Pompeya

Arqueología

Desayunar oyendo sonar las campanas de una iglesia cercana, huecas, redondas, festivas, me retrotrae a mi infancia. Llegamos a la estación con una hora de anticipación al momento de recogida del coche. Nos toca esperar. El golf que pedimos se ha convertido en un arona. Va bien. Con el navegador salimos de la ciudad sin demasiada dificultad, sabiendo que para estos conductores, el que primero mete la cabeza, es el que pasa. La autopista es cómoda. Atraviesa túneles interminables y de repente el golfo de Nápoles estalla en brillos a la derecha de la carretera, mientras el Vesubio vigila a la izquierda, silencioso e imponente. En 20 kms estamos en Pompeya.  Hay un inmenso parquin en el que se advierte que cuesta 3€ la hora, más la entrada, 20€ por persona. Son innumerables los grupos que se adentran en el parque arqueológico de ruinas de lo que fue una ciudad de 16.000 habitantes antes de la erupción en el año 79. No tenemos plano y nos orientamos como podemos. De nuestra visita en grupo de hace treinta y dos años apenas guardo vago recuerdo, que no se corresponde con lo que veo ahora. Hay mucho restaurado y bien.


El primer espacio que nos llama la atención se sitúa a la derecha. Parece ser "la basílica", un lugar cargado de nobleza todavía ahora, donde se ejercía la administración de la justicia, con columnas estriadas truncas, que ya no sostienen nada. La mayoría de los techos de las casas se hundieron bajo el material eruptivo. Sin embargo las plantas de los edificios permiten el ejercicio de imaginación, para saber que la vida de los hogares se establecía en torno al impluvium, el patio central donde se recogía el agua de lluvia. Los más acomodados poseían salas posteriores para recibir o para la vida doméstica, cocinas, huertos, conductos de agua con cascadas artificiales... Y al fondo siempre, vigilante y amenazador, el Vesubio.

































Es cierto que en un momento determinado se deja de saber qué queda de lo original y qué es lo reconstruido. Hay abundantes cartelas con los nombres de los propietarios y con explicaciones del modo de vida de sus habitantes: panaderías, retretes comunales, casas de lenocinio, templos privados en el interior de los hogares, y calles perfectamente "pavimentadas" con enormes losas de piedra pulida y canalillos laterales para dejar fluir el agua cuando lloviera. La vida social se pone de manifiesto también a través de los espacios públicos: el foro, el teatro, la palestra, el anfiteatro, el primero que apareció completamente conservado tras su desenterramiento.  
























Es evidente la cantidad de dinero que la U.E. está aportando para el mantenimiento del yacimiento y para la continuación de las excavaciones. Se ven tropillas de gente joven, en zonas vedadas a los turistas, limpiando y quitando tierra con sumo cuidado, con andamios por doquier. Conforme han ido pasando las horas, el gentío comienza a ser abrumador. Se oye hablar en francés, en húngaro, en inglés americano, en alemán, en hebreo y por supuesto en español. Hay cantidad de grupos estudiantiles. No quiero dejar de señalar que, a pesar de todo lo que se robó en el yacimiento, de lo que se trasladó a palacios y museos, quedan ejemplos extraordinarios de mosaicos en los suelos patricios y muchas pinturas parietales, no sé si conservadas o restauradas. Sin ánimo de abrumar dejo aquí unas cuantas de entre las que más  me llamaron la atención.



























Salimos del recinto cinco horas después de nuestra entrada y es evidente que nos hemos dejado muchas cosas sin ver. La visita da para pasar un día al completo. Sin embargo hay que seguir conduciendo y no quiero hacerlo de noche por carreteras desconocidas, que además son muy estrechas. Al poco se inicia el atasco. Vamos tan lentos, que podemos parar para hacer un par de fotos. Nuestro destino es Sant'Agata sui due Golfi, llamada así por situarse entre el golfo de Sorrento y el de Salerno. Se aprende mucha geografía con esto de viajar. La costa es abrupta y parece cortada a pico hasta llegar al mar. Las construcciones se suceden de modo anárquico, como ocurría en nuestras costas en los años sesenta.




El sol se enreda entre ramas de olivo y nubes ligeras, y todo se va dorando por momentos. El navegador una vez más nos ayuda a encontrar el agriturismo, nombre que dan aquí a las casas de tipo rural para uso de turistas. Suelen estar en medio de ninguna parte, como le sucede al nuestro, el Terranova, que es donde pasaremos dos noches. Las habitaciones están separadas de la zona comunal del comedor. Todo es muy rústico, pero la luz se ha ido definitivamente y tenemos que alumbrarnos con los móviles. 




 







Mañana, ya de día, habrá ocasión de valorar el alojamiento que nos recomendaron Gonzalo y Ana. Ellos consideraron que el sitio era muy estratégico y estuvieron muy a gusto. Yo estoy cansado por tanta ruina y tanta conducción. Toca descansar.

José Manuel Mora.

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