Sagrada familia, de Manolo Caro

Desmadre maternal

No sé por qué empecé a ver la serie. No tenía referencias, salvo que eran capítulos de poco más de media hora en dos temporadas de ocho episodios cada uno, en Netflix, y que su director y guionista fuera Manolo Caro, del que pude disfrutar a modo de su desternillante Casa de las flores hace ya un tiempo (2018). Vimos después Alguien tiene que morir, que ya no nos resultó tan acertada por su aire de telenovela larga. Se trata de Sagrada familia, estrenada en 2022, y que recién ahora acaba de colgar su segunda parte. 


Y de nuevo tenemos a una madre dispuesta a todo con tal de mantener a su familia unida. "No sabéis todo lo que he hecho por vosotros". Y la frase me trajo a la cabeza la de " La Mesías". Entrega propia y control de los hijos, todos unidos por un hilo invisible. Lo que podía pensarse como un melodrama, pronto vemos que se convierte en un oscuro thriller, en el que nadie es quien dice ser y en el que todos mienten. Maternidades contrapuestas, con gestación subrogada incluida, hijos que necesitan salir por fin del cascarón, cada uno a su manera, otros modos de concebir la paternidad... Y la voluntad implacable de Julia/Gloria (Najwa Nimri) por mantener unida a su prole, aunque sea de una forma a veces siniestra. La acción se sitúa a finales del siglo XX entre Melilla y Madrid. Y no tenemos nunca del todo claro las razones por las que se adoptan medidas tan extremas. Se irán sabiendo. Y ahí reside uno de los aciertos, el perfecto desarrollo del guión, que dosifica la intriga de forma medidísima creando una tensión que no decae. Los saltos en el tiempo y en la perspectiva de los personajes hacen que el espectador se vea descolocado una y otra vez, lo que hace también que se convierta en algo adictivo.


La serie descansa en el personaje de la Nimri, quien ya estaba potentísima en La casa de papel y que aquí resulta avasalladora en sus decisiones, en su capacidad para la doblez ante el grupo de "amigas-madres" del parque. Parece siempre un volcán a punto de estallar, es un peligro para cualquiera de los personajes que suponga un obstáculo que dificulte sus propósitos, salvo para sus hijos. Puede llegar a resultar una psicópata de cuidado. Y todo a través de unas miradas intensas, penetrantes y un color de voz oscuro, amenazador. La sorpresa para mí ha sido reencontrar a Alba Flores como Caterina, asesina a sueldo, en un registro lejos de lo que le había visto anteriormente. El acento que ha adoptado para el personaje forma parte del humor inquietante que confiere al personaje. Aitana, la hija au pair (Carla Campra), logra transmitir el desvalimiento, la necesidad de protección y también la de volar por fin a su aire, como Macarena Gómez, otra de las madres del parque, siempre queriendo aparecer perfecta y arrasada por dentro. 


Dos descubrimientos: Germán, el mercenario (Álex García), y Abel, el hijo de Julia (Iván Pellicer), ambos trasladan a sus personajes una química especial, a pesar de la diferencia de edad en su imposible historia de amor. A Pellicer no lo había visto antes, a García sí, pero lo había olvidado (Kiki, el amor se hace). Creo que los recordaré desde ahora. No quiero dejar de citar la brillante fotografía de Pablo Ruiz, quien logra crear ambientes a partir de la iluminación, así como la banda sonora, con un Hijo de la luna que lleva dándome vueltas en la cabeza desde que terminó la serie.


Hacer las cosas por amor no siempre supone acertar. Hay amores que pueden resultar insanos y aquí tenemos varios ejemplos. Todas las familias que aquí aparecen son disfuncionales (no voy a citar otra vez la frase inicial de Ana Karenina), tal vez como la de cada uno de nosotros, lo que puede hacer que entendamos mejor lo que vemos y sintamos cierta empatía por los personajes de la trama.

José Manuel Mora.




Comentarios