Tres días y una vida, de Pierre Lemaitre

Espada de Damocles

Es poco frecuente en mí repetir un autor en tan corto espacio de tiempo, dado que es mucho lo que me queda por descubrir y que me grita desde las mesas de novedades, los suplementos culturales y las recomendaciones amistosas. Sin embargo la lectura de El ancho mundo, aquí comentada hace apenas un mes, me gustó tanto que decidí aceptar la sugerencia de uno de mis mentores, Pascual. Me dijo, "te la beberás". Y así ha sido. Lemaitre, Pierre. Tres días y una vida. Barcelona: Ediciones Salamandra, 2016. Traducción, espléndida de J. Antonio Soriano. 219 págs. Ilustración de la cubierta, muy sugerente, de Andrew Salgado. Parece que existe una peli homónima, canadiense, de 2019, de la que no tenía noticia. Intentaré localizarla. Lo mismo sucedía con la versión fílmica de Nos vemos allá arriba, que he conseguido rescatar (Prime Video y Filmin) y que me ha parecido conmovedora.

Como ya señalé en la anterior entrada, Lemaitre, además de psicólogo y y pedagogo, resultó ganador del prestigioso premio Goncourt (2013), y combina en su producción la excelencia literaria con las narraciones de corte policiaco, también excelentes, ambas líneas teñidas siempre de una visión crítica de la sociedad francesa, de sus políticos y de sus gentes, cubierta en los pueblos pequeños de hipocresía, maledicencia, comentarios insidiosos, envidias vecinales, peleas adolescentes, el microcosmos que se puede ver también en cualquier localidad perdida de nuestro país. "Había vivido siempre en una pequeña población en la que todos estaban pendientes de todos, donde la opinión ajena pesaba como una losa" (pág. 74).


Antoine, un niño de apenas doce años, vive en Beauval, un lugar cerca de las Ardenas, la Francia profunda. Cerca hay un gran bosque donde él ha construido una casita en un árbol, que le sirve de refugio. Sólo su amiguito Rémi, de seis, conoce la ubicación. Como suele sucedernos en la vida, a veces un hecho en apariencia intrascendente, aquí la muerte de un perro, provoca consecuencias inesperadas, que pueden cambiarnos la vida. Ese arranque sucede en 1999. Años después, en 2011, con el protagonista convertido en un hombre, veremos en qué medida los hechos del pasado han condicionado sus opciones vitales, profesionales y sentimentales. La narración se cierra tres años después, en 2015. Esos tres momentos vitales conforman toda unas vivencias que están suspendidas de un hilo. Todo parece estar supeditado a la posibilidad de que la espada de Damocles que pende sobre la cabeza de Antoine caiga definitivamente sobre él y le destroce lo que le queda de vida. No quiero desvelar más de lo necesario porque es en esa tensión sin tregua en la que se sustenta gran parte del interés de la novela. 


Y lo que en principio podría considerarse un relato policial, con muerte que hay que desvelar incluida, se va convirtiendo en un profundo retrato psicológico del muchacho, y del hombre, luego. El autor sustenta las acciones siempre de modo convincente. "En el triángulo padre ausente, madre rígida y amigos distantes, Ulises [el perro] ocupaba, como es lógico, un lugar central " (pág. 15). Como el hecho de que el desamparo que el preadolescente vive pueda verse vuelto del revés por la pérdida del animal. "Antoine, desbordado por un incontrolable sentimiento de injusticia [tan típico de la adolescencia] ya no era él. El estupor en que lo había sumido la muerte de Ulises se había transformado en furia" (pág. 22). El narrador, aparentemente buen conocedor de los hechos aunque no sepamos quién es, alterna sabiamente la narración en pasado para presentar lo ocurrido, con el presente dramático que el chico vive. Añade a esto el uso del condicional para sumergirse en las posibles salidas, todas terribles, todas hipotéticas, que tendrán los hechos ocurridos según lo imagina Antoine. Las premoniciones lo llenan de angustia. Y en un giro de maestría narrativa, el escritor convoca una tormenta seguida de un vendaval que destroza la aldea y que vale perfectamente como metáfora del interior "atormentado" del chico.
 

Lo volvemos a encontrar como estudiante de medicina en su último año de carrera. "Laura era la orilla luminosa de su vida" (pág. 145). Sin embargo "el miedo no lo dejaba en paz. Se calmaba, se adormecía y volvía" (148). Y es ese temor lo que adensa el ambiente en la narración y contagia al lector de la angustia que siente el joven médico. "El personaje principal de aquella tragedia ya no era la víctima, sino el asesino" (pág. 152). Para acabar de completar al conjunto de personajes, además del espléndido retrato de Mme. Courtin, la madre, aparece Émilie, quien siempre estuvo allí, desde los tiempos del instituto, con la rotundidad de sus pechos y la redondez de su trasero. Era "una belleza melancólica en cuya cabeza no pasaba nada" " (pág. 208). No se puede ser más escueto ni más preciso por parte del escritor para presentar el penúltimo elemento de este grupo de dramatis personae, todos cargando con el peso de sus decisiones. He dicho el penúltimo, porque el que queda para el epílogo, y que no puedo revelar, supone una auténtica y definitiva vuelta de tuerca, perfecta para cerrar lo sucedido. El dominio del narrador sobre su historia, su manera de graduarla, de mantener el interés y de generar y transmitir desasosiego resulta de gran maestría. Todo ello viene además presentado por una técnica casi imperceptible. No hay grandes florituras estilísticas, pero es esa sobriedad expresiva otro de sus aciertos. En definitiva, un libro altamente recomendable, a mi entender.

José Manuel Mora.


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