljibes se fueron llenando. Las casas pudientes de la ciudad tenían su propio pozo para abastecerse del agua necesaria. Para continuar la visita hay que recorrer un pasadizo tan estrecho que es necesario hacerlo de perfil. De alguna manera todo este submundo me recuerda al visitado en Capadocia, con túneles y salas que albergaban poblaciones enteras. 


En la siguiente sala se nos cuenta que, para limpiar las paredes de los pozos, existían los pozzari, hombres jóvenes, fuertes y de tamaño pequeño para que cupieran por los conductos. Iban cubiertos con un sayo para protegerse de la humedad y tenían un aspecto frailuno, un aire de monaguillos; de ellos surgió una figura que forma parte ya del folklore popular, el munaciello. Acabó convirtiéndose en un espíritu tanto bondadoso como travieso, que puede traer la buona fortuna o también la disgrazia.  Ya en el s. XVII se extendió el cólera en la ciudad, debido a una filtración de aguas fecales que afectó a los aljibes. Morían mil personas al día. La población quedó diezmada. Los pozos se clausuraron y se llenaron de piedras y cascotes. Durante los bombardeos de la ciudad en 1943 hubo que vaciarlos para convertirlos en refugios. En ellos pudieron sobrevivir muchos napolitanos. Algunos han sido restaurados y son los que se visitan. 











Cuando termina el recorrido, la escalera que hay que subir es de tan "sólo" de veinte metros de altura, ya que se sale por un punto más bajo de la falda de la montaña. Ha resultado instructiva, entretenida, curiosa. Todo un mundo bajo tierra, del que es posible que muchos se marchen sin saber nada. La tarea de la asociación me parece encomiable. 

El sol sigue esplendente en mitad del cielo a la salida a Plebiscito. Hace viento, pero nos asomamos al Palazzo Reale, vacío a esta hora, barrido por las ráfagas marítimas. El interior debe de albergar espacios magníficos, es visitable, pero nuestro interés ahora es otro. Será tal vez en el siguiente viaje. No me canso de volver a Italia.


Vamos vía Toledo adelante, torcemos por la via Tribunalli. Lo de esta ciudad con el fúmbol y en concreto con la figura de Maradona es para que se trate por especialistas, o por expertos en religiones. Los retratos del futbolista muerto ocupan paredes enormes. También el nombre del campo de juego es suyo. Una locura. Las guirnaldas corresponden a un próximo partido del que tendré que volver a hablar.


Casi oculta en una esquina, se encuentra la Capella de Pio Monte della Misericordia. Como su nombre indica se conformó como una institución de caridad en el s. XVII por parte de un círculo de aristócratas. Nos apetece ver "un" Caravaggio, que no debe de ser fácil de descubrir, a menos que se esté muy interesado en el pintor. Queremos suponer que los necesitados se benefician de una "púa" de 10€ que hay que pagar para acceder a una oratorio octogonal. En el altar frontero se encuentra el cuadro, tan lejos que no se puede ni fotografiar ni disfrutar. Su tema, "las siete obras de misericordia" (1607). Como en algunos cuadros del Greco, hay en el lienzo dos espacios claramente diferenciados, el celestial, con la Virgen de la Misericordia, sostenida por dos querubines, y el terreno, en una escena nocturna en la que los integrantes personifican las obras de misericordia, bajo una luz inclemente, la de la tea, que parece haberlos sorprendido sin que ellos supieran que iban a salir en la "foto". Todo esto proviene de la lectura de la cartela, porque así es como se puede ver en realidad...



Hay un segundo espacio en la institución, en la planta superior, con salones que no sé si correspondieron a alguno de los nobles de la fundación, donde se exponen obras menos interesantes, aunque descubrimos un par de riberas, con el sello inconfundible del valenciano.













La recepcionista del B&B nos recomendó otro restaurancillo para comer, el Sette Soldi. Se encuentra al principio del "barrio de los españoles" y es francamente popular. No hay guiris, salvo nosotros. Los tagliatelli neri están exquisitos, como la cassata de postre. Como al salir está chispeando, nos refugiamos en otro de los museos que queríamos visitar, en la misma via Toledo, a la que siempre acabamos por llegar. La Galleria d'Italia, con fachada de arquitectónico aire fascista (1930), por los materiales, por las proporciones, los apliques... Era la antigua sede del Banco de Nápoles, aunque ahora ha sido rediseñada como museo que, al ser "nacional", tiene reducción para la gente joven de nuestra edad. En realidad no sabemos con qué nos vamos a encontrar dentro. Y las sorpresas comienzan desde la espaciosa sala de entrada, con un Miró bajo un enorme paraguas, hasta el pasillo que conduce hacia otro de los espacios expositivos.















Y nos da alegría descubrir que hay una exposición antológica de una pintora barroca, que desde hace poco empieza a ser debidamente valorada, Artemisia Gentileschi (1593-1653). La iluminación es tenue, pero suficiente, para disfrutar de lienzos, algunos de grandes proporciones, colgados en paredes de tono carmesí. A veces hay que dejar que pasen los grupos de adolescentes con los que seguimos coincidiendo. Los paneles explicativos dan información abundante de lo que se muestra: retratos, santas,  escenas bíblicas, figuras algo libidinosas para ser pintadas por una mujer de aquella época, como la Cleopatra muerta por la picadura...



  
























Otro de los recorridos inesperados es un paseo por el arte napolitano entre el XVIII y el XX que incluye pintura, de la que nos quedamos con una escena costumbrista, muy burguesa, pintada con gran delicadeza por F. Deodati, y escultura, sobre todo bustos de un tal V. Gemito, que presenta retratos de una gran expresividad de ragazzi di vita en barro, que no parecen estar del todo acabados, lo que aumenta su fuerza. 



Queda por último la colección de cerámica ática y de la Magna Grecia, expuesta con tino exquisito. A pesar de la abundancia, no resulta apabullante y las vasijas y las esculturas se pueden disfrutar fijándose incluso en los detalles. 


Salimos porque nos echan. Fuera nos espera una noche húmeda de reflejos y paraguas. La vía Toledo parece por fin más vacía que en anteriores ocasiones. La podemos pasear con tranquilidad de camino a casa. Apenas un bocado. Toca planificar y descansar, por fin.




José Manuel Mora

 



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