Godless, de Scott Frank

De la dureza del lejano Oeste

Conviene diversificar las sugerencias. De mi sobrino Julio me fío. Así que, llevados también del hecho de tratarse de una miniserie, tan sólo siete episodios, le hemos dado la oportunidad a un título que no creo que Netflix haya publicitado demasiado. De hecho ni la había oído nombrar. Se trata de Godless, ("Sin Dios", para los de francés), una producción de 2017 nada menos. Así que no se trata de ninguna novedad. Debo señalar que, como creo que ya he dejado dicho con anterioridad, no soy amante del género western, las del Oeste de toda la vida, salvo impagables clásicos que no hace falta citar. Es cierto que no hace mucho dejé constancia aquí de otro título que me pareció magnífico, ambientado en el mítico far west, pero con una protagonista británica y noble, The English



Creada y escrita para la plataforma de la N roja por el estadounidense Scott Frank, de quien no recordaba nada, este hombre resulta ser, además de adaptador al cine de títulos premiados como Minority Report (2002), o el excelente La intérprete (2005), novelista, y responsable también de la increíble Gambito de dama (2020), que tanto celebré en estas páginas. Cito todo esto que me cuenta la Wiki porque me hace entender la calidad del guión de la serie que acabamos de ver. Uno de los elementos originales de la misma es que el género suele estar poblado por machotes de elevado nivel de testosterona. Sin embargo la historia se desarrolla en un poblado casi exclusivamente habitado por mujeres, ya que los varones murieron en un accidente minero.


A La Belle, pueblucho perdido en Nuevo México, allá por 1880, llega un muchacho herido, Roy Goode (Jack O'Connell, a quien no recordaba haber visto en '71  y This is England), huyendo por haberlo traicionado y robado un botín, del que fue antaño su protector al quedar huérfano, Frank Griffin (impecable como suele Jeff Daniels), y que ahora es un despiadado bandido, a pesar de su alzacuello y sus citas bíblicas, y que encabeza una tropa de asesinos. Griffin ha prometido acabar con todo aquel que proteja, ampare u oculte a Roy. Hay una granja no muy lejos del pueblo, donde vive una viuda, Alice, (Michelle Dockery, en un papel distinto del de Downton Abbey) con su hijo adolescente y su suegra nativa (Tantoo Cardinal), donde Roy acaba por esconderse. Ello presupone para toda la comunidad un futuro e implacable castigo. Hay un sheriff que se está quedando ciego (Scoot McNairy) y que persigue al bandido a pesar de su dificultad. Y uno de los personajes más atractivos de la serie, una mujer que viste con ropa de varón (increíble Merrit Wever), que aporta un toque feminista avant la lettre al grupo de viudas del lugar, animándolas a que aprendan a valerse por sí mismas y a negociar con los tiburones que quieren reabrir la mina. Estos son los mimbres con los que Frank teje la acción, con pequeños saltos atrás para explicar algunos de los sucesos y personajes. La tensión va creciendo de manera gradual y medida y uno espera un final de fiesta como el que se acaba produciendo. Sin embargo hay aquí también sorpresas, incluso con un desenlace inesperado.


A pesar de la presencia importante de las mujeres, es verdad que al final el enfrentamiento será entre los dos hombre que se odian a muerte. Entre tanta violencia hay escenas de enorme lirismo, con doma de caballos incluida. Estamos cerca de la frontera, donde no hay códigos, ni hay Dios, como reza el título. Griffin es casi un azote bíblico al que se opondrá Roy como posibilidad de redención. Seguramente la historia no me hubiera atrapado tanto si no hubiera contado con la magnífica fotografía que muestra unas panorámicas inabarcablemente hermosas de Steven Meizler. Y la banda sonora de Carlos R. Rivera me ha parecido subyugante en su variedad y en su sabia orquestación.  En definitiva, creo que los amantes de las del Oeste tienen aquí dónde hincar el diente. También los que gustan de los amores imposibles, o no tanto.

José Manuel Mora.



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