De la necesidad de recordar
Cuando supe de la existencia de esta serie, Las noches de Tefía, sabía que tendría que intentar verla. Luego me enteré de que su creador era uno de los máximos exponentes del teatro actual, Miguel del Arco, quien ejerce además como guionista junto a Antonio Rojano y codirige con Rómulo Aguillaume. Estaba claro que había que verla. Se unen razones históricas y de creación artística. Comentarla aquí, ahora, se debe a la necesidad de que no pase desapercibida entre la abundantísima oferta de las plataformas, para que la gente "recuerde", como dice uno de los protagonistas al final de la serie, de tan sólo seis capítulos y que se puede ver en Atresmedia Player, aunque no en abierto, otra de las paradojas de la cadena. Me ha sorprendido comprobar que entre mucha gente de mi edad se desconocía la existencias de estos "campos de reeducación". No quiero ni pensar entre la gente joven.
Y es en lo visual donde el contraste entre la dureza de la vida en el penal y el colorín del cabaré acaba siendo excesivo en mi opinión. Por varias razones: la música y el balé me parecen demasiado "modernos". Algo más "de época" hubiera resultado igual de válido. También algunos diálogos chirrían aquí por excesivos, como no lo hacen en el campo de trabajo. Y los actores, siendo los mismos que se encuentran presos, están sobreactuados en ocasiones. El drama carcelario, intenso, demoledor, creo que no acaba de casar con el tono de comedia, casi de vodevil, de las noches del Tindaya, donde el histrionismo drag reina potente, fruto de la licencia artística. Y hay que decir que Patrik Criado compone una "Vespa" peleona, solidaria, inasequible al desaliento, tal vez excesivamente "concienciada" para la época, en su lucha por ser libre, aun dentro del presidio, algo que logra "la Sisi", cada vez que se trasviste, estupendo Javier Ruesga. La otra cara de la moneda la presenta un jefe de campo, también "preso" en su puesto, y que recita los lemas del Régimen cada vez que puede, un Israel Elejalde duro, inmisericorde, coherente con lo que sus superiores esperan de él. La secuencia de la visita del Director General y señora es magnífica, con una atmósfera que me resultaba familiar, de frases escuchadas en mi niñez. No vemos aquí el costumbrismo de las series de sobremesa, sino algo más cercano a un neorrealismo a la española. No quiero dejar de citar a Celeste González, ella sí actriz trans, en un papel emocionante de "la Sisi", mayor y dentro del cuerpo que tanto deseó.
Comentarios