Poquitª fe, de Pepón Montero y Juan Maidagán

Gente pequeña, como nosotros

Me picó la curiosidad nada más saber quién era la protagonista. Que los capítulos duraran tan sólo quince minutos era un acicate. Además me venía recomendada por mi amigo J. Antonio. Así que, sin más, hemos empezado a ver Poquitª fe, una creación de Pepón Montero y Juan Maidagán, de quienes no tenía noticia. Luego, gogleando, me entero de que Montero ha dirigido varios largometrajes, Justo antes de Cristo, que se me debió de escapar, y que había escrito el guión de la primera temporada de la para mí mítica Camera café. Y con este detalle he empezado a entender el tono de la miniserie, que se confirma al saber que también Maidagán fue guionista de la ya  citada. La que comento, se acaba de estrenar en Movistar +

No es frecuente que coloque fotos de los que paren las series, pero no querría olvidar la jeta de estos dos locos de la vida, que tienen un sentido del humor que ha conseguido que me ría a mandíbula batiente, a pesar de los tiempos recios que estamos viviendo y con los feos presagios de lo que se nos puede venir encima a partir de este de julio. A veces he tenido la sensación de que podían haber participado en aquella comedia descacharrante, Amanece, que no es poco, con la que guarda un parecido sentido del absurdo de lo cotidiano, como también sucede con los cómicos de "La hora Chanante", al que también pertenece el otro protagonista. 


Berta (Esperanza Pedreño) y José Ramón (Raúl Cimas) forman una pareja muy baqueteada por los años de relación, por la situación familiar y laboral, por la familia de cada uno, por los amigos que los rodean, por una vida gris en definitiva, en la que como dice ella, "nunca hacemos nada distinto". La monotonía de la cotidianeidad. Y, a pesar del aburrimiento y de lo asfixiante de la relación, ahí siguen a lo largo de doce meses, doce capítulos, que se nos pasan a los espectadores sin sentir y muertos de risa. ¿Pero de qué nos reímos? De su insignificancia, que es también la nuestra. Así que, al reírnos de sus situaciones, nos estamos riendo de nosotros mismos, al vernos reflejados en ese costumbrismo de barrio, con su frutería, el bar, el rellano con los vecinos... Se sienten postergados por sus propias familias, desearían emprender aventuras, léase ir a Tailandia, la rutina de sus trabajos los agobia y nunca consiguen su máximo deseo, el clásico carpe diem. No les da la vida. La crisis de cada día se lo impide. Y eso sin grandes dramas, todo en un tono contenido, para lo que resulta perfecto el formato elegido por los creadores.


Tiene la apariencia de un docureality, en el que los personajes se dirigen a cámara para expresar lo que en la realidad son incapaces de decir. El contraste entre lo que sienten y verbalizan en privado, con lo que se responden cuando son capaces de hacerlo, siempre sin grandes discusiones, o con lo que no se llegan a decir, potencia al máximo la comicidad de las situaciones. Todos los personajes que aparecen, todos, tienen relevancia y aportan con sus comentarios el punto de irracionalidad cotidiana que hace que todo esté a punto de estallar a cada momento. Para ello es necesario que el reparto sea de altura.


Cimas, qué descubrimiento para mí, y la Pedreño, harta de hacer de pánfila y lejos de su tonillo ante la cámara de la máquina de café, están sublimes. Y no exagero. Provoca una ternura especial su desvalimiento, su no poder luchar contra los elementos o que, si lo intentan, todo les salga rematadamente mal. Son tan normales... como nosotros, insisto. Al ser una película coral, la presencia de los secundarios completan las acciones de la pareja protagonista: Marta Fernández Muro hace una madre despistada y fumeta, que está clavado, Julia de Castro es la hermana lesbiana y pasota, preferida por sus padres, Chani Martín es el vecino y colega infame, pero tan humano... Por no hablar de Pilar Gómez, la amiga "tailandesa" o ese padre, Juan Lombardero, que somatiza la homofobia con tanta naturalidad. No los voy a citar a todos, pero están que se salen y consiguen que todo resulte creíble, de una comicidad nada forzada, a base de réplicas sabias, dichas al desgaire, perfectamente colocadas, que se dice en el argot teatral. Otro acierto del guión. Podrían resultar patéticos si no fueran tan humanos. ¿Cómo es posible que sean capaces de mantenerse en pie sin que se les derrumbe el chiringuito? Ahí está su dignidad, lo que nos los hace tan cercanos, su lucha "contra los elementos". Cada uno de nosotros vamos driblando  a la vida como buenamente podemos. Como hacen ellos. Ésta es de las que yo señalaría como imprescindibles. De nada.

José Manuel Mora. 




 

Comentarios