Últimos momentos en Roma

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Hoy tenemos un día fuerte por delante. La experiencia nos ha enseñado la conveniencia de reservar entradas por adelantado. En bus (el billete vale 1'5€ y es válido durante una hora para diferentes trayectos) llegamos pronto al Palazzo Barberini, sede de la Galería Nacional de Arte Antiguo, del que no tenía conocimiento. Si sólo se tratara de ver el palazzo, un edificio fastuoso del s. XVII, construido por la familia del mismo nombre, ya habría valido la pena. Pero hay mucho más, claro.


Se exhibe una exposición temporal dedicada al santo de Asís, con piezas de Ribera, Caravaggio, Gentileschi...  Vamos sin embargo al grueso de la colección, donde esperamos encontrar obras capitales, según nos dice gogle. Tenemos incorporada ya la costumbre de goglear para recabar información. Creo que las guías turísticas deben de estar quedando obsoletas. Ya casi no se ven en manos de los turistas.













Tapices colgantes con el escudo de la familia, claro, Papas, obispos, todos se codean con la impúdica La Fornarina, del de Sanzio. Mármoles en contraste con los lienzos. Grandeza, brillo lujurioso. Cosas de la época. 

















Hay una escalera cuadrangular, que parece alzarse hacia lo alto de forma interminable, como resultado de la perspectiva, soportada por columnas dóricas, que nos llama poderosamente la atención. La ideó Bernini. En la segunda planta encontramos obras de Del Sarto, Lotto, Tiziano, Ribera, Caravaggio de nuevo, con su enigmático Narciso, enamorado de su imagen en medio de la oscuridad, en una sala de techos elevados, bellamente decorados, como corresponde a semejante palacio. 


































La sorpresa llega aún con mayor fuerza cuando entramos en la sala más grande del palazzo. Hay dispuestas unas tumbonas playeras para que la gente se pueda situar en una cómoda postura para disfrutar del celo que pintó P. di Cortona, una auténtica locura, y que es de lo más impactante que yo he visto, uno de los mejores ejemplos del ilusionismo barroco. Ante nosotros nuevos tapices cubren el muro frontero. Es el momento para un breve descanso. Y al salir nos encontramos con lo que no esperábamos, una nueva escalera, ésta helicoidal, diseñada por Borromini, y que parece competir con la anterior. Dejo dos fotos para que se aprecie la perspectiva ascendente y la descendente.















Salimos con el tiempo justo, y necesitamos un taxi para llegar al primer turno en la Villa Borghese, donde hemos reservado. A pesar de lo renombrado de su fama, nunca tuve ocasión de visitarla antes. El poderío de la familia, que tuvo que venderla en 1902 al Estado, se hace patente en los extensos jardines que la rodean, olivos, naranjos, fuentes, en esta parte alta de la ciudad, y en la suntuosidad del edificio, no demasiado grande, razón por la que las visitas son limitadas. La primera sala se encuentra atestada de esculturas y visitantes. El mármol de las piezas, sabiamente iluminado, hace que éste brille amable, casi cálido, a pesar de la dureza de la piedra. Me voy encontrando con piezas que para mí siempre pertenecieron a los libros de arte y literatura o historia. Me quedo fascinado ante Dafne perseguida por Apolo, con los versos de Garcilaso en la mente, "A Dafne ya los brazos le crecían...". Más allá, Josefina Bonaparte, como una diosa civil, reclinada cómodamente en almohadones marmóreos. Y en el suelo de la sala, unos mosaicos romanos bellísimos. Dejo foto del espacio para contextualizar las obras. Hay que hacer juegos malabares para que los visitantes no aparezcan en las imágenes que capto con el móvil sin muchos aspavientos.































En la segunda planta se encuentra la pintura. Caravaggio de nuevo, Raffaello, Rubens, Tiziano (El vicio y la virtud, famosísimo), Veronese, Correggio, Leonardo... Las dos horas que se supone dura la visita están perfectamente calculadas, aunque a veces el agobio es grande, por la cantidad de gente que contempla sin dejar un momento de tranquilidad, y por la abundancia de belleza, que podría provocar el síndrome de Stendhal en cualquier momento. Y sin querer agobiar, dejo unas últimas fotos que nunca serán suficientes para hacerse idea de la riqueza de la colección.





Deberíamos haber tenido tiempo para disfrutar de los jardines, como hacen los romanos, que para eso ahora pertenecen al municipio. Otra vez será. Comemos en una tavola calda, sobriamente, ya que a la noche tenemos cena trastiberina. Y volvemos caminando, en un largo paseo hasta nuestro elevado rincón. Tras un breve descanso, hay que maquearse, ya que cerramos nuestra estancia con otro acto social, el reencuentro con mis dos amigas de juventud, Onorina, que tristemente ya no nos acompañará, y Emy. El abrazo con ésta última es especialmente emotivo por la pérdida de la primera. Viene con Tonino, su marido, y con su hija, Valeria. Conocemos a Alessia y a su hermana Martina, también a Francesco, hijas y esposo de Onorina. Cenamos en el Trastevere, en sitio que ellos conocen. Conforme entramos en calor, la conversación deriva en una crítica feroz contra los nuevos políticos, y en anécdotas comunes de nuestra estancia en Londres, o la de ellas en Alicante. Cincuenta años después, da la impresión de que nos hubiéramos visto hace un mes. Se nos hacen las once, hora aquí intempestiva, y casi nos echan. Prometemos rivederci. Mañana es el día del regreso. 


















Y aprovechamos la luminosa mañana para un último paseo por la ciudad che non finisce mai. Y aún tenemos tiempo de volver a la basílica de S. Clemente (la actual es del s. XII), una joya con distintos estratos que suponen una registro arqueológico. El más profundo no lo podemos ver, porque el horario de visitas ha terminado. Disfrutamos del conjunto de pinturas murales en el ábside, tras el baldaquino de mármol, del techo barroquísimo, que no sé si está demasiado en consonancia con el resto de la nave. No poder visitar la basílica subterránea nos da otra excusa más para volver.  


Y he aquí que, gracias a la "boda" de Michele y Fabiola, hemos tenido ocasión de volver a Italia, donde siempre nos encontramos como en casa, visitando zonas que no conocíamos. Y acabo por fin, para descanso de quienes se han tomado la molestia de seguir nuestro periplo. Ahora toca descansar hasta que pase el verano, tiempo siempre menos propicio para viajes. Para eso estamos jubilados.

José Manuel Mora.

 












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