Disculpa si te presento como si no te conozco, de Pablo Parra y Miguel Barreto

Paso a dos

Mucho tiempo sin ir al teatro, aunque he dudado a la hora de etiquetar la entrada. He ido a la Sala Arniches, la bombonera alicantina para espectáculos de pequeño formato. Estaba lleno, y además con mucha gente joven. La duda ha venido al ver que se anuncia como espectáculo circense, algo que está lejos del Circo del Sol, por ejemplo. Sería más bien algo cercano a un balé de tipo zen, de ahí mi título, cercano a la acrobacia minimalista y espectacular, cercano a un teatro sin palabras. Se trata de Disculpa si te presento como si no te conozco, una idea original creada al alimón por  Pablo Parra y Miguel Barreto, y dirigida por Eva Luna García-Mauriño i Cía. Barreto (Colombia, 1992) se presenta como un artista circense, aunque es evidente su formación dancística y teatral. Lleva actuando desde 2017 en escenarios y en teatro de calle. Es integrante de La Pequeña Victoria Cen, compañía Leonesa, aunque él reside ahora en Valencia. 


Su otra mitad es Parra, que se presenta como actor teatral, malabarista, narrador, acróbata aéreo y cuentacuentos leonés. Parece que sus propuestas suelen ser inusuales. Al menos ésta lo es. Lleva diez años de experiencia a sus espaldas. Es curioso que su actividad se amplíe hacia un trabajo de educador social y a la formación a través de lenguajes artísticos. La preparación física de ambos lo deja a uno con la boca abierta. Sin embargo no es eso lo que más llama la atención en este montaje, coreografiado por Anna Mateu. Estamos ante un escenario vacío, una caja negra cuyo espacio es atravesado por dos hombres, uno a hombros de otro, en una alternancia imprevista y llevados por unos sonidos sincopados, mientras la escena se ilumina y queda a oscuras sucesivamente.

Dos cuerpos que se necesitan mutuamente, que dialogan sin palabras, que juegan a rechazarse, a abrazarse, y a ser uno el soporte del otro, su mímesis. A ello les ayuda un único elemento de atrezo, una especie de espejo, que es a la vez traslúcido, lo que les permite reflejarse y verse a su través en una escena con tintes oníricos. La sincronización es perfecta. El espacio sonoro se va enriqueciendo con tres piezas que aportan melancolía y humor, y que les ofrece la posibilidad de dejarse llevar por el ritmo de la música a la hora de ocupar el espacio en todas direcciones, no sólo en la horizontalidad, sino en el ámbito aéreo.  











Simetría, duplicidad, complicidad. En estos tiempos en los que se tiende al individualismo, a dialogar exclusivamente con la pantallita del teléfono, resulta emocionante ver dos cuerpos vivos, reales, que se palpan, se reconocen, se lanzan a tumba abierta uno sobre el otro, con una confianza absoluta, aunque a veces se rechacen, en otras ocasiones uno será quien "soporte" al otro con riesgo de partirse la crisma. Para algo así es necesario un control del ritmo corporal absoluto, no sólo fuerza física. Y también expresividad, usando algo tan mínimo como un pañuelo o un vaso de agua. En definitiva uno se pregunta si en una situación así sería capaz de responder a las preguntas: ¿Quién es el otro? ¿Quién soy yo? Buena manera de efectuar la rentrée. Si alguien lee esta breve reseña, escrita para no olvidar el buen rato pasado, tal vez se anime a ir a ver el espectáculo. El vídeo que acompaño puede hacer el resto.

José Manuel Mora.





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