Succession, IV, de Jesse Armstrong

 Unos mierdas

Por fin. Estaba deseando que acabara tras cuatro temporadas. Ya dejé aquí el comentario de las dos primeras, Succession I, II , hace ya más de tres años. Luego vino la tercera, que empezó a dejar de interesarme y de la que no recuerdo mucho. Con la cuarta quedaba el morbo de ver cómo resolvía su creador, Jesse Armstrong, esa lucha interminable por la herencia y el poder del viejo Logan, tan shakespeareana, según dicen los expertos en el bardo. Este domingo concluyó Succession, IV, con un episodio de hora y media, en HBO, como ha venido sucediendo.  


Creo que no destripo nada si digo que, para que se produzca el hecho sucesorio, el patriarca ha de morir, como así sucede. Viene entonces la auténtica y definitiva pelea por ver quién se hace con la herencia, con el poder. De los cuatro hijos de Logan, el mayor, con ínfulas de político, frustrado, queda pronto desdibujado y todo se reduce a los tres restantes: Ken, Roman y Shiv. Y los permanentes giros de guión, las puñaladas traperas constantes entre los tiburones interesados en pegar el mordisco más grande, las traiciones entre hermanos, las filtraciones interesadas, el desafecto a pesar de la necesidad de experimentarlo, el dolor por la pérdida del padre, acaban por aburrir a base de repetirse. Al mismo tiempo nos ofrecen la retrasmisión televisiva en directo de una noche electoral, cuando la firma decide a poyar al candidato de tendencia hiperderechizada, el sepelio casi de estado, magníficamente filmado, todo hay que decirlo, las últimas reuniones que acabarán por producir un desenlace inesperado, como era de esperar. 

No voy a volver a citar al elenco, ya lo hice en la anterior reseña. Siguen todos magníficos, encarnando con una verosimilitud apabullante a cada uno de los personajes de la tragedia. Sin embargo me resultan todos tan despreciables, a pesar de sus destellos de humanidad, que acaban pareciéndome unos mierdas, como ellos mismos se definen, o unos piratas, como dice el patriarca de ellos mismos. Están vacíos, pero sobrevivirán porque siguen siendo inmensamente ricos. No me conmueven, aunque me hayan tenido pendiente del "cuelgue" del último capítulo. Seguramente no olvidaré la explosión de poder manifestada a través de un lujo indecente, ni tampoco la banda sonora de  N. Britell, envolvente, hipnótica en sus variaciones instrumentales y melódicas. Pero no es mi mundo, ni quisiera ver llegar aquí ese liberalismo desbocado en el que todos viven en una selva inhumana, llena de depredadores. Prefiero reírme con la siguiente serie que tengo entre manos, una comedia, por fin, aunque con espoleta retardada, La maravillosa señora Maisel. Seguiremos informando.

José Manuel Mora. 




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