Faro, Portugal

Vecinos

Viajar por nuestra cuenta, sin la muchachada del bus, hace que me sienta como en mis mejores tiempos, con toda la autonomía conductora que eso da. Ya conocemos la ruta que lleva al enorme puente colgante sobre el Guadiana, y que nos deja al otro lado de la frontera. A 50 kms. apenas está Faro, el primero de nuestros destinos hoy, capital del Algarve. No llevamos mapa ciudadano y aparcamos donde vemos una plaza libre, junto a una casa de planta baja decorada con azulejos vistosos. 


Las máquinas de tiques horarios son sencillas, 1'80€ las tres horas. y con el móvil nos orientamos hacia la ciudad vieja. Junto a una de sus puertas, el Arco da Vila, de corte neoclásico, se halla la "i" del "turis informeishion". Estamos salvados con nuestro mapa de papel. Al atravesarla, se hace evidente que se añadió a la muralla musulmana original y que ésta tenía una clara función defensiva, dado el grosor del muro de fortificación.  Al pasar al lado interior de la Vila, vemos que se ha construido por su parte posterior una iglesia menor con un campanario que aloja, cómo no, nidos de cigüeñas.



































Y llegamos así a la plaza en la que se encuentra la catedral, una edificación del XIII, que luce un campanario almenado, lo que señala su función de baluarte. Cuando cruzamos la cancela donde se sacan las entradas, nos hallamos frente a una puerta ojival de un sencillo gótico y al otro lado un jardincillo, al que dan dos pequeñas capillas, la del ángel S. Miguel, del XVII, y la llamada "capela dos ossos", del XIX, construida con más de mil huesos de fraile, calaveras incluidas; la presencia de los mismos le da un cierto aire macabro. Se puede leer en el frontispicio "Pára aquí  a considerar que a este estado hás de chegar". ¡Qué alegría más grande este recordatorio!





































Pero, lo que me deja con la boca abierta al entrar en la iglesia, es la riqueza que muestra en todos los aspectos de su construcción. Se levantó al parecer sobre la antigua mezquita y se amplió ya en época gótica; mucho de lo que vemos debe de ser reconstruido, dado que sufrió daños importantes con el terremoto de Lisboa. Frente al acceso lateral por el que penetramos, se alza en lo alto un magnífico órgano de estilo rococó, pero con decoración de aire oriental, lo que lo convierte en una auténtica chinoiserie, fruto de la influencia de las Indias Orientales. Y, en una de las capillas, el barroquísimo altar se encuentra flanqueado por azulejos rubenianos.




























A través de una capilla de tracería gótica se pasa a la sacristía, que alberga un órgano más sencillo, de pie, y tallas que acompañan a un retablo pintado en tonos ya desvaídos. No hay casi nadie visitando la iglesia y podemos disfrutar con tranquilidad del recorrido por las distintas capillas, las que flanquean el ábside se hallan decoradas con tallas doradas y ángeles adosados a las paredes, que muestran el poderío que tuvo en su momento esta sede episcopal.







Subimos a la torre campanario y desde lo alto se divisa de forma casi inabarcable tanto la ciudad como la ría Formosa. A la salida, y en medio de la plaza vacía que forma el seminario, hay un pequeño concierto que grabo con el móvil. No puedo dejar de compartirlo. Es lo que tiene Johannes Sebastian.


Callejeamos un poco y encontramos cerámicas incrustadas en paredes blancas que anuncian un restaurante, suelos con losetas en blanco y negro que brillan bajo toldos protectores, dado que el sol del verano debe de ser bien andaluz, casas de los años veinte, junto a otras en blanco y azul con aire de pescadores...


























Comemos junto al lugar donde habíamos dejado el coche, un sitio sin glamur, pero con una cola que sale hasta la calle. El tópico antiquísimo de las portuguesas feas, ha decaído. Las chicas aquí son tan guapas como las del otro lado de la Raya. Se trata de comida preparada, variadísima, que se paga al peso (?). Está todo buenísimo. Y, así preparados, salimos ya hacia Olhão, que está a tan sólo diez kilómetros. Bajamos hacia la ría, donde el sol se rompe en el agua frente a una edificación que resulta ser uno de los mercados más curiosos de todo Portugal. Se levantó en 1915 con ladrillo y metal y luce unas cúpulas verdosas, ¿de cobre?, que junto con su color le da un aspecto peculiar. A la hora que llegamos los puestos no están abiertos, tan sólo las cafeterías, pero el mercado de los sábados debe de ser un espectáculo. 


Caracoleamos hacia el coche entre estrecheces protectoras del calor estival. Y entonces todo parece un juego de geometrías de luces, sombras y colores. En las calles no hay nadie a esta hora. Como en tantos otros sitios, el trazado es un damero, calles largas paralelas a la ría y otras perpendiculares. Muy curioso. 





 
Y nos queda la visita de Tavira, ya en dirección a Ayamonte. Se encuentra encaramada a una loma y rodeada por el río Gilão. En lo alto hay varios conventos, un castillo y una torre con reloj, a la que se llega por calles empinadas.


Los primeros están cerrados en su mayoría, pero entramos en el Hospital do Espírito Santo porque sabemos que es de planta octogonal, poco frecuente. Tras el terremoto, se volvió a reconstruir en el s. XVIII, todo en un estilo barroco.  


Pero el cansancio va haciendo mella y no quiero conducir de noche. Así que volvemos por la autopista para descansar en nuestro hotel, mientras el cielo se va oscureciendo dejando siluetas a contraluz.


José Manuel Mora. 

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