Paestum

La Magna Grecia

He dormido mal. La calefacción estaba un poco fuerte. Ha habido que esperar para la colazione hasta las ocho y media. Desde nuestra balconada hay un mar de estaño bajo un sol velado por la plata de las nubes mañaneras. A la salida vemos la imponente mole de la fábrica de azulejos de la que se nutren tiendas y artistas. Con toda la coherencia del mundo está hecha de ladrillo visto. No la visitamos. Nos espera algo más grande.

Hoy me inquieta menos la carretera. No hay precipicios. Circularemos en paralelo a las playas de Salento que, de pasada, me parece una brutta città, típicamente portuaria, con contenedores apilados y edificios sin gracia alguna. Hay mucho ciclista dominguero que circula por la carreterita playera que nos lleva a Paestum, a tan sólo 45 kms. Hace una mañana dulce y el verde primaveral brota entre las piedras milenarias. La Magna Graecia tiene   en Sicilia y aquí dos de sus máximos exponentes. La Paestum romana fue llamada Poseidonia por los griegos fundadores. Los templos se yerguen entre los pinos y los cipreses, armónicos en la distancia,  suavizando así sus proporciones, que se nos van haciendo más patentes conforme nos acercamos. Junto a la reja que protege el yacimiento, descubrimos un pequeño teatro circular y una arena, minúscula en comparación con las romanas o turcas. Uno puede imaginar inmediatamente a actores o gladiadores en esos espacios.








El Templo de Neptuno (400 a, C.) me parece el más majestuoso dentro del conjunto, también el mejor conservado. Me da la impresión de que es el que tuvimos que dibujar con tiralíneas escuadra y cartabón en quinto de Bachiller.  De casi 60 m. de largo, resulta más impactante por sus dos alturas. Las tres naves están separadas por, y rodeadas de, 84 columnas de orden dórico, talladas en una piedra calcárea de un tono cálido, ocre, que me trae a la mente la misma tonalidad que la de los edificios salmantinos. Dejamos que pase un grupo de estudiantes a los que la guía explica todo lo necesario. Y nos quedamos solos en medio de un tiempo de piedra, sólido, armónico, superviviente de siglos. Hay un silencio casi solemne. 



Más al sur se halla el Templo de Hera (s. VI a. C.), sin frontón, sereno en su desnudez de piedra, elegante, el más grande de los que podemos ver. Hay otros en el subsuelo. En este caso sólo se aprecian dos naves en su interior, separadas por una fila de columnas, con algunos capiteles en tierra, lo que parece dar más peso al conjunto.









Sopla una brisa que hace llevadero el paseo. No quiero pensar en hacerlo en plena canícula, porque no hay casi ninguna sombra, ya que los pinos y abetos parecen ser elementos ornamentales, colocados allí por un sabio decorador. El Foro es extenso, blanco de piedra, verde de césped festoneado de flores minúsculas, con columnas que no llegan a alzarse y que lo rodean. El centro de la vida ciudadana. En su entorno, casas bastante bien conservadas, algunas con un impluvium marmóreo y su correspondiente peristilo al que daban los cubicula, o como dice la cartela italiana, camere da letto, y mosaicos. 





Llegamos así al último de los templos, el más pequeño, dedicado a la diosa Hera (530 a.C.). Es el más elevado de todos, artificialmente, porque el entorno acabó convertido en una ciénaga. Tiene un alto frontón y un friso dórico decorado con metopas. Queda un par de capiteles jónicos, orden que habría convivido con el dórico en un mismo edificio. Lo vemos de lejos. No parece que se pueda circular en su interior. Y no me resisto a poner dos fotos con la doble perspectiva,   posterior anterior.










Nos queda tiempo para visitar el pequeño museo que alberga muchas de las joyas encontradas en el yacimiento. Otras fueron a parar al Arqueológico de Nápoles. Buscamos la imagen del tuffatore, el muchacho que se lanza a bucear en un mar semejante al actual, pero hace 2600 años. El artista supo captar, con toda la gracia de su pincel minimalista, el cuerpo joven, adornado tan sólo de una elegancia exquisita. 


No es la única muestra de cotidianeidad que se expone. Banquetes homoeróticos, danzantes, guerreros, sarcófagos decorados con pinturas al fresco, escenas de caza, carreras de cuadrigas, lucha grecorromana, escenas de sangrientas batallas, plantos mortuorios, sacrificios... Todo un muestrario de la vida diaria de hace miles de años. Como un viaje en el tiempo. 

















Queremos devolver el coche y decidimos regresar hacia Nápoles. Lo entregamos sin un rasguño. Nos sentimos liberados. Ver el castello es sentirse en territorio conocidoVamos al B&B, al que ya consideramos "nuestro", y comemos en una trattoria, en la que entramos por casualidad, "Gusto Marigliano", justo enfrente de nuestra calle. Popular, nada cara y de platos sabrosos, cocinados a la vista del público, como suelen hacer en este país: pizza con alcachofas y ensalada caprese con medio litro de cerveza. No quiero ni pensar en la báscula a la vuelta.











Y de repente surge una idea loca. Un taxi para que nos lleve al  Museo Nazionale di Capodimonte, donde teníamos una asignatura pendiente. Los jardines están llenos de visitantes, pero el museo está casi vacío. La exposición temporal tiene un título sugerente: "Spagnoli a Napoli", con un Rafaello exquisito y unos Ribera interesantes. 


















Pero la permanente tiene dos plantas y hay que darse prisa. En la primera, aprovechando los magníficos salones del palazzo, se halla dispuesta la colección Farnese, de los Farnesio de toda la vida, entre ellos el cardenal qui sotto. Lo que llegaron a almacenar entre sus muros deja sin habla. Aunaban su procedencia aristocrática y sus cargos eclesiásticos. 















Dos Grecos impactantes, una crucifixión de Van Dyck, varios Giordano, unos Tizianos magníficos, un Boticelli delicioso, unos cartones imponentes de Buonarotti... No se acaba. Y no quiero abrumar al curioso lector de estas páginas con demasiadas fotos. Tal vez sea aficionado a los viajes y no al arte, o al revés. Al salir ya es de noche.





Esperamos inútilmente el autobús para bajar al centro. Al final la suerte nos depara un taxi, el único en pasar. Tenemos mesa reservada en la Signora Bettola para celebrar la San Giuseppe. Nos toca esperar. Veremos luego que valió la pena, sobre todo al ver cómo nos sirven el tiramisú, dentro de una cafetera italiana. ¡Cómo son! 


Y volvemos a "nuestro" Napolit'amo. Es verdad que nos han quedado muchas cosas por ver. Tal vez nos animemos a volver para visitar Caserta. Creo que hemos aprovechado el tiempo al máximo y lo hemos disfrutado. Mañana regresamos a Roma.

José Manuel Mora

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Muy bien dicho y mejor representado.
A seguir disfrutando.
Un cordial saludo para vosotros.