Cine, política, vida
Ir a ver una peli de este señor es casi como ir sobre seguro. Uno sabe a lo que se arriesga. Desde los tiempos de Caro diario (1993), me he divertido con su cine, aunque en ocasiones haya sido tremendamente triste, como en La habitación del hijo (2001). Siempre hay en él una mirada a la sociedad de su tiempo, como ocurrió con Habemus Papam (2011), aunque sea con un gesto irónico sobre la institución dominante en Italia, no sé si por delante o por detrás del otro gran tótem, la mamma. Y así, me conmovió en lo profundo Mia Madre (2015). Ésta que voy a comentar, es una mirada auto irónica, molto divertente, sobre su propio cine y sobre tantas otras cosas más. Veamos.
Moretti, que además de dirigirla, ha participado en la redacción del guión de Il sol dellàvvenire, es un señor que ha entrado ya en la setentena, llevada con enorme dignidad. Tal vez sea la edad la que lo ha llevado a una reflexión sobre su actividad fílmica, teñida como casi siempre de una visión política. Ya en el arranque de la peli hay una escena en la que Giovanni, el director de la cinta que se está filmando en la que vemos, interpretado por el propio cineasta, se reúne con su equipo de actores y el resto de componentes del equipo. Entre ellos un treintañero que, cuando oye hablar de los millones de comunistas que había en Italia en los años cincuenta, pregunta si eran emigrados de la Unión Soviética. Moretti director está hablando de los miembros del P.C.I., el Partido Comunista Italiano, el famoso Pi Ci (léase Pi Chí), en aquella época un faro para muchos izquierdistas europeos. El muchacho naturalmente no sabe de qué le están hablando, como le sucede a muchos jóvenes españoles cuando se les nombra la dictadura franquista o los crímenes de ETA. Queda todo muy lejos, y eso no "se ha dado" ni en el insti ni en la uni. Indocumentados históricos en peligro de repetir errores antiguos.
A la efervescencia vital que supone el proceso creativo y la complejidad de rodar una película, se añade el carácter neurótico del director, unido a la crisis matrimonial en la que se ve envuelto sin apenas enterarse de que se avecinaba, el poco caso que le hace su hija, la posible quiebra de su productor, la rebelión de la actriz principal a la hora de rodar algunas escenas... ¿Cómo hacer frente a todo ello? Giovanni, que rueda una peli cada cinco años, metódico como es, quiere introducir en ella una banda sonora con canciones que forman parte de su memoria sentimental y, a la vez, reflexionar sobre la actitud del Partido Comunista Italiano ante la invasión soviética de Hungría, que hizo que los militantes se desengancharan del seguidismo a las tesis de Moscú, preparando lo que acabaría siendo el eurocomunismo posterior. Dilemas artísticos y personales se van ensamblando, al tiempo que se rueda la llegada de un circo húngaro, un reconocimiento claro a La Strada de Fellini. Son muchos los directores que cita, Cassavetes, Scorsese, bien para homenajearlos, bien para reírse de ellos, con un dardo claro dirigido a la famosa N roja. Siguiendo a W. Allen, convoca en el plató a Renzo Piano para consultarle un plano, rompiendo así la cuarta pared. Es verdad que en algún momento, como el rodaje de la escena de un asesinato que él interrumpe, la autocomplacencia del autor puede llegar a ser cargante.
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