Ripley, de Steven Zaillian

Negrura luminosa

Hace siglos que me deslumbró una peli, A pleno sol (1960). Debí de verla con posterioridad a esa fecha, porque entonces era un adolescente. Recuerdo a Delon y a Laforêt, dos iconos de entonces. En 1999 Minghella volvió a rodar la historia que Patricia Highsmith, concibió allá por 1955, esta vez con Damon, Law y Paltrow. La tenía más reciente y la había vuelto a ver. Así que cuando supe que Netflix presentaba la misma historia, pero con formato de serie de ocho capítulos, no pensé que mereciera la pena volver sobre la historia. Craso error. Me llamó la atención la cartela promocional, una foto en B/N y también su protagonista, a quien había visto poco antes en All of us Strangers, Andrew Scott. De quien no tenía memoria era del guionista y director,  Steven Zaillian, a pesar de haber obtenido un Oscar  por la escritura de La lista de Schlinder y de tenerme en vilo con la serie aquí comentada, The Night of. Y ahora que la wiki me pone todos estos datos delante, empiezo a entender la fascinación que la serie ha provocado en mí. Me explicaré.  

No hay fuegos de artificio en los créditos. Tan sólo el apellido del protagonista escrito con una tipografía escueta y la ubicación temporal, años sesenta. Y ya, desde el primer capítulo, experimento un deseo de conocer mejor al personaje, no tanto la peripecia que recordaba, sino saber quién es en verdad ese tipo oscuro, timador de poca monta, que sobrevive difícilmente hasta que recibe el encargo de encontrar en Italia, al hijo de un potentado industrial, Dick Greenleaf (Johnny Flinn), para conseguir que regrese a su casa. Pero cuando Tom lo localiza en Atrani, tantas escaleras para encaramarse a lo alto de la población, se ve seducido por el dolce fare niente de Dick y decide aprovecharse de él, aunque a Marge (Dakota Fanning), su novia, no le haga ninguna gracia la relación que se establece entre los dos hombres. Seguirán asesinatos, falsificaciones, suplantaciones y  una larga lista de dar esquinazo a la policía italiana, que intenta descubrir el embrollo. Y continuas escaleras que hace falta subir, como metáfora del intento de ascenso del personaje.

El guión está escrito con tanta inteligencia, que consigue mantener el ánimo suspendido del espectador en todo momento, a la espera de que el peso de la ley caiga sobre un ser astuto, "talentoso", frío a la hora de tomar decisiones, calculador, mentiroso, psicópata sin despeinarse, una máscara como muro de contención ante quien quiera adentrarse en sus más profundas intenciones. Todo ello lo sirve Scott con una paleta mínima de gestos, medias sonrisas, respuestas escuetas a media voz,  miradas que parecen taladrar a su interlocutor y que lo ayudan a esconderse detrás de sí mismo, para no poner al descubierto su resentimiento, su rencor de desclasado. A pesar de la negrura del personaje, he de confesar que su villanía, tan humana, ha ejercido una extraña y desasosegante fascinación en mi condición de espectador. Dickie creo que queda aquí sin embargo más desdibujado en su nonchalance ante la realidad. Sin embargo la oscura Marge va creciendo  como personaje, en su intento por saber la verdad, sin acabar de rendirse nunca desde su fría distancia. Mención aparte merece la figura del inspector Ravini, Maurizio Lombardi, acorazado tras su pequeño bloc de notas, su bigote y su cigarrillo impenitente. No parece tonto, aunque lo que persigue se le escape entre los dedos una y otra vez. 


Párrafo específico merece en esta reseña el trabajo fotográfico de Robert Elswit, que ha logrado una oscura belleza con sus imágenes de densos contrastes, que logran rebajar la hermosura de lugares que conozco bastante, como Nápoles, Roma, la Costa Amalfitana, Palermo, Venecia, y que sin embargo siguen resultando conmovedores en su decadencia. Por no hablar de los interiores elegidos y su maravillosa iluminación. La luz que el personaje admira en Caravaggio se convierte en su aliada. La elección del B/N, su textura, la densidad, parecen ser las más adecuadas para mostrar los claroscuros del personaje y el ambiente de cine noir al que parece homenajear la película.  Sirve todo ello también para mejor plasmar las pesadillas del protagonista, las anticipaciones en forma de diálogo con el espejo... El atrezo cuidadísimo ayuda a que todo tenga un aire auténtico de época.  Y para terminar, la música, con una Mina cantando Il celo in una stanza, que parece real, por no citar The Great Pretender, tan adecuada al personaje. 


En definitiva, y para ir terminando, hacía tiempo que no veía algo tan redondo, tan hermoso, tan bellamente filmado, tan inteligentemente escrito, tan inquietante como apasionante. No creo que tenga punto de comparación con la peli de Minghella. Ésta es mucho más honda, moralmente más ambigua, menos complaciente. Magnífica, que diría mi amiga Merxe.

José Manuel Mora. 




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