Quintín Durward, de Walter Scott

De caballeros y amoríos

Ha vuelto a funcionar. El bookcrossing sigue dejando regalos en sitios inesperados. Si decidí llevarlo conmigo se debió a que estamos en periodo estival y parece que las lecturas ligeras son más aceptables. También porque así podía tratar de rellenar otro hueco en mi deficitaria lista de lecturas, en este caso, juveniles. No había leído nada de Walter Scott. Quintín Durward. Barcelona: Ediciones Orbis, 1988, trad. Alberto Vallvé, 253 págs. encuadernadas en tapa dura, con pretensiones de figurar decorosamente en una biblioteca. Y tanto el autor como el título evocaban en mi cabeza los libros de aventuras que leía de adolescente. 

Al goglear descubro que hay películas de los años 50, en las que los personajes eran encarnados por los actores más de moda de la época, Robert Taylor, Kay Kendall, mucho mayores que los del libro. También parece que se publicó en la Colección Historias, ilustrada, de la que guardo como un tesoro Las aventuras de Tom Sawyer. Así que está claro que debió de formar parte de mi imaginario de entonces. Sir Walter (Edimburgo, 1777-Abbotsford House, 1833) aparecía también en mis libros de texto de literatura. Y el título de baronet escocés lo nimbaba con un prestigio añadido. También que fuera autor de otro de los títulos míticos de mi adolescencia, Ivanhoe, completaba la imagen que de él me hacía. La novela se publicó en 1823, en pleno periodo romántico. Él se adscribió, como buen conservador que era, a la corriente  de novelas históricas teñidas de acción. El que además de abogado y juez fuera editor, tal vez explique que se convirtiera en uno de los primeros escritores ampliamente conocido por sus contemporáneos en Europa. 

Adentrarse en la Francia de finales del XV debió de suponer para el autor un estudio de los hechos políticos y bélicos de la época, las luchas entre Luis XI de Francia y Carlos de Borgoña, llamado el Temerario, ambos representantes del final de la época feudal, lastrada aún por servidumbres y derechos de unos y otros, pero la aparición de la ciudad de Lieja, gobernada por menestrales, muestra ya la pujante burguesía que acabará dominando los Países Bajos. Y en medio de todos estos conflictos, surge Quintín Durward, un muchacho apenas veinteañero, proveniente de la lejana Escocia, en busca de su tío, que milita entre los arqueros de la Guardia Escocesa a las órdenes de Luis, rey de extremada religiosidad, cercana a la superstición, y de carácter brutal en ocasiones y en otras, paternalista y protector: "Debería casarla con alguno de mis vasallos, que estuviera dispuesto a amarla y defenderla" (pág. 71). También encontramos a la condesa Isabel de Croye, desposeída de sus tierras y encerrada con su tía en una torre del castillo. "Los dos eran jóvenes hermosos, y con el corazón abierto a una poética ternura" (pág. 122). Y con eso están todos los mimbres de la historia, que el autor va trenzando con sabiduría.

Hacía mucho tiempo que no escuchaba la voz del omnipotente narrador omnisciente: "Daremos cuenta de las aventuras acaecidas a nuestro protagonista" (pág. 12). Y me ha resultado muy evocador. Como el hecho de que se refiera al "manuscrito encontrado", tan cervantino: "Las memorias de que nos hemos servido para escribir la presente obra" (pág. 96). Es cierto que a su autor, hijo de su siglo y de su clase social, se le escapan valoraciones que hoy cuesta admitir: "Pérfida y malvada como todas las de su sexo" (pág. 26). De nuevo, un toque cervantino: "Era la funesta pasión de leer novelas lo que impulsaba a algunas mujeres a aprender a montar a caballo" (pág. 168), con la libertad que ello proporcionaba. Y una última cita: "La libertad sólo existe para el hombre (léase, varón), pues la mujer necesita siempre de algún protector" (pág. 170). Hay también elementos que no sé si son producto de la moda que colocó a España entre los lugares preferidos para los escritores románticos, de donde podrían venir comparaciones que me han resultado divertidas: "Que nadie le gane en tozudez o tontería a no ser un toro de Murcia" (pág. 188). O bien, "Como hacen los toreros que pude ver en Burgos" (pág. 189).

No cabe duda de que es una literatura que queda algo demodé, pero que antaño, cuando no existían ni la televisión ni los móviles, seguro que daba juego entre los aficionados a los libros de aventuras. A mí me ha dejado conocer a un escritor y, sobre todo, una época tan turbulenta, tan llena de traiciones, tan empapada del horror de la sangre derramada por quienes sólo deseaban mantener sus privilegios. Las ejecuciones sin juicio, los pillajes, los saqueos, las violaciones, todo lo que seguimos viendo ahora en tantas partes del mundo. No sé si ha llegado a permitirme la desconexión veraniega que pretendía. El libro volverá a quedar "olvidado" en cualquier banco de la calle, a la mano de cualquier persona curiosa que quiera embarcarse en su lectura. Cosas del bookcrossing. Lo próximo será un ensayo que puede afectarme más profundamente, ya que trata de la Senectute.

José Manuel Mora.





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