El regreso de las golondrinas, de Li Ruijun

De la solidaridad humana entre dos desfavorecidos

En los prestrenos del diario Información a veces se producen sorpresas. Íbamos con intención de ver una peli italiana (El caso Braibanti) y, al llegar, nos enteramos de que han cambiado el título. Ni la había oído nombrar con anterioridad, a pesar de que ganó la Espiga de Oro en la Seminci de 2022. Se trata de El regreso de las golondrinas (título distante y casi contradictorio del original, Return to Dust), película china de un tal Li Ruijun, que lleva dirigiendo y escribiendo sus propios guiones desde 2007, y que se proyectó también en la Berlinale. El interés se acrecienta al saber que ha sido prohibida en China, por considerarla una ataque al régimen, a la imagen que éste quiere dar de crecimiento, desarrollo y prosperidad en el que allí se vive. Está filmada cerca de Mongolia, de donde es oriundo el director. 

Guiying (Hai Quin) y Ma, el Cuarto Hermano (Renlin Wu) son dos seres marginales y marginados, incluso en su propia comunidad. Ella ha sufrido agresiones desde niña y padece incontinencia urinaria que la hace orinarse encima sin querer, además no puede engendrar hijos. Él es ya demasiado mayor, y las dos familias conciertan un matrimonio para así librarse de ellos, algo que ambos aceptan con la resignación natural de quienes no pueden hacer otra cosa. Estamos en un país que también parece despoblarse en sus zonas rurales. Las relaciones económico-sociales son casi feudales, al ser los trabajadores como siervos de la gleba, explotados por los que tienen coches de alta gama, que incluso le extraen la sangre a él para salvar la vida al cacique del poblado. Así es cómo la pareja inicia su vida, apegados al terruño del que depende su sustento. Con sólo un burro como ayudante y en medio de un silencio atronador entre ambos, se aplican a las labores que les son necesarias para obtener algo con lo que poder pagar lo que necesitan. Y al tiempo que la tierra va germinando, también entre ellos, con gestos mínimos, se va mostrando una solidaridad, un cuidado mutuo que acabará convirtiéndose en una de las más hermosas historias de amor que he visto últimamente. No hay sentimentalismo, sino empatía, roce, preocupación mutua.


El paso de las estaciones, sembrado, cosecha, tormenta, los va llevando a una mayor colaboración y un mayor entendimiento, en medio de lo áspero de la tierra y del tesón de él por levantar su propia vivienda, fabricando incluso los ladrillos o trenzando las fibras para la cubierta. Hay poca palabras, pero los gestos mínimos, delicadísimos, en medio de un paisaje, un personaje más, que a pesar de su dureza puede ser hermoso, tal y como ha sido fotografiado por Wang Weihua, son suficientes para el entendimiento. Son preciosas las imágenes de la caja de cartón agujereada para albergar a los pollitos a la tenue luz de una bombilla. Y terribles las de la demolición de las viejas casas vacías. Contrasta el sencillo, austero, empobrecido modo de vida, con el turbocapitalismo corrupto y especulativo disfrazado de "progreso", que se va instalando en China entre las clases dirigentes. Se entiende mejor la censura. 


La interpretación de la pareja protagonista es de una autenticidad que conmueve. No necesitan muchas frases, pero las miradas son expresivísimas. Parecen tan campesinos como los que aparecen de secundarios en la asamblea, agricultores reales de la zona.  Algo que también sucedía en el neorrealismo italiano. Todo está aquí teñido de lirismo, que no falsea la realidad, sino que nos conmueve profundamente. 

José Manuel Mora.






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