Elizabeth Finch, de Julian Barnes

¿Biografía ficticia o ensayo?

Mis libreras de 80 Mundos, convertidas hace tiempo en amigas, se han confabulado para marearme con propuestas dispares. Cada una me ha planteado una lectura diferente. Y he empezado por la sugerencia de Sara, quien suele presentarme siempre títulos y autores desconocidos y de "rabiosa" actualidad. En este caso, BARNES, JULIAN. Elizabeth Finch. Barcelona: Ed. Anagrama, 2023. Trad. Inga Pellisa, 294 Págs. 


En los ya lejanos años ochenta hubo un libro que, todos aquellos que quisieran estar à la page, debían llevar bajo el brazo. En aquellos mis primeros tiempos de docencia en instituto bastante tenía con asumir temarios nuevos y correcciones innúmeras. Así que no lo leí. Y mira que el título era sugerente: El loro de Flaubert. Con él quedó finalista del prestigioso Premio Booker. Llegaba a nuestras mesas de novedades un autor británico, un tal Barnes (Leicester, 1946), que aún no había cumplido cuarenta años por entonces. Oxfordiano, lexicógrafo y escritor. Se convirtió pronto en un ejemplo de literato posmoderno. Logró por fin el Booker en 2011 con El sentido de un final, que tampoco leí. Por entonces ya había dejado de interesarme por él. Y me cae ahora en las manos su último título. ¿Se puede empezar por el final? Era la posibilidad de conocerlo y de "redimirme". Y me he puesto a ello.


El  libro está claramente estructurado en tres bloques. En el primero, quien habla es un treintañero divorciado dos veces, que asiste a un curso de cultura y civilización, eminentemente medievales. Desde la primera página se advierte el tono irónico que se mantiene a lo largo de todo el texto. "Una clase de Platones, si es que ese es el plural correcto" (pág. 11). Hay también una presencia del narrador en primera persona y una direccionalidad hacia el lector: "¿Me explico?" (pág. 13). Pero el centro de atención está situado en la persona que dicta el curso, una tal Elizabeth Finch, quien ejerce una suerte de fascinación entre el alumnado que la escucha, y sobre todo sobre Neil, el narrador. "Se ganaba la atención con su calma y con su voz" (pág. 14). Y vuelve la ironía cuando este nos avisa: "No sacaréis gran cosa de buscarla [a E. F.] en Google" (pág. 17), pero la define, "Era noble, independiente, europea" (pág. 18). Acto seguido vuelve la ironía a través de la voz de ella: "<Siempre que vean un personaje [...] reducido y adecuado a tres adjetivos, desconfíen de la descripción>. Es una regla de oro que he intentado acatar" (pág. 19), dice él, cuando acaba de saltársela. Hay en toda esta primera parte algo que he experimentado personalmente, esa fascinación que a veces el profesorado ejerce en un alumnado dispuesto al asombro, dado que "lo que decía era siempre cierto, y lo volvía más cierto con una elección exacta de las palabras" (pág. 79). Neil confiesa "Yo era más listo en su presencia" (pág. 48). Frente a ella, que "no estaba hecha para el mundo, ya que su nobleza la hiciese vulnerable" (pág. 50), aparece por contraste la figura del narrador: "El Rey de los Proyectos Inacabados" (pág. 65). Con el fallecimiento de Finch, y su legado en manos de Neil, se adentra uno en la segunda parte del libro.


Viene a continuación lo que no deja de ser un ensayo bien fundamentado a través de un recorrido, no sé si decir exhaustivo pero desde luego bien referenciado, por los testimonios (Byron, Montaigne, G. Vidal o Buttor, metaliteratura a fin de cuentas) de quienes escribieron sobre la figura del emperador Juliano (s. IV), que apostató de la religión cristiana, ya establecida oficialmente en Roma, para volver al culto de los antiguos dioses, sacrificios y augures incluidos, razón por la que se le conoce como el Apóstata, figura odiada en cualquier religión, también en "la galilea", como se nombra repetidamente al cristianismo. Como se puede suponer, o tal vez no, esta parte ensayística no me ha interesado en absoluto, salvo algunos destellos críticos al mundo de las religiones, las monoteístas y las politeístas, y al hecho de que la tesis de Finch es que el último emperador pagano, finalmente derrotado,  marcó el lamentable giro de la futura Europa hacia el gris, culpable y retrógrado cristianismo en sus diferentes ramas, algo con lo que estoy bastante de acuerdo.


Neil considera, tras su estudio a partir de las notas y cuadernos de Finch ("Me había legado una idea que seguir", pág. 176), que la muerte de Juliano fue un desastre para el paganismo y el helenismo, ya que supuso "el triunfo - y la catástrofe - del monoteísmo" (pág. 155). Se inicia así la tercera parte de la narración. Tras la declaración de Neil ("He dicho que yo amaba a E. F.", pág. 161), viene la indagación en aquel personaje que se le había mantenido siempre desconocido y distante, cosa que intenta hacer a través del hermano de Finch y de antiguos compañeros que también la tuvieron como profesora. En esa búsqueda casi detectivesca, evocadora, cada pista, cada hallazgo es valorado como algo imprescindible para aquello que no acabará de hacer nunca el Rey de los Proyectos Inacabados, a no ser que la novela de Barnes sea la síntesis de los dos personajes. ¿Quién de los dos, Finch o el Apóstata, es a fin de cuentas el protagonista de la narración? No sé si queda claro, de ahí el título interrogativo de la entrada, dado lo híbrido del género al que habría que adscribir el libro. Hay una sensación de inacabamiento al final de la lectura. No hay posibilidad de certidumbre alguna, ya que "el recuerdo [y la novela que tenemos entre manos es un constante rememorar] es, al fin y al cabo, un acto de la imaginación" (pág. 195), y la imaginación vuela siempre libre. En definitiva, y como decían mis alumnas bordelesas, raté le coup, lo que para los de inglés se podría traducir, libremente, por algo que no ha acabado de atraparme. Désolé.

José Manuel Mora.


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