La Poncia, de L. Luque y F.García Lorca

Ajuste de cuentas

Esta vez voy a escribir para mí, para no olvidar la fuerza y la belleza de lo presenciado. En todo caso para advertir si se representa en alguna de las ciudades que quien esto lea. El teatro Principal estaba al completo, como hacía tiempo que no lo veía. Tal vez el morbo de la actriz, porque el título sólo daba pistas a los "iniciados" en Federico. La Poncia es el nombre de la criada de Bernarda Alba y es el personaje que Luis Luque, director de escena y maestro de actores, ha creado a partir del texto de Lorca. La protagonista absoluta es Lolita Flores. Creo que el espectáculo demuestra que le queda pequeño el diminutivo que la diferencia de la madre que la parió. Pudimos asistir gracias a la generosidad de Clara y Aurelio, quienes nos cedieron sus localidades. Regalazo.

Conocedor como soy de la obra del granadino, la llegué incluso a montar con mis alumnas del Colegio Rural de Tudela de Duero en otra vida, era evidente que las frases de la vieja criada escritas por Federico me iban a asaltar la memoria. Lo que no me esperaba era que Luque hubiera asimilado tan bien el personaje y el texto, que en ocasiones me hiciera dudar de quien lo escribía. Estamos ante un monólogo que no es tal, puesto que, tras el suicidio de Adela y la imposición final de Bernarda, "¡Silencio, silencio he dicho, silencio!", Poncia comienza a dialogar con la muerta, con su ama, con sus hijas, con María Josefa, la abuela demenciada... Se lanza también a soliloquios con las sombras que la rodean, se autoinculpa por no haber podido evitar la muerte de Adela, su favorita entre tantas mujeres de perpetuo luto. Poncia ha sido testigo de todo lo sucedido entre aquellas paredes y tiene el habla de las clases populares, en ese destilado que Federico supo darle, y que Luque ha sido capaz de continuar. Es el momento de desatar su lengua tanto tiempo reprimida por la tirana. Y habla de poder, de represión, de sexualidad oculta, de libertad. Al final, la obra es un grito a favor de que podamos amarnos sin cortapisas de clase.


Con ser todo ello importante y necesario, lo que impresiona desde el principio es la teatralidad de la propuesta. Unas cortinas de gasa tras las que se oculta una figura a contraluz que empieza a desgranar su lamento, pero que tardará diez minutos en aparecer, provocando así desde el principio un clímax. Y luego el acierto de dar con los elementos que pueden servir de apoyo a la actriz para su diálogo imposible: un montón de ceniza, un banco desde el que interpelar, el bastón de la dominadora, un balcón donde arregla las cortinas, los vasos de leche como si fueran las hijas de Bernarda... Es imprescindible citar a quienes han diseñado el espacio escénico y la iluminación: Mónica Boromello y P. Ariza.  Y esas banderolas de seda con corporeidad de visillos, leves, movidos por el viento o por el personaje, que sirven para ocultarse o para envolverse, cambian gracias a la luz de cada momento, del luto riguroso del oscurantismo de Bernarda, al rojo encendido de la sangre, o el blanco de la alegría. 



















Lolita (Mª Dolores González Flores, Madrid, 1957), hija de "La Faraona", habrá tenido que enfrentarse con el dilema de "hija de", que la condena por favorecida y que tiene que labrarse su prestigio por sí misma. Ha sido cantante, actriz de cine y ahora también de teatro. Ha recibido la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes. La había visto en Rencor (202), pero no conocía ni La Plaza del Diamante, ni La fuerza del cariño, obras con las que triunfó ampliamente, con lo que la presente me la daba a conocer como actriz teatral. No llegué a saber si su voz, quebrada, oscura, potente, desgarrada, venía amplificada por algún dispositivo inalámbrico, pero desde el escenario sonaba natural, con fuerza, con absoluta credibilidad en sus parlamentos. Tener que repetir una misma frase con entonaciones diferentes, es una prueba de fuego actoral que Lolita superó con nota: la famosa y lorquiana "Quiero dormir un rato, un minuto, un siglo", llena de desesperación y angustia, siempre desde la contención, resultaba escalofriante. Tras cinco minutos de aplausos y bravos que agradeció, nombró a su madre, quien le hizo descubrir la Bernarda lorquiana y que a punto estuvo de interpretarla. Ahora lo hace su hija en un sentido homenaje. Fue una gozada de espectáculo que seguirá de gira. No se la pierdan.

José Manuel Mora.








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