No me gusta conducir, de Borja Cobeaga

Del aprendizaje y las lecciones

Voy teniendo la sensación de que el tiempo de la seriefilia está tocando techo. Y no por falta de oferta, inabarcable, sino porque parece haber desaparecido la necesidad de intercambiar información y sugerencias sobre lo "último" subido a las plataformas. Creo que Succession debió de ser de los fenómenos auténticamente globales. Y hasta hoy. Por eso, seleccionar por mi cuenta, y con la cara del protagonista como única referencia, podía ser arriesgado. Pero nos lanzamos al descubrir que eran sólo seis capítulos de media hora cada uno. No me gusta conducir, de Borja Cobeaga como creador y guionista junto a Juan Cavestany entre otros. La hemos visto en HBO, aunque parece que inicialmente se veía también en Movistar+ y es una producción netamente española. De lo más hilarante, adelanto.

Parece que la historia tiene su origen en la propia experiencia de su creador. Un profesor universitario, Lopetegui (Juan Diego Botto), cuarentón, separado y que parece enfadado con la vida, dada su misantropía, decide sacarse el carné de conducir, algo que la gente hace en cuanto se llega a la edad en que esto es posible, los dieciocho. Se producen pues dos desfases a la vez: el pasar de ser enseñante, con su propio libro de texto publicado, a un alumno que se ha de medir con jovenzuelos, entre los que se encuentra una de sus alumnas, Yolanda (Lucía Caraballo). El resto de la ecuación se establece al confrontarse estos dos personajes con el instructor de la autoescuela, Lorenzo (David Lorente), todo un personaje. He dedicado cuarenta años de mi vida a la docencia y sé lo difícil que puede ser no avasallar con los saberes propios al que aprende. También, lo importante que es la empatía con los discentes para que todo fluya y la relación sea fructífera para ambas partes. La personalidad del docente es siempre un elemento esencial en la ecuación. Y Lorenzo es dicharachero, bromista y entregado a su tarea. Conoce también la psicología de los aprendices. Todo ello choca con quien está acostumbrado a una autoridad de cátedra indiscutible. Surgen chispas y carcajadas irreprimibles, por causa de un guión ocurrente, sin frases de más y sin sal gorda. Tal vez ésta se encuentra más presente en la academia de Cuenca, donde se promete la obtención a la primera por boca de su director (Carlos Areces), que le saca toda la punta que puede al nombre de la ciudad: "Cuenca conmigo", sería su lema.  Leonor Watling, para mí irreconocible, ejerce de la paciente antigua pareja del profesor. Tanto ella como el cameo de Javier Cámara, son de diez. 


He dejado para el final la actuación de J. D. Botto, porque es un ejemplo de su maestría. Después de haberme emocionado hasta el tuétano en el teatro, haciendo de Federico (Una noche sin luna) y llenando el escenario con su presencia y su palabra, aquí resuelve su estado de ánimo y sus reacciones ante la adversidad con gestos mínimos que expresan miedo, cabreo, sorpresa, y que lo revelan como de una gran humanidad. Vuelvo al guión, porque cada una de sus réplicas, como las de la alumna, Caraballo, o las de Lorenzo, resultan clavadas. Todo es de lo más hilarante, como ya adelanté. 

Y al final, como yo les decía también a mi alumnado, una cosa es el carné o las notas y otra, la vida que espera fuera en la que se aprende por ensayo y por error, ya que no hay manual. A quienes se animen a verla les auguro un buen rato de risas inteligentes.

José Manuel Mora.






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