Las noches de Tefía, de Miguel del Arco

De la necesidad de recordar

Cuando supe de la existencia de esta serie, Las noches de Tefíasabía que tendría que intentar verla. Luego me enteré de que su creador era uno de los máximos exponentes del teatro actual, Miguel del Arco, quien ejerce además como guionista junto a Antonio Rojano y codirige con Rómulo Aguillaume. Estaba claro que había que verla. Se unen razones históricas y de creación artística. Comentarla aquí, ahora, se debe a la necesidad de que no pase desapercibida entre la abundantísima oferta de las plataformas, para que la gente "recuerde", como dice uno de los protagonistas al final de la serie, de tan sólo seis capítulos y que se puede ver en Atresmedia Player, aunque no en abierto, otra de las paradojas de la cadena. Me ha sorprendido comprobar que entre mucha gente de mi edad se desconocía la existencias de estos "campos de reeducación". No quiero ni pensar entre la gente joven.


A Del Arco lo descubrí cuando presencié emocionado su La función por hacer, (2009). Años más tarde me conmovió hasta el tuétano su versión de "la manada", convertida en La jauría, (2019). Así que sabía de lo que era capaz, ante un proyecto de enorme envergadura: trenzar tres líneas argumentales sin que la atención pueda distraerse. La primera, filmada en unos colores algo apagados, se desarrolla en 2004, poco antes de que RZapatero lograra sacar adelante la ley del matrimonio igualitario, a pesar del recurso al Constitucional de los del PP, que acabaron perdiendo y que nunca se atrevieron a anular ni a modificar cuando Rajoy llegó a la presidencia. Un hombre canario, Airam (extraordinario y creíble, fragilísimo en su silencio, Perugorría y Marcos Ruiz en su papel de joven e inexperto preso), casado y divorciado de una conmovedora Ana Wagener, con dos hijos y un negocio, se tropieza por la calle con el que fue uno de sus torturadores (el imponente Roberto Álamo, "la Viga") cuando él estuvo preso en la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía, eufemismo para campo de concentración, donde se les explotaba salvajemente con un trabajo casi esclavo y se los vejaba, torturaba y violaba, que existió en Fuerteventura entre 1955 y 1966 para recluir a homosexuales y gente de mal vivir, condenados por la Ley de Vagos y Maleantes que, ¡ojo!, no fue derogada hasta 1995. Esa es la segunda línea argumental, rodada en una maravillosa e impactante, claustrofóbica, fotografía en B/N, obra del gran Aguirresarobe. La tercera es la ficción que logra montar en la cabeza de los presos un compañero suyo, Charli (Miquel Fernández), gran contador de historias, en torno al imaginario cabaré Tindaya, en el que el color brillante, la música y las lentejuelas permiten a los presos librarse a sus ensueños y deseos sin restricciones, escape de la realidad y celebración de la vida. En el caso de esta serie, la valoración de lo audiovisual ha de correr paralela a la necesidad de que lo sucedido sea contado, ahora que se amenaza con negar los derechos tan arduamente conseguidos. Tan es así que en un giro de cámara, el creador se rueda a sí mismo al planificar la última secuencia. Del Arco en estado puro, combativo como es.


Y es en lo visual donde el contraste entre la dureza de la vida en el penal y el colorín del cabaré acaba siendo excesivo en mi opinión. Por varias razones: la música y el balé me parecen demasiado "modernos". Algo más "de época" hubiera resultado igual de válido. También algunos diálogos chirrían aquí por excesivos, como no lo hacen en el campo de trabajo. Y los actores, siendo los mismos que se encuentran presos, están sobreactuados en ocasiones. El drama carcelario, intenso, demoledor, creo que no acaba de casar con el tono de comedia, casi de vodevil, de las noches del Tindaya, donde el histrionismo drag reina potente, fruto de la licencia artística. Y hay que decir que Patrik Criado compone una "Vespa" peleona, solidaria, inasequible al desaliento, tal vez excesivamente "concienciada" para la época, en su lucha por ser libre, aun dentro del presidio, algo que logra "la Sisi", cada vez que se trasviste, estupendo Javier Ruesga. La otra cara de la moneda la presenta un jefe de campo, también "preso" en su puesto, y que recita los lemas del Régimen cada vez que puede, un Israel Elejalde duro, inmisericorde, coherente con lo que sus superiores esperan de él. La secuencia de la visita del Director General y señora es magnífica, con una atmósfera que me resultaba familiar, de frases escuchadas en mi niñez. No vemos aquí el costumbrismo de las series de sobremesa, sino algo más cercano a un neorrealismo a la española. No quiero dejar de citar a Celeste González, ella sí actriz trans, en un papel emocionante de "la Sisi", mayor y dentro del cuerpo que tanto deseó. 


En definitiva, una serie potente, que se atreve a sacar a relucir trapos sucios de la Dictadura, ahora que muchos niegan que la memoria histórica tenga sentido, "porque no hay que abrir viejas heridas". Antes al contrario, se hace necesario dar a conocer hechos que ocurrieron, sin afán de revancha, para que no vuelvan a repetirse. 

José Manuel Mora.



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