Los perros, de Led Silhouette y Marcos Morau

Paso a dos

La etiqueta dice "teatro", aunque el espectáculo de hoy era dancístico, pero con un componente dramático intenso. El Teatro Arniches, nuestra particular bombonera, sigue ejerciendo de complemento perfecto de su hermano mayor, el Teatro Principal. Sus dimensiones le permiten acoger piezas de pequeño formato, lo que acerca, y mucho, la actuación a los espectadores. Aquejado de un catarro no muy fuerte, he estado a punto de no asistir, pero un vídeo visionado un rato antes, ha acabado por decidirme. Ha valido la pena el esfuerzo. Los perros es creación realizada a cuatro manos y cuatro piernas, con varias cabezas muy bien puestas: Led Silhouette, compañía de danza navarra fundada por Jon  López Martxel Rodríguez, los intérpretes de esta noche, y Marcos Morau, Premio Nacional de Danza 2013, en su función de coreógrafo.  


La caja negra, vacía, deja entrever en su parte superior un texto en euskera subtitulado en castellano, escrito por Carmina S. Belda. Una reflexión sobre el paso del tiempo y las circunstancias que nos rodean. Mientras escuchamos su lectura casi susurrada, aparecen dos ancianos de cabezas postizas, que se acompañan en su aquietado deambular. Inmediatamente después comenzamos a escuchar unos sonidos que no llegan a ser música, pero que tienen ritmo indudable. Y aparecen los dos bailarines, de negro, gateando por un pequeños tablero de madera que los eleva  un palmo del suelo. Parecen dos perrillos olfateándose, reconociéndose, jugando uno con el otro, atacándose. Hay una auténtica confrontación entre ellos, que por momentos se vuelve colaborativa. Una de las frases del texto de Belda, "Te darás cuenta de que la creatividad es combinar cosas de forma nueva", me ha retrotraído a cuando daba expresión corporal a mi alumnado de teatro y les pedía que ocuparan el espacio de cualquier forma que se les ocurriera. Les costaba encontrar el suelo como uno de esos planos espaciales. López y Rodríguez están en él y se sientes seguros, capaces de contorsiones imposibles, de entrelazamientos inesperados, siendo creativos a las órdenes de Morau. 


Unas chaquetas "con trampa", les dan la oportunidad de intercambiar gestos y de interactuar de modo más cercano. La manera en que las manos entran y salen en las mangas, de como buscan la cara del otro, el cuerpo del otro, parece un ejercicio de prestidigitación. Viene bien entonces otra de las frases del texto inicial: "Sólo cuando estuvimos juntos entendimos lo que era la soledad". Se hace evidente la complementariedad de los dos bailarines. A ellos siempre se les supone una gran preparación física. Aquí hay que añadir una sincronía admirable. La música va apareciendo cada vez con más nitidez, pero es algo repetitivo y monocorde que se va armonizando, obra de Cristóbal Saavedra. ¿Cómo es posibles que recuerden cada pose y cada giro sin apoyos concretos? Hay mucho trabajo detrás de este espectáculo. Llegan muy ensayados de casa y dispuestos a que no les obliguen a elegir "entre tu cuerpo y tu cabeza, tu fuerza o tu imaginación". Todo lo ponen en juego.


Vuelven a su infancia con tan sólo acunar dos enormes marionetas que dialogan entre ellas llevadas de sus manos. Y la comunicación se estrecha cuando se envuelven en una larga faja que enrollan y desenrollan en torno a sus cuerpos a una velocidad endiablada. Cuánta compenetración es necesaria entre ambos, cuánto ensayo... Acaban trabados en un abrazo íntimo y bailado, de una intensidad emocional como hace tiempo que no vivía en un escenario. Dos hombre que bailan, inasequibles al desaliento, hasta que todo vuelva a empezar.


La repetición ha conectado con los espectadores, que hemos sido llevados casi a una catarsis íntima y visceral. Seguramente cada uno a la suya. El público ha respondido con un largo y emotivo aplauso, puesto en pie. El espectáculo ha sido conmovedor, intenso, bellísimo. 

José Manuel Mora.






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