Naturaleza y amistad
“La amistad es un alma que habita en dos cuerpos;
un corazón que habita en dos almas”.
Aristóteles
Los dos términos del título de esta entrada son abstracciones, que para uno de los personajes se han de concretar. A veces uno no deja de admirarse del poder evocador que tienen las imágenes. Y eso me sucedió a mí ayer tarde en el arranque de la película Las ocho montañas (147 mi.; no suelo señalar la duración, pero aquí me parece inexcusable, como que ganó el Premio del Jurado en Cannes del 22). Unos preadolescentes, guiados por el padre de uno de ellos, escalan una montaña hasta llegar a un glaciar. Pisar esa masa refulgente de hielo inmaculado y remoto me transportó a mi experiencia canadiense en el Athabasca, cuando tuvimos la oportunidad de pasear por aquel suelo translúcido, de fondo azul helado, muestra de la pureza del oxígeno que se encerraba bajo su superficie. La emoción volvió a mí como entonces. Los responsables son sin duda el matrimonio de directores belgas, Van Groeningen y Vandermeersch, para mí desconocidos, quienes han emplazado su equipo en unos enclaves increíblemente hermosos, bellamente fotografiados por un tal R. Impens (premio a la mejor fotografía en la Seminci). Ambos son responsables también del guión, escrito a partir de una novela homónima de P. Cognetti, fenómeno editorial en Italia hace unos años. No puede ver la peli en V.O.S., lo que hubiera estado bien, al mezclarse el italiano y en ocasiones el dialecto de los Alpes torineses donde se desarrolla la cinta.
Pietro y Bruno (Alessandro Borghi) no pueden ser más distintos, pero la fraternidad que los une se basa en la búsqueda del propio camino de cada uno, en el respeto por las diferentes opciones, el amor por la naturaleza que los rodea y la presencia ausente de los padres de ambos. La cámara se complace en mostrar los peñascales, los precipicios, los reflejos de un cielo invertido, ahogado en un lago quieto, el hielo que se funde en aguas límpidas que dejan piedras lisas y brillantes en los lechos de sus cursos. La interpretación de Broghi es de enorme potencia, por su físico y por la manera en que se relaciona con una naturaleza que no teme, pero que respeta, porque puede ser acogedora, pero también peligrosa. Marinelli es más íntimo, más contradictorio si se quiere, pero igual de franco y generoso que su amigo. Ambos forman un tándem perfecto, que evoluciona y sabe acoplarse a las diversas circunstancias de cada uno, al sedentarismo del primero, al vagar constante del segundo en busca de su lugar en el mundo. La amistad siempre los estará esperando tras su constante insatisfacción. Hay unas cuantas canciones que suenan en la cinta, que no sé si son adecuadas a los momentos, pero que son bellísimas. La inmensidad que envuelve a los personajes hace que las notas sean aún más conmovedoras, al acompañar a estos hombres que se mueven entre la generosidad y la empatía, aunque sea en la distancia, con mayor motivo cuando se encuentran cara a cara.
José Manuel Mora.
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