Nuestro cuerpo, de Juan Luis Arsuaga

Lección de anatomía evolutiva

Confiar en los expertos a veces tiene sus inconvenientes. Fui a mi librería de referencia, 80 Mundos, buscando un título que me provocaba curiosidad y del que había escuchado buenos comentarios en la radio: Sapiens. De animales a dioses: una breve historia de la humanidad, de un tal Yuval Noah Harari, profesor israelí. Mi librera de cabecera, Carmen,  me corrigió el tiro y me recomendó un tomazo escrito por un español. ARSUAGA, Juan Luis. Nuestro cuerpo. Siete millones de años de evolución. Barcelona: Editorial Planeta, 2023, bajo el sello de Destino; ilustraciones de Susana Cid. 654 páginas. El volumen debería haberme disuadido. Sin embargo me pudo la fratría que le une a Juan J. Millás, con quien ha escrito varios libros, y el señalamiento de Carmen. He tenido que echarle fuerza de voluntad. Ya lo adelanto. Sin embargo creo que no me arrepiento de mi aventura. Explico por qué.


Arsuaga (Madrid, 1954) es un sabio de estilo renacentista, a tenor de la multiplicidad de sus saberes: biólogo, paleontólogo y amante del arte, además de sus conocimientos en la física y química necesarias para entender el funcionamiento de "nuestro cuerpo". Probablemente fue su participación en los trabajos de Atapuerca (desde 1982), en la famosa Sima de los Huesos, lo que lo lanzó al estrellato. Resulta admirable que se preocupe tanto por la divulgación accesible al gran público. Dirige además desde 2013 el Museo de la Evolución Humana en Burgos. Considera que "la ciencia es una actitud, una forma de habitar el mundo" (pág. 553), y eso se le nota a lo largo de su obra. En el arranque del libro cuenta que fue su madre quien lo llevó con 12 años al Museo del Prado y allí descubrió la perfección humana hecha piedra con forma de copia del Diadúmeno de Policleto


Pero vayamos al libro que incluye, además de las curiosas ilustraciones de Susana Cid, unas herramientas para mí novedosas, los cada vez más conocidos códigos QR, que permiten acercarse con una precisión extrema a imágenes, obras pictóricas, esculturas, láminas y todo lo que el autor considera necesario incluir para ilustrar sus explicaciones, sin que ello repercuta en el encarecimiento de la edición. Otra de las "curiosidades" es la direccionalidad del escrito, que siempre señala al lector, pidiéndole que reflexione sobre su cuerpo, sobre la forma de sus huesos, o la ubicación de su musculatura. "Ya le he explicado el problema y ahora sabe tanto como yo" (pág. 552). Esa es su actitud, compartir sus saberes. Y conforme se avanza en su lectura, uno se percata de que es algo más que un tratado de anatomía y fisiología, lo que lo haría apto para curiosos o expertos. Lo que más me ha interesado es cómo lo considera él: "Tratado de anatomía evolutiva humana" (pág. 420). 


De hecho, pronto nos damos cuenta de que, según confiesa, el propósito del libro es "averiguar en qué somos únicos los seres humanos, no en qué nos parecemos a otros animales" (pág. 420). Lo que Arsuaga pretende para llegar a ese fin es "estudiar el cuerpo humano como si fuera un documento que puede ser leído" (pág. 68). Y a fuer que lo consigue, porque intenta implicar al lector en el descubrimiento. "Anímese, que en este libro lo divertido es tocarse y conocerse!" (pág. 572). Y es que el paleontólogo considera que la armonía y la proporción de nuestro cuerpo es increíble. Somos el resultado de una historia evolutiva fascinante, confiesa en una entrevista.
































Y a ello se aplica con todos sus conocimientos: a la descripción pormenorizada de huesos y músculos, desde los pies a la cabeza, esa máquina perfecta, según Descartes, ese "prodigio de ingeniería biológica" que es nuestro cuerpo, fruto de la evolución, la gran cinceladora de las especies. Lo hace a lo largo de doce capítulos. Y es esta parte, más prolija y específica, la que por momentos hacía que el libro me pesara en las manos, dado además su volumen. Sin embargo el autor combina todo este tratado de anatomía y fisiología con referencias artísticas, "literatura científica" la llama, y sobre todo, con las relaciones que establece con nuestros antepasados, a los que tan bien conoce, observando los cambios que se han ido produciendo y a qué se han debido. Se pregunta cómo eran nuestros ancestros, qué cambios hemos sufrido en la obligada adaptación al medio, y en qué nos diferenciamos de los grandes simios, con los que tan emparentados estamos. El libro se completa con una serie de apéndices que incluyen literatura científica, para expertos. (Yo me los he saltado).


Hay un par de conclusiones que no quiero dejar de mencionar: el hecho de que la sociabilidad de algunos mamíferos los hace más capaces de sobrevivir y reproducirse, dado que "cuando se trata de una especie muy social [como lo es la humana], podríamos decir metafóricamente que hay una conexión neuronal a distancia entre cerebros" (pág. 602), lo que nos lleva  a ser más efectivos en la solución de problemas. Y otra, que es de carácter literario y que tiene que ver con el famoso gnoscete ipsum del señor De las Cartas, en su búsqueda de alcanzar una buena vida, buena, plena, feliz, y que se resume en una humilde décima de F. Gregorio de Salas (s. XVIII): 

       Vida honesta y arreglada,
Hacer muy pocos remedios
Y poner todos los medios
De no alterarse por nada.
La comida moderada,
Ejercicio y diversión,
No tener aprehensión,
Salir al campo algún rato,
Poco encierro, mucho trato, 
Y continua ocupación.

No sé si es recomendable para "todos los públicos", pero quienes deseen conocer mejor esta máquina en la que vivimos instalados y saber nuestros orígenes y en qué nos diferenciamos y por qué de nuestros parientes, aquí tienen un tratado imprescindible. De nada.

José Manuel Mora.


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