Mal de piedras, de Milena Agus

Mujeres sardas

El bookcrossing, por lo aleatorio de su procedimiento, suele siempre deparar sorpresas. La última vez fue un clásico del XIX, Quintin Durward, que no había leído. En esta ocasión se trata de una autora y un título para mí absolutamente desconocidos. Tal vez por eso me lo traje para casa. Lo que no podía imaginar, ni por el nombre de la escritora, ni por el título en castellano, es que se tratara de alguien procedente de la Isla de la Sardinia, es decir, una mujer sarda. AGUS, Milena. Mal de piedras. Barcelona: Ed. Random House Mondadori, 2009; trad. Celia Filipetto; 185 págs. 


Agus (Génova, 1959), hija de padres emigrados al continente, vive y trabaja en Cagliari, ha ejercido como profesora de Literatura e Historia en un centro de F.P. y lleva escribiendo novelas desde 1980. Su primer título, Mientras el tiburón está durmiendo (2005),  escrito según ella sin pretensiones, se reimprimió en pocos meses; tras él, Las alas de mi padre (2008); pero ha sido con la presente, con la que se ha visto traducida a cinco idiomas. Fue un éxito en Francia y ganó con ella el Premio Strega, máximo galardón literario al que se puede acceder en Italia dentro de la categoría de ficción. De ella se han vendido más de medio millón de ejemplares. Hay una versión fílmica de 2016 rodada en Francia, con la Cotillard de protagonista. A veces, en la manera de contar y en los personajes femeninos, me ha recordado a La amiga estupenda, de Elena Ferrante.


Se nos cuenta la vida de Abuela, por voz interpuesta, la de su nieta.  Abuela tuvo una infancia difícil, lista como era no se le permitió seguir estudiando, y se llegó a pensar en la necesidad de internarla, dadas las extravagancias a las que llegaba. Se volvía loca por cualquier varón que la mirara y le escribía encendidas cartas, que naturalmente no eran respondidas.  Pero "es raro el amor. Si no quiere llegar, no llega" (pág. 39). Se casa en 1943, en los estertores de la guerra, casi por compromiso, con uno de Cagliari. "Nadie entendía cómo esos dos habían acabado emparejándose" (pág. 29), la pueblerina y el de ciudad. A ella, "cómo le gustaba Cagliari, el mar, y su pueblo, con su mezcla de olor a leña, chimenea, bosta de caballo, jabón, trigo, tomates, pan caliente " (pág. 134). Con él se acuesta, pero duermen uno a cada lado de la cama. El mal de piedras que padece, cálculos renales, la hace abortar cada embarazo.  Decide ir a un balneario en el continente para tratarse y allí, en 1950, es donde  conoce al Veterano, el primer varón que la trata con respeto y amigablemente. "La dignidad de aquel cuerpo ultrajado y, a pesar de todo, todavía inexplicablemente fuerte y bello" (pág. 46) la hace vivir en su imaginación exaltada una hermosa historia de amor, que tiene poco que ver con la vida que realmente vivirá. El Veterano se convierte en la auténtica cura. Sobrevuela la duda de si el embarazo que logra por fin es de su amor ideal o de su marido quien, a su manera, también la quiere. 


La voz de la nieta expresa la fascinación que siente por ella: "Mi abuela había sido todo para mí" (pág. 65). Dentro de la sencillez expresiva por la que opta la escritora, esa figura da lugar a una de las pocas metáforas que usa: "Aquella nube negra de rizos" (pág. 84), o bien cuando, para llamar la atención de los jóvenes, en la iglesia, "Abuela se quitó las horquillas y el pelo se le soltó como una nube negra y brillante que parecía un arma seductora del diablo, una especie de brujería" (pág. 153). La nieta va contando lo que Abuela dejó escrito en un cuaderno. Una vida cotidiana que se muestra gracias a la sencillez de la narradora, a la cercanía con que se presenta a los personajes, principales y secundarios, todos perfectamente dibujados. El inconformismo y la imaginación de Abuela resultan enormemente atractivos para la nieta y para los lectores. En la carta final que por fin Abuela recibe, el Veterano le dice: "No deje de imaginar. No está usted loca. No crea nunca más en quienes le dicen algo tan injusto y perverso. Escriba" (pág. 185). Y eso es lo que acabará salvando a Abuela, a pesar de no volver a encontrar al que fue su amor ideal. "Llevábamos dentro demasiadas piedras" (pág. 184). Logró quitárselas de encima, y por fin engendrar, gracias a la escritura. Hermosa historia dentro de su sencillez. Un descubrimiento que quiero compartir. Termina uno con ganas de visitar la isla. 

José Manuel Mora.






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