El jardín de L'Albarda

Jardín mediterráneo

La huida de les Fogueres, fiestas que nos impiden descansar, nos ha llevado de nuevo a Vallada, a una casa de generosa acogida, donde el calor parece no poder penetrar. Paseos, buena comida y sesiones de lectura tranquila, con calles donde el mundo parece derretirse y nadie se atreve a salir hasta que no se hace de noche y la brisa se levanta, lo que permite sentarse en una terraza en buena compañía. Para volver a casa, he tenido que realizar un recorrido que no conocía hasta llegar a Pedreguer, en plena Marina Alta. Mi hermano Vicente, experto en jardines desde su jubilación, nos había puesto deberes, y se hacía ya imprescindible no posponer la visita al Jardín de L'Albarda. Para llegar hasta allá, hay que zigzaguear entre urbanizaciones y demoliciones de montaña. Una pena, porque el paisaje con el Montgó al fondo, debió de ser impactante en su momento. 


En 1990 Enrique Montoliu, alguien con dinero, capricho, imaginación y bien asesorado, decidió plantar en un terreno no muy extenso, 50.000 metros cuadrados, toda una serie de plantas autóctonas, de carácter mediterráneo, hasta 700 especies diferentes. Lo que pretendió el visionario, fue recrear un espacio al estilo de los jardines valencianos del Renacimiento, que alternaban zonas formales, diseñadas, y zonas silvestres. Es bien  sabido que en nuestra tierra los maestros de los cultivos y de las canalizaciones del agua fueron los musulmanes, influencias que aquí se hacen evidentes. A veces tiene uno la impresión de estar en el Generalife. Hoy el jardín pertenece a FUNDEM, fundación para la conservación de la fauna y la flora mediterráneas, con el ánimo de mantenerlo sostenible a base de bajo consumo de agua y de sustancias químicas. La entrada cuesta 7€ y se abre a diario desde las diez de la mañana. Conviene pedir un mapita para orientarse al hacer el recorrido, sabiendo así además las zonas que se visitan. También es necesario ir protegido, dada la abundancia de mosquitos.


Hace un día de pleno verano. Somos los primeros en entrar, con lo que el silencio y la paz son absolutos. Se adentra uno en él por una avenida de cipreses, hasta llegar al jardín formal, donde hay una alberca estrecha al final de la cual, en un extremo, una estatua del dios Mercurio, rodeado de palmeras, parece querer echarse a volar para llevar el mensaje de la belleza que lo rodea. Al otro lado, la mansión, que no se visita, tiene aire de villa romana. 








Dando la vuelta a la mansión, porque mansión es, entre rosales, se tiene una visión panorámica desde la balconada,
 que da a una enorme piscina rodeada de cipreses desmochados en su cima. Es evidente que en toda esta parte el diseño con tiralíneas ha sido riguroso. La decoración presenta elementos renacentistas y barrocos y los materiales alternan la gravilla de mármol para los caminos, la piedra natural para fuentes y bancos, el ladrillo antiguo y el hierro.  Algunas de las especies arbóreas soy capaz de distinguirlas y nombrarlas, los pinos, las palmeras, los cipreses, los naranjos..; lo que no me sucede con los arbustos, entre los que al parecer hay mirtos, tejos, acebos, boj...


Y de repente, al girar por uno de los senderos, vemos al final de él uno de los elementos arquitectónicos, típico de los jardines cuidados, un umbráculo de suelo decorado con diseños a base de piedras blancas y negras, donde apetece sentarse para aprovechar la sombra y protegerse de un sol que empieza a ser inmisericorde. Cerca hay una pequeña fuente renacentista. Me ha hecho recordar, en comparación éste casi en miniatura, el del jardín botánico de Copenhague o el de la Estufa Fría de Lisboa. 

























No es la única de las construcciones existentes. Tras un nuevo giro, por un senderito intrincado, se llega a una poza con cascada, rodeada de un bosquecillo de arces. Nos sorprende luego la aparición de una pérgola de parras y rosas, rodeada de bancos sin respaldo donde da gusto volver a sentarse. Sería un lugar perfecto para escuchar un concierto a media tarde, actos que también se suelen organizar. El suelo está decorado con azulejos y desde allí se divisa otra de las esculturas que decoran el jardín, un viejo desnudo con aire menesteroso en medio de un plantel de florecillas diminutas y levemente moradas. 
 



























El recorrido está muy bien planificado. Llevamos ya una hora de visita y llegamos al aula de la naturaleza y su colección de rosales y cactus variados en un hemiciclo cubierto de cristal, bajo el cual se puede nuevamente descansar y aliviarse. La entrada es un remedo de aires grecorromanos con sus columnas dóricas y su frontón. El verdor que la decora suaviza algo el pastiche de la construcción.















Más adelante hay una nueva construcción, un templete de tejado azul, de aires morunos, en pleno jardín valenciano. Y diversas fuentes, una renacentista y otra árabe. Estamos situados en el ala norte del jardín.
 





























Y nuestro recorrido se va acabando. En la parte más umbrosa del mismo se encuentra el paseo del trencadís, todo él en azulete, con decoración de azulejos que representan tortugas, fardatxos, y demás animalicos de la zona. Sabemos que ha entrado gente porque nos hemos cruzado con ellos, pero el jardín es tan grande que no se oye más que el silencio de las rosas. 































Han pasado dos horas casi sin enterarnos. Algunos consideran que este jardín de L'Albarda es una auténtica joya  escondida, pero da la impresión de que la gente la ha descubierto. Esta recensión de nuestra visita pretende servir de plano del tesoro para quienes quieran disfrutar de naturaleza domeñada y salvaje. Si es con música, será objeto de mayor satisfacción.

José Manuel Mora.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Precioso lugar.