Future Lovers, de La Tristura

¡Menuda tropa!

Seguimos con la Muestra de Teatro de Autores Contemporáneos, esta vez en el Principal. Contemporáneos. I taaaant. Ya señalé aquí la sorpresa que me causó Hanle hace bien poco. Aquellos creadores eran dos. Los de Future Lovers son una tropa de seis jovenzuelos veinteañeros. Son los integrantes de  La Tristura, un grupo, colectivo, ¿compañía?, fundado en 2004 por Itsaso Arana, Violeta Gil y Celso Giménez. ¿Quiénes son los componentes de esta tropa subida al escenario dando saltos como si les fuera la vida en ello, como si no hubiera un mañana? En su página señalan que pretenden generar "situaciones humanas" dentro y fuera de las tablas. Parece que quieran explorar los límites entre la presentación y la representación, conceptos que hace añísimos trataba de explicar a mi alumnado de teatro. Viven y desarrollan sus proyectos en Madrid, pero están conectados con festivales no sólo de aquí, sino de Cracovia, Múnich o París. Así pues, no se trata de unos parvenus. Consideran que  "la vida íntima, lo sentimental... y la vida pública, la política, están muy unidas". De ahí parece que parten.


Pero vayamos al espectáculo que ofrecieron anoche. Oscuro inicial. Unos haces de luz verticales y una humareda blanquecina iluminan el primer término. Una muchacha que dice situarse en 2040 responde a unas preguntas que no escuchamos, pero de las que deducimos que se trata de una propuesta. Volver a sus veinte años, al momento en que, según ella, dejó de ser una adolescente y pasó a convertirse en un ser adulto. Y el escenario se ilumina, es un decir, con una imagen nocturna de una ciudad lejana que ocupa todo el foro. A la derecha el capó de un coche aparcado y a la izquierda los troncos altísimos de un bosque. En el centro, el resplandor de una hoguera en torno a la cual se han reunido seis jovenzuelos para  beber, bailar, hablar, abrazarse, preguntarse por su futuro, indagar en sus sentimientos y en las relaciones que se establecen entre ellos. Todo eso, que podríamos considerar anecdótico, consiguen convertirlo en universal. Veamos cómo.


El arranque es brutal, tanto como lo es la música atronadora que los hace bailar ocupando toda la escena y mostrando una preparación física pasmosa. ¿Demasiado larga la secuencia? No sé. Lo que sí sé es que mete al espectador en situación. Cuando cesa, se ilumina el capó abierto del coche, donde dos de los muchachos charlan sobre qué va a ser de ellos el curso próximo. Ambos respiran y laten al ritmo de la música que los embarga. Al fondo, una pareja parece estar a punto de romper. En el bosquecillo del primer término, dos chavales se plantean su relación de amistad, discutiendo primacías y egos...Los cambios de una momento a otro casi son transiciones cinematográficas, con fundidos a negro. Todo, "situaciones humanas" intrascendentes pero que van conformando un paisaje de los jóvenes de la generación Z. Y esta tropa lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a sorprenderme, a dejarme perplejo. 


Y si el teatro es, como decía Federico, la palabra puesta en pie, no cabe duda de que los responsables del montaje saben mucho de teatro. Escuchar a los personajes hablando, era como estar escondidos detrás de una cortina, oyendo a cualquiera de esos grupos sabatinos, panda de chavalas y chavales, discutiendo, contándose cosas, proyectando futuros improbables. La naturalidad era la norma en cada uno de los personajes. Hasta que, con la hoguera apagada, escuchamos a la muchacha del inicio, entre susurros, viviendo aquel pasaje de su vida que la convierte en adulta.


¿Cuánto
 de todo ello se parecía a lo que fue mi tardoadolescencia? Desde luego las charlas interminables, las suposiciones de lo que serían nuestras vidas en el futuro, los comentarios de películas como si fuéramos críticos... Sesenta años después uno comprueba que casi nada de todo ello se corresponde con la realidad actual. Pero en nuestro ser de hoy hay mucho de los cambios y de las preocupaciones de entonces. En definitiva, la vida en su tránsito arrollador. Los aplausos fueron numerosos y merecidos. Teatro nuevo, desde luego, lejísimos de aquella Dama del Alba que vi en el Jorge Juan y que me dejó amarrado para siempre a esa "representación" de la realidad que es el teatro.

José Manuel Mora.














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