Las flores perdidas de Alice Hart, de Glendyn Ivin

Del significado de la flores 

De nuevo Australia. No sé si va llegando más material desde las antípodas o que, como sucedió con el nordic noir, la moda va imponiendo su producto. Sin embargo he de decir que lo que me animó a ver la miniserie de Amazon Prime Video fue su protagonista. Las flores perdidas de Alice Hart, dirigida por Glendyn Ivin, es una producción de tan sólo siete capítulos, para la que las tres guionistas, Lambert, Fisher y Wilson, se han basado en el libro de otra mujer, Holly Ringland, al parecer muy popular allá. Y quiero empezar diciendo que  el guión está condenadamente bien escrito. Hacía tiempo que no veía una historia en la que el misterio, los secretos del pasado y su desvelamiento progresivo estuvieran tan bien pautados.

Alice, la del título, es una niña (Alyla Browne) de nueve años que pierde a sus padres en un oscuro incendio. Tanto su madre como ella sufrían malos tratos de un padre brutal en sus reacciones y en su necesidad de dominio y control. Al quedar huérfana, va a vivir con su abuela June (Sigourney Weaver) a una granja ocupada sólo por mujeres en la que se cultivan flores autóctonas. La niña ha perdido el habla y sólo los cuidados de su abuela y el resto de mujeres logrará que se vaya recuperando. Cada capítulo viene presidido por el nombre de una de esas flores, unido a sus propiedades, como portadoras de un lenguaje secreto. En un salto temporal limpio y claro reencontramos a Alice convertida en una mujer (ahora Alycia Debnan-Carey) que se quiere libre, autónoma, sin miedo y que decide romper con su pasado para ir a vivir lejos de la granja floral, en uno de esos territorios de horizontes infinitos, hipnóticos, desolados, de la Australia menos turística, donde cree encontrar el amor. Faltan otras dos mujeres en esta historia:  Twig, la compañera de vida y amante de June (Leah Purcell quien, al ser nativa, aporta un componente racial importante), y la bibliotecaria y mujer del policía (Asher Keddie), obsesionada por hacerse cargo de  Alice, sin que sepamos inicialmente bien por qué. 


La Weaver hace suyo un personaje poliédrico, duro, cargado de silencios, tierna también, pero limitadora de libertades en aras de proteger a su nieta y al resto de mujeres que acoge, capaz de hacer frente a los maltratadores, aun a riesgo de que le partan la cara. Me fascinó en Alien, hace ya tanto tiempo, em La muerte y la doncella, y la reencuentro ahora cargada de años, desafiante ante la cámara en unos primerísimos primeros planos, haciendo suyas las palabras de la Magnani a su maquillador: “Déjame todas las arrugas, no me quites ni una: he tardado toda una vida en conseguirlas".  Como las grandes, no requiere de enormes aspavientos para expresar hondura. Gestos mínimos desvelan todo su sufrimiento interior, su preocupación constante por su nieta, el amor por su mujer, su contrapunto, su fuerza. Hay que ser muy valiente para atreverse a algo así, además de gran actriz. Lo pude ver no hace mucho en La vita davanti a sé con una Loren octogenaria, capaz de ponerse a bailar en camisón. 


A
Debnan-Carey habrá que tenerla en cuenta, dada la fuerza de su interpretación, encarnando a una mujer joven, llena de contradicciones, capaz de autoengañarse y caer en el infierno del que huía. Ella y Purcell componen junto a June un trío perfecto. Una serie que trata de la violencia machista, de la posibilidad de conformar una comuna en la que el sororismo sea la regla de convivencia, de los peligros que el amor romántico puede entrañar hasta enmascarar riesgos ciertos, debería tener una acogida importante. Y no sólo por temáticas tan sustanciosas, sino porque todo ello está presentado con tino, pausadamente, sin que decaiga el interés. En ello tiene mucho que ver la fotografía de aquellas carreteras infinitas que parecen conducir a ninguna parte y una música bellísima de Hania Rani. Dado que se puede ver en una semana de visionado nocturno, pienso que es una buena opción, sobre todo para los admiradores de Sigourney. 

José Manuel Mora. 






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