La Raya

Excursión a La Raya

Hoy realizamos la segunda de las excursiones contratadas, de tan sólo medio día. Tenemos que cruzar La Raya, esa frontera que marca claramente el Guadiana. Hay que recoger a tres personas en Punta Canela, frene a Isla Cristina, pero al otro lado, lo que obliga a una enorme vuelta, rodeada como está de océano, marisma y río. Sólo una carretera la une al continente, entre edificios a cual más feo, hoteles y residencias turísticas sin gracia alguna. 



En una hora de trayecto, tras saltar el río por un puente de tirantes elegantísimo sobre dos enormes pilares, que no estaba en mi visita anterior, estamos en Alcoutim, un pueblo que se encarama en una loma hasta las faldas del castillo. Entro en una iglesuca en la que llaman la atención las columnas de piedra con capiteles románicos. Todo lo demás es de nueva fábrica, sin especial gracia. Hay una biblioteca municipal con 500 libros de fondo, lo que me sorprende en un pueblo de 1000 habitantes, y la prensa del día a disposición de los posible usuarios. También un pequeño patio con pozo, no sé si para fumadores desesperados. La bibliotecaria me atiende en portugués y me alegra comprobar que no he olvidado lo que de ese idioma estudié en mis dos cursos salmantinos hace 50 años. 





 







Una de las "turistadas" de esta excursión consiste en cruzar el río en una barquichuela con capacidad máxima para diez personas. Lo hace en apenas tres minutos, para llegar a la orilla opuesta, la española, donde sestea San Lúcar de Guadiana, otro pueblito encalado de calles de cuestas suaves que llevan a la iglesia, ahora cerrada. A lo lejos, en un alcor, se alza una fortaleza del s. XIV, que tampoco es visitable por obras interminables, construida para defender el territorio de las coronas vecinas y rivales.

















El grupo de "jubilatas" sigue mansamente a la guía, que sabe de lo que habla, porque es de la zona: estraperlos familiares, inundaciones de hasta dos metros de altura, fiestas compartidas en las dos orillas, incluso algún puesto callejero que pretende vender las famosas "toallas de algodón portugués"... La visita, aunque ha sido agradable, no ha dado más de sí. No es de las que recomendaría a futuros "imsersianos". Conforme vamos regresando, observamos que los pantanos están muy por debajo de lo que debieran, pero el río baja amplio y quieto, marcando la Raya imaginaria de la frontera entre pueblos vecinos y hermanos.

















Tras el descanso, volvemos a bajar a la playa del Caimán, a disfrutar del atardecer, hoy más arrebolado porque hay alguna nubecilla descansando sobre el horizonte, que enmascara la fuerza del sol poniente con reflejos tenues en la marea baja y desnuda. La lengua de tierra que separa el río del mar abierto hace creer que se podría pasar a pie enjuto hasta Punta Canela, allá enfrente. 




Nos encaminamos de nuevo hacia el centro del pueblo. Nos han recomendado el Arcoiris" para tomar unas puntillitas y una ración de gamba blanca típica de la zona, que proporciona un rato de deliciosa succión. La música lejana nos orienta hacia donde parece que el carnaval todavía no ha terminado. Una charanga se despide del público callejero, arropada por fanes y amigos. Las máscaras no han desaparecido del todo. Da la impresión de que la fiesta no se acaba nunca. ¡Qué bien cantan! ¡Qué pasión le ponen!


Al volver al hotel nos damos cuenta de que el mundo sigue su curso de locura y muerte, en Gaza, en Ucrania, ajeno a estos pequeños festejos. Ha muerto Navltny en una prisión de alta seguridad de Rusia. En el salón del hotel el ambiente está más Benidorm que nunca. Menos mal que desde la habitación el jolgorio llega atenuado. Mañana, Naturaleza.

José Manuel Mora.

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