Oppenheimer, de Christopher Nolan

Nuevo Prometeo

Ahora me he convertido en la Muerte. Destructora de Mundos.

                                                         Bhagvad-Guitá   (Texto hindú)          

Cuando escuché el título de esta peli por primera vez, me vinieron a la mente ecos de mi adolescencia. Algún documental o programa informativo en aquella tele en blanco y negro de un solo canal me hizo escuchar el nombre del "creador de la bomba atómica". También se hablaba allí de "Los Álamos", la base donde se montó en pleno desierto de Nuevo México, antes de que estallara sobre las ciudades mártires de Hiroshima y Nagasaki. Así que, tras leer alguna crítica elogiosa, decidí ir a ver en una sesión de tres horas, que se pasan en un suspiro, el filme de Christopher Nolan, quien también ha escrito el guión de Oppenheimer. No sé si ha sido cosa de los productores, pero el lanzamiento se ha producido al tiempo que se estrenaba Barbie, supuestamente el otro "bombazo", perdón por el juego de palabras.


La Wiki me recuerda que ya le vi a Nolan una cinta que me desconcertó por cómo estaba contada, Memento (2000). No he visto las que ha dirigido con superhéroes, pero con Dunkerke (2017), a pesar de lo poco que me gustan "las de guerra", quedé impactado. La batalla se plasmaba en toda su ferocidad y sinsentido. Ahora, basándose en el libro de 2005 escrito por Kai Bird y Martin J. Sherwin, Prometeo americano (Debate), ganador de un Pullitzer, Nolan ha escrito la que creo que es su obra maestra por ahora. Y lo primero que me ha llamado la atención es la inteligencia con la que se han escrito dos pelis en una, sin que se molesten mutuamente, antes bien potenciándose una a la otra. ¡Y de qué manera! De un lado el biopic, que cuenta cómo un físico joven, Robert Oppenheimer (Nueva York, 1904 - Nueva Jersey, 1964), de origen alemán y judío, formado en Alemania, Gran Bretaña y EE.UU., alcanza intuiciones como la de los agujeros negros y lo que luego se llamaría fisión nuclear.  Todo ello llevó a que se le responsabilizara del Proyecto Manhattan, para fabricar la primera bomba atómica. Vistos los resultados de la masacre, experimentó sentimientos de culpabilidad y horror ante tanta muerte de inocentes y alertó de una posible carrera nuclear, como la que luego se produjo durante la Guerra Fría, y defendió la creación de un organismo internacional que pudiera controlar su desarrollo. De esos conflictos íntimos sobre lo ético de aplicar los conocimientos teóricos al armamento, ya había tenido información gracias a la magnífica Copenhague, en torno al debate entre Bohr y Heisenberg 














De otra parte, y rodada en B/N, se desarrolla casi un thriller psicológico, judicial y político, la auditoría que investiga al físico, como ya venía haciendo con antelación el FBI, un auténtico "proceso" aunque no fuera público, con merma de derechos en la defensa y con pruebas obtenidas de modo torticero. El que Oppenheimer hubiera tenido ideas cercanas al comunismo, defendiendo al bando republicano en nuestra Guerra Civil, lo convertía en culpable casi de alta traición a los ojos de Hoover, ya en los años 50, en plena época macartista. El relato se imbrica a su vez con la posible elección de un tal Strauss para un puesto de alta política, quien tiempo atrás fue enconado enemigo del físico, envidioso, de pomposo ego, de afán de poder. Las tres narrativas se van potenciando mutuamente y se llega a un crescendo emocional fortísimo con la declaración de la esposa del investigado, en el que la medalla final y las palmaditas en la espalda a quien fue desposeído de su credencial de seguridad, eran más bien un premio al propio stablishment, como le señala Einstein. Son muchos los nombres que aparecen, físicos, políticos, amigos, y puede resultar algo confuso saber de quién se está hablando, pero las imágenes son de tal fuerza que todo acaba quedando claro. El sonido, la música omnipresente de  Ludwig Göranssonla creación de imágenes para mostrar lo atómico, la fotografía de Hoyte van Hoytema son absolutamente espectaculares. El B/N se pone al servicio de retratar un mundo oscuro.

Cillian Murphy es el que lleva sobre sus espaldas el peso de la película. Lo recordaba de Dunkerke, pero aquí el papel requiere de una carga interior que se ha de transmitir a base de primeros planos. Configura además el personaje con el liderazgo necesario para sacar adelante el proyecto, a la vez que es capaz de mostrarse con todas las dudas que tal proyecto le suscita. Robert Downey Jr., a quien me ha costado reconocer, dada su extraordinaria caracterización, es el antagonista perfecto, revestido de buenas formas, que le irán siendo arrancadas poco a poco. Un Matt Damon fondón, saca adelante el papel de militar que ha de estar al servicio del Proyecto, pero que entiende al científico. Son muchos los rostros conocidos, perfectos en sus caracterizaciones, Kenneth Branagh, en el papel de Bohr, un irreconocible y espléndido Gary Oldman como Truman, y una espectacular Emily Blunt, atormentada y firme esposa. El elenco es extenso y todos hacen creíbles el ambiente y los sucesos, dada la cuidadosa puesta en escena, tanto en interiores, como en exteriores espléndidos. 


Si tras el visionado de la peli uno no sale con una conciencia antinuclear asentada, es posible que el director haya fracasado. No es eso lo que me ha sucedido a mí, que se me ha ido encogiendo el ánimo conforme veía al manipulador fiscal, y el avance de la mortífera arma. Luego vendría Chernobil y Fukushima y la guerra de Ukrania y el peligro de que todo salte por los aires. Es cierto que las dos bombas japonesas obligaron a capitular al imperio nipón, ¿pero que culpa tenían los habitantes civiles de aquellas dos ciudades? También los que dejaron caer las bombas desde sus aviones sufrieron un proceso de reconversión, no como al enloquecido del Dr Strangelove al que Kubrick hacía cabalgar el artefacto mientras se dirigía hacia el desastre.


José Manuel Mora.




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