Palazzo Altemps

Deambulando 

El desayuno en la terraza, autoservido, tomado bajo un sol glorioso que penetra por los ventanales, resulta exquisito. Las tartas están recién preparadas por uno de los propietarios de la casa. El zumo y el café nos lo hacemos nosotros en el momento. Sólo se oyen los pájaros del jardín que rodea el edificio. 


Bajamos los tramos de escalera que tanto nos espantaron a la llegada y nos adentramos en el Trastévere, con sus muros de ocre encendido por los que trepa incansable la hiedra. Las calles están llenas de comercios de ropa a precios más bajos que los de Alicante. Tiendas de dulces exquisitos que nos obligan a mirar hacia otro lado. Queda poco del barrio obrero que fue. Es buen ejemplo de zona "gentrificada" (perdón por el palabro). 












Cruzamos por el puente Sisto, peatonal, y casi sin darnos cuenta nos encontramos la iglesia de S. Salvatore in Onda. El nombre se debe a las inundaciones frecuentes que el Tíber provocaba. Es de planta basilical, imponente por su columnata y su techo bellamente decorado con casetones. La cúpula con tambor y las ventanas laterales proporcionan una luz difusa, acogedora. Leo luego en la wiki que se trata de una reconstrucción del s. XIX y entonces entendemos mejor lo visto.

Sin casi preguntar, nos vemos en el Campo dei Fiori, ocupado por un mercado de verduras y de ropa bajo los toldos protectores y vigilado por la atenta mirada de Giordano Bruno, en el sitio donde pereció en la hoguera. Creo que este tipo de lugares quedan relegados a barrios periféricos en nuestra tierra. Aquí se sitúan en el centro de la ciudad, lo que hace que sean visitados por lugareños y turistas. Hay quien dice que es una de las mejores maneras de conocer una localidad.


Por una calleja atestada de coches y personas, vemos un cartel que anuncia un centro de arte. Dentro, unas personas trabajan la impresión con planchas al aguafuerte. Hay unos tornos enormes para imprimir lo que sale de las manos de los que trabajan con sumo cuidado las superficies metálicas. El ambiente es amable y laborioso y no se detiene por la intromisión de dos turistas curiosos.



Navona, con su forma de antiguo estadio transformado, nos recibe llena de estudiantes, enamorados, gente jubilada, guiris que se fotografían en torno a las fuentes... Un espectáculo vivo de color, música y mil lenguas. Entramos en la iglesia de Santa Agnese in Agone, una de las más importantes de las que dan a la plaza, de un barroco de libro. A la cúpula no le cabe un ángel más. La luz entra a raudales e ilumina intensamente los altorrelieves de las capillas del octógono, que se vuelven más impactantes. 




Esta ciudad es tan inabarcable que, a pesar de ser la cuarta o quinta vez que la visito, sigue habiendo cosas que, no es que no las haya visto, sino que ni siquiera las había oído nombrar. Una de ellas, el Palazzo Altemps, cuyo nombre proviene del cardenal que era su propietario durante el Renacimiento, y que hoy alberga una de las sedes del Museo Nacional Romano. Su exterior, de sencillez extrema, no da pistas sobre lo que se puede descubrir en su interior, una maravillosa colección de réplicas y originales greco-romanos, muy bien restauradas, e iluminadas con precisión. Se accede a un patio clásico, que ya es museo en sí mismo y que se halla protegido por una red para evitar la suciedad de las palomas. La balconada de la primera planta está afrescada y, sin gente, resulta un lugar acogedor, donde sería fácil pasar la tarde con un libro en las manos.




Me resulta enormemente difícil seleccionar algunas de las piezas que más me impactaron entre las cerca de ochenta que fotografié. Bustos austeros, estelas, sarcófagos en los que se agolpan las figuras en otra batalla sin sentido, grupos escultóricos que ya hemos visto en los libros, pero que aquí imponen con su belleza, su dramatismo, su hieratismo de piedra. Hermes, Venus, gálatas suicidas, dioses músicos, Bacos ebriamente divertidos, vestales con ropajes de pliegues casi transparentes, se distribuyen por las salas de lo que debió de ser un palacio magnífico, que cuenta con una capilla privada. 









Nos recomiendan un restaurante que se encuentra a la salida del Museo, por lo que van muchos de sus trabajadores a mediodía. Se llama "Gusto". Sirven un wok vegetal con espaguetis de soja, transparentes, un plato de fusión muy especial, regado con un cabernet-sauvignon que nos sugieren. La chica que nos atiende y aconseja nos regala un tiramisú de verdad delicioso. Es una buena opción si se está por la zona.




Al salir, mientras paseamos para ir bajando la comida, nos topamos con Sant'Ivo alla Sapienza. Lo que fue una antigua capilla de la universidad (La Sapienza), acabó en manos de Borromini, y éste decidió contrastar el patio rectilíneo ya construido, con una fachada cóncava, coronada por cúpula y linterna helicoidal, que dicen que es una de las obras cumbres de la arquitectura barroca. Subrayo el "dicen", porque no pudimos entrar. Será a la próxima.


Queremos ir volviendo hacia nuestro barrio. La luz es cada vez más dulcemente primaveral y tiñe de un tono anaranjado los monumentos que ya conocemos: el Colosseo, el arco de Tito, rodeados de turistas de todas las procedencias posibles. El sol declina mientras pasamos por lo que ahora son jardines diseñados aprovechando el dibujo del Circo Massimo, hasta que llegamos a "la pirámide", que conocemos sólo por el plano del metro y que nos decepciona por completo. 






Con catorce kilómetros caminados, el cansancio va haciendo mella y más por una parte de la ciudad que ha perdido el glamur de ruinas y turistas. Cruzamos el Tíber, casi translúcido a esta hora escasa de luz. En la estación de ferrocarril del Trastévere, nos informamos del tren para ir al aeropuerto al día siguiente. Seguimos rodeando el Gianicolo, hasta llegar por fin a nuestro albergue. ¡Menudo día!

José Manuel Mora.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Paris. Londres.. Yo me quedo con Roma. Estupendamente comentada por ti