Stranizza d'amuri, de G. Fiorello

Dos por uno

Una vez más escribo para no olvidar, aunque también para evitar que algunos títulos pasen desapercibidos. Y lo hago,  para recordar dos películas a la vez, vistas casi seguidas, que algo en común tienen. La primera, italiana: Stranizza d'amuri (2023, título asociado a una canción de F. Battiato), dirigida por Giuseppe Fiorello (Globo de Oro italiano a la mejor opera prima), y disponible para ver on line subtitulada en Series Boys love. La segunda, francesa, Deja de decir mentiras, (2022), cuyo título en francés es Arrête avec tes mensonges, homónimo del libro original, autobiográfico, de P. Besson, dirigida y escrita por Olivier Peyon y disponible en Amazon Prime. Es cierto que la primera ha supuesto un hándicap, puesto que la he visto sin subtítulos y hablada en parte en catanés, una variante muy cerrada del siciliano, bien distinto del italiano normativo, a pesar de lo cual he podido seguirla. 





















El elemento en común es la homosexualidad de sus protagonistas, con una enorme diferencia: en la francesa hay un famoso escritor ya maduro, Stéphane (Guillaume de Tonquédec), con bache creativo, que en la actualidad acepta volver a su pueblo para un homenaje, y cuando es manifiesta su opción sexual. Allí se encontrará con el hijo, Lucas (Victor Belmondo, nieto del famoso, y estupendo en su papel), de quien fue su primer amor en el instituto. Con los saltos atrás iremos conociendo la dolorosa relación, por imposible en aquel ambiente pueblerino, y sabremos las consecuencias que tuvo en el hijo ya mayor, que parece saber más de lo que quiere mostrar, y en ambos adultos antes y después de separarse. Los protagonistas juveniles de aquel remoto 1984 me eran desconocidos, Jérémy Gillet, el futuro escritor, y Julien de Saint Jean, que acaba quedándose en el pueblo. Están impecables en su relación escondida y a ello les ayuda unos diálogos emocionantes en aquella relación llena de tropiezos, torpezas, descubrimientos, llena también de ternura. Las mentiras del título son las que la madre reprocha al futuro escritor, cuando lo que hace es inventar historias. Tan moderna la sociedad francesa, no parece que algunos de sus miembros acepten que un escritor que se acuesta con hombres, pueda venir al homenaje. En fin... 


La italiana se desarrolla en Sicilia, también en los años ochenta, pero en un pueblecito perdido en el que el machismo puede hacer mucho daño a quien no se sujeta a la norma, más si se está saliendo de la adolescencia. Ante las agresiones y las habladurías, no queda más que callar o esconderse. Al acabar, se descubre que está basada, tristemente, en un hecho real, lo que terminó de conmoverme aún más que el fundido a negro final. El Cucurrucucú paloma de F. Battiato la sitúa temporalmente, junto con el triunfo de la selección de fútbol de Italia en la Copa del Mundo. La brutal homofobia de los comunes vecinos del pueblo acaba resultando insoportable a los ojos actuales. Incluso los padres no pueden aceptar que los hijos no entren en el patrón esperado en la comunidad. La falta de premura en el avance de la relación de los dos muchachos es uno de los grandes aciertos de la cinta, así como la falta de imágenes excesivamente explícitas. Basta la atención que se muestran uno al otro para entender los sentimientos que subyacen  inexpresados. Gianni (Samuele Segreto, el más evidente de los dos, aunque nada exagerado) y Nino (el bello y atento Gabriele Pizzurro en su motocicleta), son los dos actores encargados de dar verdad a esa conmovedora relación. Si hubiera de recomendar empezar por alguna de las dos, seguramente la segunda sería mi opción. Y ahí lo dejo. Ambas son muestra de lo que queda por recorrer en el camino de los derechos y libertades, y de lo peligroso que resulta que se vuelva a las agresiones contra los distintos, aupados por la ola de extrema derecha que parece querer invadir de nuevo Europa. No hay que dar nada nunca por definitivamente conseguido. Habrá que seguir peleando por lo evidente.

José Manuel Mora.





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