Cerrar los ojos, de Víctor Erice

Memoria y olvido

Me gusta escribir estas reseñas con las imágenes frescas, para que no resulten demasiado "elaboradas". No es el caso. Vi esta película la semana pasada y ya creí que no redactaría el correspondiente comentario. Sin embargo no quiero dejar que me suceda lo que a uno de los protagonistas, que el olvido desvanezca unas imágenes y una historia que me atraparon durante las tres horas largas de metraje, y de las que ahora quiero dejar constancia para ayudar a mi cada vez más endeble memoria, y también para contrarrestar la crítica de ese enfant terrible en que se está convirtiendo  C. Boyero. Se trata de Cerrar los ojos, lo último de Víctor Erice quien, a sus 83 años, ha escrito el guión y se ha embarcado en un rodaje de envergadura. Veamos.


La peli arranca con una secuencia de cine "antiguo", rodado en soporte fotoquímico y en decorado, en el que dos monstruos de la interpretación, Coronado, el investigador, y Pou, un Triste-le-Roi que sabe que se muere, y que formula el encargo de encontrar a su hija perdida en Shangai, se colocan frente a frente en lo que se pretendía que se titulara La mirada del adiós, imágenes que resultan sobrecogedoras y que son un guiño a un relato de Borges. El actor que interpreta esa historia desaparece y la cinta queda inconclusa. Tiempo después, su amigo y director, el inmenso Manolo Solo (a quien no recordaba haber visto en El buen patrón y que parece haber sido elegido por su aire al propio Erice), se propone dar con él a raíz de un programa televisivo que pretende ser un homenaje al desaparecido. Y ése es el film que en realidad venimos a ver. Se trata pues de cine dentro del cine, y también de la confrontación de dos seres, aquel que "no puede huir de su pasado, lleva a cuestas el fardo de la memoria", en palabras del propio Erice, y quien se ha liberado de ese peso, al convertirse en otro, sin rastro de su pasado, alojado en una residencia de ancianos. Ambos en una edad ya problemática. Se habla de saber envejecer con una frase que intenté memorizar: "sin temor ni esperanza". También el olvidadizo actor tiene una hija, esa Ana Torrent de mirada penetrante y serena a pesar de todo. En el proceso de esa búsqueda se cruza la figura de un antiguo amor, la inolvidable Soledad Villamil, de El secreto de sus ojos, que está magnífica en su sinceridad, y la del antiguo operador, un casi olvidado y extraordinario Mario Pardo, que es quien salva de la desaparición el celuloide antiguo.


El intento de recuperar al viejo amigo, de hacerlo volver a la realidad, al presente, con la proyección en un viejo cine clausurado de lo que se salvó de aquel rodaje, queda sin resolver para el espectador, puesto que Erice ha preferido dejar un final abierto, mucho más sugerente que si todo lo hubiera explicitado. La mirada de Torrent, a la pantalla y a su padre, no puede más que traer a la memoria de quienes quedamos fascinados, la de aquella niña de El espíritu de la colmena, fascinada ella también ante las imágenes del monstruoso Frankenstein, que veía por primera vez en una inmensa pantalla. Aquella y ésta son sendos homenajes al cine. 


El reencuentro con una antigua amante, la manera de hacer nudos marineros, el recuerdo del hijo muerto, Solo cantando My Rifle, My pony and Me, el himno de Río Bravo, tienen sabor a cine clásico. Conmueven. Son memoria individual y colectiva. Otra de las referencias para entender el cine de Erice es la frase de Juan Margallo, (quien hacía de maqui en El espíritu)"Una persona no es solo memoria, también son sentimientos". Y la peli es en ese sentido desbordante, en un fluir de imágenes reposadas, con los característicos fundidos en negro del director. Parte del mérito está en un Coronado deshecho, turbio en su no recordar, en esa mirada perdida, en ese cerrar los ojos final. Cine grande.

José Manuel Mora.







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