La lección, de Deakla Keydar

Perder los papeles

No sé si voy a ser capaz de escribir con serenidad esta reseña. Mi compa Lola me aconsejó ver esta serie israelí, y decidí hacerle caso. Se trata de La lección, una miniserie de seis episodios de apenas 40 minutos cada uno, dirigida por Eitan Zur, y que ha sido creación de Deakla Keydarquien también ha ejercido de guionista de esta historia terrible, multipremiada en Cannes. Está colgada en Filmin desde septiembre de 2022, y desde luego pienso que es para estómagos fuertes. Y me explico.

Estoy seguro de que mi ánimo habría sido distinto de no haber coincidido el visionado con la tragedia palestino-israelí que nos sacude estos días. El primer capítulo arranca con una situación que cualquier docente ha podido experimentar: un enfrentamiento entre un profesor de educación cívica, claramente progresista, y una alumna de 17 años, de las que no se callan y siempre quieren tener razón. El problema es que el motivo de la discusión tiene que ver con la posición claramente racista y xenófoba con respecto a sus conciudadanos árabes, a quien ella desearía que se les excluyera de la entrada a una piscina pública. La discusión va subiendo de tono hasta que el estallido es inevitable. El conflicto pronto salta de las aulas a las redes sociales con vídeos explosivos, y a los medios de comunicación, y todo empieza a complicarse más y más con el efecto de fichas de dominó que van cayendo. La situación personal de ambos, él recientemente separado con sus hijos como alumnos del centro, y ella obesa, con profundas dificultades de autoestima, no ayuda en absoluto. Queda patente la facilidad que tenemos para perder los papeles y la dificultad que experimentamos los humanos a la hora de intentar superar los conflictos, dejando al lado la tozudez y el orgullo.


La anécdota inicial se potencia porque los dos personajes principales están perfectamente dibujados. La fuerza de Lian (Maya Landsman, premiada también en Cannes y que da el pego a pesar de tener diez años más que el personaje) es arrolladora no sólo por su fisicidad, sino por su inteligencia y su carácter, cargado de las inseguridades y ansiedades tardoadolescentes. En frente, Amir (Doron Ben David, quien trabajó en Fauda y en Our Boys, series ambas que resultarían imprescindibles para acercarse a lo que ahora sucede allá), un ejemplo de excelencia educadora, dialogante y estimulador, que acaba superado por la situación escolar y familiar y por traumas pasados. Del personaje más tóxico de la historia, un compañero de clase de la muchacha, casi no quiero ni hablar. Todo ello enmarcado por la conflictividad  de un país, Israel, en el que convive un pueblo que ha sido ocupado desde 1948 y que parece haber olvidado lo que padeció en los años cuarenta en Alemania.

Uno de los aciertos de la serie es que la guionista y el director parecen no querer tomar partido por ninguno de los dos personajes, sino que pretenden mostrar el problema ahondando en la complejidad interior de cada uno y en sus heridas personales, agravado todo por la explosiva situación que vive el país desde hace tantos años. Sin embargo ambos tienen claro que "En Israel, la realidad no es complicada, hay un lado que está equivocado y otro que tiene razón". Esta declaración del director parece cobrar ahora más fuerza tras todo lo que está sucediendo allá. Un país en el que el servicio militar de tres años es obligatorio para los varones y de dos años para las mujeres. Un país en el que la libertad de cátedra está protegida, pero en el que cualquier crítica al ejército puede ser problemática. Y de fondo, el terror de Hamás contra civiles, y la respuesta terrible y sanguinaria contra inocentes encerrados en Gaza, por parte del gobierno del corrupto Netanyahu, en manos de la ultraderecha. Y el sueño de dos países cohabitando en paz como algo imposible de alcanzar. ¡Qué horror, que inmenso horror!

José Manuel Mora.






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