Vidas pasadas, de Celine Song

El tiempo...

A pesar de alguna referencia no muy favorable leída al desgaire, la opinión de personas cercanas me ha hecho corregir el tiro. Y esta tarde, a pesar de la cola de los miércoles, he ido a ver algo exótico. Vidas pasadas, una peli que es coproducción coreano-estadounidense, etiquetada como indie, que viene firmada en el guión y la dirección por una tal Celine Song, debutante, y que según otros "huele a Oscar". La cineasta reconoce que hay algo de  ella en la protagonista, al haber emigrado ella también. Adelanto que he salido encantado. 


Se señala que se trata de una historia de amor/amistad que perdura a pesar del tiempo y la distancia, en forma de tres actos, tres momentos temporales distintos. Y es verdad, pero hay aspectos que enmarcan la relación que me han interesado mucho. Que la migración a Canadá desde Corea de la familia de la muchacha sea el detonante de la separación, les supone una inmersión en un mundo totalmente diferente. Hay que aprender un idioma, nuevos códigos de comportamiento, con la consiguiente pérdida de identidad... A ello se añade un segundo traslado doce años después, ahora a los USA, por conveniencia profesional. Y ahí surge no sólo un nuevo amor, sino la necesidad de casamiento para conseguir la imprescindible "residencia". Y en este mundo completamente ajeno al muchacho, es donde se produce el reencuentro de ambos. 


Y entonces aparece lo que realmente la directora quiere plantear. ¿Es posible mantener una relación con miles de kilómetros de por medio? ¿Bastan unas llamadas por Skype para impedir que la llama se apague? ¿Se puede recuperar el tiempo que se fue y que ha transformado nuestra realidad? Sólo comparten la memoria de lo vivido en común en el pasado. ¿Seguimos siendo los mismos?¿Será imposible el reencuentro?  Ella, ya culturizada como neoyorquina, y él incapaz de mostrar sentimientos, como prescriben las normas orientales para los varones. En todo esto indaga Song con delicadeza, con extrema sensibilidad, ahondando en la intimidad de quienes dejaron de ser aquellos niños, y en el tercer vértice de un triángulo imposible, preguntándose los tres quiénes son, cuál es su papel en el juego, acodados en la barra de un bar. Los primeros planos ayudan a que nos acerquemos a su hondura doliente a través del juego de miradas, sin jugar muchas veces al plano/contraplano, sino demorando la cámara de un rostro a otro, en una fotografía de Shabier Kirchner, luminosa y llena de tristeza.


No conozco, como se puede suponer, a ninguno de los actores. Nora es Greta Lee. Hae Sung, su amigo en la distancia, es Teo Yoo. Y el neoyorquino es John Magaro. Los tres están imponentes en su búsqueda, en sus inseguridades, en su desamparo, en su melancolía. La directora los ha hecho estar contenidos en sus actuaciones y ello potencia el dramatismo, los momentos de dulce reencuentro y de amargura final. Las panorámicas de Nueva York no resultan meras postales, me han recordado a Manhattan, esta vez coloreado. Y enmarcan muy bien el reencuentro final entre los dos amigos. 

José Manuel Mora.












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