Vagalume, de Julio Llamazares

Luciérnagas

Como señalo más abajo, soy seguidor del escritor desde tiempos inmemoriales, 1988 nada menos con su Lluvia amarilla, por lo que unido a la recomendación del inasequible al desaliento, infatigable lector de buen criterio, mi amigo Pascual, decidí embarcarme en la lectura del último título de LLAMAZARES, Julio. Vagalume. Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial, 2023, ahora ya en su tercera edición, 216 págs. La imagen de la cubierta, Squaring the circle, es de Karolina Trapp. Es posible que el título, con esa palabra gallega tan evocadora, haya influido también algo en mi elección. Hay en ella, desde la misma tapa del libro, la metáfora que lo sostiene. Volveré luego sobre ello.


No voy a regresar a su biografía (Vegamián, León, 1955), ya señalada en los títulos anteriores aquí reseñados,  Las lágrimas de San Lorenzo (2013) y Distintas formas de mirar el agua (2015), pero tal vez se le podría aplicar el término de polígrafo, puesto que toca todos los géneros, poeta, articulista, cronista, narrador de relatos cortos y novelas, guionista de cine... En todos ellos hay lugar para la memoria y la ensoñación, fuentes ambas de su inspiración. Hay mucho del autor en sus libros y tal vez en éste [no puedo privarme de un excurso a propósito de la tilde del pronombre anterior, que sigo poniendo, a pesar de las indicaciones de la RAE; Alfaguara coincide en esta edición con mi criterio y eso me ha satisfecho] con mayor motivo, al ser el protagonista-narrador un escritor como el propio Llamazares, quien confiesa que es la primera vez que titula una obra suya con un solo sustantivo. Vagalume vendría a ser una síntesis de dos conceptos, vagar e iluminar, tareas ambas de quienes se dedican a escribir de noche. Una última precisión antes de seguir, la cita de Faulkner con la que se abre el libro, Entre la pena y la nada elijo la pena, tal vez está anticipando algo el  tono de la narración. 

Un escritor recibe la noticia de la muerte del periodista que lo inició en la profesión y con quien mantenía una firme amistad a pesar de la distancia. Vuelve a la ciudad innominada, mortecina, decadente, donde comenzó con su tarea, y le llega a sus manos de forma anónima una novela que su amigo publicó cuando era joven y que le fue censurada. Al igual que su padre, que escribió sin cesar novelitas de kiosko para mantener a su familia, él siguió escribiendo pero en secreto. ¿Por qué lo hace sin que su familia lo sepa? Ése será el acicate del narrador para intentar desvelar una serie de interrogantes que se le van planteando. Creo sin embargo que en esta novela la trama argumental es casi lo de menos. ¿Se puede sostener toda ella sobre la intriga mínima relativa a los libros que van apareciendo y a los secretos que el fallecido Manolo Castro guardaba en su trastienda, algunos de ellos algo folletinescos? Se dice que hay una vida pública, otra privada y una tercera, secreta. Es ésta la que César, el narrador, pretende descubrir. Pero a lo que vamos asistiendo es a una serie de reflexiones sobre el proceso de la escritura creativa: "Escribir me expulsaba de la vida, pero a la vez me sumergía en su misterio" (pág. 53), reflexiona César. Y añade: "¿No sería yo otro vagalume fantaseando mientras los demás dormían?", como le sucedía a su amigo y mentor, y a su padre, maestro represaliado... Tal vez, para todos ellos, "escribir fuera una forma de no sentirse solo" (pág. 77), una manera de "sobrevivir al tiempo" (pág. 194). Y en relación con eso, dejo aquí una de las pocas imágenes que este libro, sobrio en su expresión, mucho más que los anteriores que le conocía, nos deja el de León: "El tiempo, ese óxido invisible pero mortal que todo lo va royendo" (pág. 170). Un paso del tiempo "con la melancolía adueñándose de nuestros corazones" (pág. 22), otro de los elementos que tiñen las páginas de la novela.

Llamazares confiesa que estuvo a punto de titular el libro El puente perdido, que existe en realidad, el de la foto, y que quedó varado, sin agua que fluyera bajo sus arcos, al desviarse la corriente a causa de una crecida. Un puente que no tiene sentido, que no lleva a ninguna parte y al que César acude para recordar a su amigo, que fue quien se lo descubrió. Hay una cita que él toma del libro de Manolo Castro, que parece un autorretrato de todos los personajes que en él escriben: "Era un fantasma, un topo, un tumbado, un outsider cuya luz nadie veía en la noche, ni siquiera su familia, para la que se había vuelto invisible" (pág. 159). Y aquí me he visto yo también algo retratado, aunque no escriba de madrugada. Las entradas de este blog, que comencé como un instrumento pedagógico allá por el año 2008, alcanzan ya 1279, lo que supone una dedicación constante. Lo que empezó dirigido a mi alumnado, se ha convertido en un aide mémoire que me permite recordar lo que leo, lo que veo, lo que viajo... Y también, por qué no decirlo, en una disciplina que exige atención y cuidado, para no caer en la banalidad. Si encima hay curiosos lectores, a quienes estas líneas pueden abrir una ventana de curiosidad, este vagalume alicantino se da por satisfecho. ¿Qué quedará de todo ello con el paso de ese tiempo que todo lo corroe? Supongo que nada. A mí ya me vale con las razones expuestas.

José Manuel Mora.





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